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La bandera más bella que existe

Ni siquiera sé cómo llegó al periódico, venía dentro de un sobre amarillo, solo con las referencias de nuestro nombre y del remitente. Perfectamente doblada, con el olor propio de las cosas nuevas. De seguro que el doctor Roberto Pavón, profesor del poblado de San Germán, en la provincia de Holguín, la puso en muy buenas manos, porque así lo merecía tan noble acción.

Ni siquiera sé cómo llegó al periódico, venía dentro de un sobre amarillo, solo con las referencias de nuestro nombre y del remitente.

 

Cuando la secretaria del equipo me hizo entrega del presente, me emocioné. No había palabras, ni siquiera un pequeño mensaje y no hacía falta: ahí estaba nuestra bandera cubana, ¡la bandera más bella que existe!

 

Por supuesto, recordé esos versos tan hermosos que pueden hasta sacarnos las lágrimas. No sé a ustedes, pero el poema Mi bandera, escrito por Bonifacio Byrne, que antes aprendíamos de memoria, me llegó tan profundamente al corazón que anidó ahí y es parte de la sangre que lo alimenta.

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella/ que no ha sido jamás mercenaria,/ y en la cual resplandece una estrella, /con más luz cuando más solitaria, así dice una de las estrofas de la conocida poesía. Y es que esta se hizo con tanto amor y fervor patriótico que de ese acto sublime no podía salir más que una obra inmensa, venerada y defendida por los siglos.

 

A la idea y diseño propuesto por Narciso López se unió el talento del poeta y dibujante Miguel Teurbe Tolón. Pero fue Emilia Teurbe Tolón, la esposa de Miguel, la que cosió la primera bandera, en la que prevalecían armónicamente tres colores: rojo, azul y blanco.

 

Fue precisamente Narciso López quien la mostró por primera vez el 19 de mayo de 1850 en la ciudad de Cárdenas, provincia de Matanzas cuando inició una insurrección, que fracasó y que lo llevó al fusilamiento por las fuerzas españolas.

 

Luego de que la bandera de la estrella solitaria fuera adoptada por los mambises como su estandarte, el 11 de abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, se convirtió en la insignia de los cubanos en los campos de batalla.

 

Desde entonces, ¿cuántas veces la alzaron en el combate? Caía un abanderado y otro la sostenía. Así, aquel 24 de febrero, cuando se reinició la guerra de independencia, la bandera estaba lista también para empezar su contienda, no había combate con gloria si no estaba presente. El 11 de abril de 1895 acompañó al Generalísimo Máximo Gómez y a José Martí en el desembarco por Playitas. Ya el primer día de ese mes, el Mayor General Antonio Maceo, subordinado al General Flor Crombet, había desembarcado por Duaba: la enseña nacional y el amor por la independencia eran las estrellas que los guiaban y unían.

 

Y de nuevo, de las manos de mujeres mambisas, unas bajo la sombra de bohíos y cuevas, o desde el destierro, salieron los estandartes que acompañaron a los mambises en los campos de batalla. En los años gloriosos del Ejército Rebelde nunca faltó, guiándoles en el camino hacia la libertad e independencia.

 

Hoy, algunos, bajo la globalización de la cultura, pretenden ignorar la fuerza de los símbolos e imponer otros. Pero la bandera se reafirma, pervive, con esa aura que la ha hecho mantenerse así por los siglos de los siglos. Han pasado las modas, se transforman las tecnologías, un robot puede hacer múltiples faenas y ya se cuestiona hasta la sobrevivencia del libro de papel, ¡la bandera vive! Ha estado incólume por todos los tiempos.

 

Coincido con Eusebio Leal en que la bandera no puede ser empleada como un delantal. Merece y merecerá por siempre el respeto de todas las generaciones, pero para que así sea hay que hacerla crecer en los corazones de quienes ahora son niñas y niños.

Lloran los deportistas cuando subidos al podio para recibir una medalla de oro, escuchan las notas del himno nacional y ven cómo izan la enseña nacional; en las competencias internacionales, muy lejos de la nación querida, a veces se ve a aquellos que sostienen en sus manos una bandera cubana, como diciendo, miren, aquí hay un pedacito de nuestro archipiélago.

 

Por todas esas razones, el gesto del profesor Pavón me hizo llorar. Fueron lágrimas de agradecimiento, de esta cubana que en la vorágine del siglo XXI cree, como Bonifacio Byrne que esta es la “bandera más bella que existe” y también la más amada.

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