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Rejuvenece Giselle… con rostros de estreno

Por Ismael S. Albelo

Dos fines de semana devolvieron a los  amantes del Ballet Nacional de Cuba esa  cumbre de la danza de todos los tiempos,  Giselle, esta vez con nuevos bailarines  encargados de asumir los protagónicos  de este ícono del romanticismo. 

Claudia García en Giselle. Foto: Nancy Reyes

 

Bailar Giselle con el Ballet Nacional  de Cuba y en el Gran Teatro  de La Habana Alicia Alonso es casi  un desafío, tanto por el prestigio de  su escenario, por la trascendencia  de la producción de la compañía, y  –sin duda, en primer lugar– por haber  tenido a nuestra prima ballerina  assoluta como la mejor intérprete  del rol titular en el siglo XX.

Una vez más la dirección de la  agrupación danzaria apostó por los  jóvenes y, como era de esperar, la selección  de los nuevos intérpretes fue la  adecuada. La escuela cubana de ballet  continúa preparando talentos que pasan,  en breve tiempo, de meras esperanzas  a contundentes realidades.

En el papel del guardabosques  Hilarión debutó Julio Blanes, quien  regresó a la compañía después de un  período en otros proyectos danzarios.  Aunque comenzó su actuación con  cierto estatismo poco creíble para un  rudo campesino enamorado, fue asimilando  el personaje para llegar al final  del primer acto con una certera imagen  de angustia, dolor y arrepentimiento,  mientras que en el segundo acto ya se  le vio convencido de su propia historia.

Grettel Morejón y Rafael Quenedit en Giselle. Foto: Gabriel Dávalos

 

Otros estrenos estuvieron en la  Reina de las willis, asumidos por  Claudia García y Glenda García. Ambas  iniciaron sus entradas deslizándose  en un rapidísimo pas de bourée que  arrancó aplausos de la audiencia y estuvieron  impuestas de su caracterización.  Claudia derrochó virtuosismo en  sus amplios saltos, mientras Glenda  una elegante e impositiva presencia.

Tres muy jóvenes Albrecht aparecieron  en esta temporada: Patricio  Revé, con muy poca experiencia escénica,  se mostró como todo un profesional,  cuidadoso en los matices, sincero,  ajeno a los nervios que debieron  acompañarlo, no solo por tratarse de  un debut, sino por bailar con la muy  experimentada Viengsay Valdés; Raúl  Abreu, impresionante en su dramatismo,  cortés partenaire de Sadaise  Arencibia y de impactante imagen  de danseur noble; y Rafael Quenedit,  desenfadado como falso campesino,  enérgico en la lucha por su amor y desolado  ante la pérdida definitiva de su  amada devorada por la sepultura. El  personaje de Albrecht requiere, como  quizás otros papeles masculinos del  romanticismo, un fuerte componente  dramático, tanto o más que el desempeño  técnico, que en todos los estrenos  no demeritó el elemento actoral,  casi asegurado dada la preparación  académica de los bailarines. Todos  salvaron sin escollos las dificultades  técnicas de la coreografía.

Por último, hay que hablar de la  nueva Giselle del firmamento del Ballet  Nacional de Cuba: Grettel Morejón,  la más reciente primera bailarina.  Interpretar este rol en Cuba y con  nuestra compañía es un reto definitivo,  como una graduación universitaria  en el país, y sortearlo con éxito es un  doctorado. Igual que sus compañeros,  la Morejón resultó una Giselle convincente:  alegre y dispuesta desde su entrada  a escena, débil pero firme ante su  contrincante en el amor hacia el falso  Loys, naturalista en la interpretación  cumbre de la locura, con matices muy  personales que le otorgaron una nueva  faceta al tradicional discurso coreográfico,  y un acto sobrenatural con esa  necesaria sensación de vuelo resuelta  y creíble. Grettel ha triunfado, ¡nació  una nueva Giselle en Cuba!

Ahora, es preciso preservar la  acción de responsabilizar a los noveles  talentos con estos retos, rejuvenecer  el rostro de la obra que  Alicia Alonso creó “para que Giselle  no muera”, quitándole el polvo  de los años y acercándola a los patrones  contemporáneos, que puede  conservarse el romanticismo en el  siglo de la Internet y el wifi, y evitar  que este clásico ballet pase a ser una  pieza de museo.

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