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Campiñas con aroma femenino

Por Lianet Suárez y Jorge Pérez Cruz

El primer paso —el más largo y difícil en cualquier camino, según acuña un milenario adagio chino— hacia la emancipación de la mujer cubana fue el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959, porque sentó las bases jurídicas y brindó igualdad de posibilidades para su realización plena.

Foto: Ángel Luis Batista

 

“Pero no bastan las leyes, resoluciones, aperturas de escenarios, si no se trabaja con la conciencia de las personas”, sostiene la Doctora en Ciencias Raquel Ruz Reyes, coordinadora del Programa de Innovación Agropecuaria Local (Pial).

“El cubano es muy machista y, aunque las cosas han ido cambiando para bien, los hombres de nuestros campos lo son todavía más”, y explica que por esa razón la transversalización de género es uno de los ejes temáticos que trabaja Pial en diversas regiones de Cuba.

Y la doctora recuerda una anécdota que ilustra por dónde andaban las cosas hace aproximadamente unos 10 años: “Nos reunimos en una estructura de producciones agrícolas, con hombres y mujeres, y les preguntamos cuántas de ellas trabajaban y solo dos levantaron las manos: una maestra y una dependienta en la bodega. Entonces hicimos otra interrogante: ¿Quiénes de ustedes en sus casas alimentan a los animales domésticos, elaboran las meriendas y comidas para los trabajadores, riegan las plantas…? Al unísono todas asintieron y se hizo un profundo silencio. Eso también es trabajo”, les enfatizamos.

Promover el cambio

“A partir de ese momento nos dimos a la tarea de hacer visible y reconocer el quehacer de la mujer rural en su entorno natural, entre sus familiares, con acciones también de capacitación que las prepararan para el cambio y les facilitara su inclusión”, argumenta.

Esfuerzos similares y, con plausibles resultados, desarrollan en la provincia de Granma, donde desde el 2014 comenzó a implementarse el proyecto con cooperación extranjera: Desarrollo rural sostenible para la soberanía alimentaria, el cual tuvo entre sus ejes transversales el tema género, explicó Alberto Moreno Reyes, su coordinador.

“El beneficio no fue solo económico, sino social, ya que se incorporó paulatinamente la familia a esta forma de gestión. Eran amas de casa, a veces discriminadas por no poseer ingresos propios”, remarca Moreno Reyes.

En ambos territorios tales programas han contribuido, además, a la preparación de las mujeres de nuestros campos para asumir nuevos, interesantes y prometedores roles, incluso en el caso tunero, con participación en diversos eventos internacionales, tanto dentro como fuera de Cuba.

No obstante, en opinión de Trinidad Sierra Zambrano, vicepresidenta de la cátedra de Estudios sobre la Mujer, en Granma, “aún no hemos desmantelado el patriarcado porque este se entretejió y se halla institucionalizado desde la propia familia. Las mujeres pueden tener autonomía productiva, pero no económica, y para empoderarse deben tenerse ambas”.

El protagonismo

Aunque quedan obstáculos por vencer en el tránsito hacia el completo empoderamiento de la mujer rural, es una incuestionable realidad que ellas van ocupando un protagonismo cada vez mayor.

Es común encontrarlas en ejercicio pleno de sus derechos en disímiles formas productivas: CCS, CPA y UBPC, en las cuales se desempeñan con voluntad y entrega, en rudas labores o en cargos de dirección.

“En nuestra UBPC –la San Roque, municipio tunero de Puerto Padre— contamos con 14 obreras vinculadas directamente a tareas agropecuarias que son decisivas, y lo hacen con tremendo interés”, dice Maritza Pompa Pérez, secretaria general de la sección sindical.

“Fíjese si es así, que el trabajo es duro, pero lo que más les preocupa es que en medio de tanta sequía no puedan utilizar el agua de un río cercano, porque no le han electrificado el sistema de riego que sigue inutilizado. Ellas solo piden condiciones para trabajar más y tener mejores resultados”, enfatiza Maritza.

Solo en Las Tunas el sistema de la agricultura ocupa unas 2 mil 900 mujeres y en el sector agroazucarero más de 300, quienes demuestran la valía de los esfuerzos institucionales que se realizan para su empoderamiento real.

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