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Béisbol, una pasión que no morirá nunca

Es sabido que la historia de los pueblos guarda relación con aspectos de la más diversa naturaleza. No se trata de sumatorias frías ni de repeticiones estériles. La memoria de una nación solo puede ser construida sobre pilares que reflejen anhelos y realizaciones de las grandes mayorías. Los imaginarios colectivos no son obra del azar sino que brotan de valores genuinos cultivados a lo largo de muchos años.

Algunos se aferran a identificar  la cultura –afortunadamente son los menos- únicamente desde su dimensión artística y literaria. Con esa postura ignoran que ella solo es posible asumirla como huella del devenir humano. Esa convicción hizo que nos propusiéramos a comienzos de este milenio trabajar intensamente por dotar a nuestros ciudadanos de una sólida cultura general integral.

No se trató nunca de quien cantara, bailara o pintara más, sino de propiciar las herramientas necesarias para desentrañar la esencia de fenómenos complejos, a partir de la sensibilidad hacia múltiples ramas de la creación humana. Esa idea, lejos de ser una utopía, adquiere hoy particular vigencia.

Dicha mirada confluyente nos permite apreciar el calado e impacto de manifestaciones relacionadas con diferentes ámbitos. ¿Podría alguien desconocer, por ejemplo, la significación de la rumba, el arte culinario, las tradiciones orales o la pelota para nuestro pueblo? ¿No es la Serie Nacional de Béisbol, que se prolonga prácticamente a diario durante más de cinco meses a lo largo y ancho del archipiélago, el principal espectáculo sociocultural en predios domésticos?

En varios de estos asuntos medité en la tarde del 18 de febrero, al participar en una de las tantas actividades programadas como parte de la vigesimosexta Feria Internacional de Libro, la cual moviliza a decenas de miles de cubanos en cada una de sus jornadas. En el Pabellón Cuba, en medio del ajetreo inherente a la convergencia de proyectos diversos, Ediciones Loynaz presentó el texto Inmortales del Béisbol Cubano, del profesor pinareño Juan Antonio Martínez de Osaba Goenaga.

Osaba presentando su texto escoltado por Alfonso López y Bernal Castellanos. Foto del autor.

La obra es un estudio acucioso sobre todos los jugadores electos al Salón de la Fama del Béisbol Cubano, desde la creación del mismo en 1939. En las 262 páginas del libro preparado por el sello vueltabajero aparecen semblanzas, estadísticas y numerosas anécdotas vinculadas con los 65 peloteros escogidos para engrosar el selecto grupo, hasta 1960, último año en que funcionó el proceso mediante el cual se seleccionaban a los mejores exponentes del país en dicha disciplina.

Luego de un prolongado impase, en noviembre del 2014 un grupo de “entusiastas” de la pelota antillana, entre los cuales se encontraban historiadores, periodistas, aficionados, coleccionistas y aficionados, logró que se refundara el mencionado Salón, escogiendo entonces a diez figuras emblemáticas, cinco de ellas de la etapa anterior a las Series Nacionales. En el 2015 otros tres fueron añadidos. De todos ellos se leen aspectos trascendentes, escritos desde una prosa elegante  -alejada de las posiciones maniqueas con que suelen abordarse empresas de esta naturaleza- que nos retrata a los homenajeados desde su condición humana.

Los escogidos en el 2014, quienes forjaron sus hazañas antes de que el Comandante en Jefe Fidel Castro inaugurara la I Serie Nacional el 14 de enero de 1962, son Esteban Bellán, Conrado Marrero, El Guájiro de Laberinto; Orestes Miñoso, Camilo Pascual y Amado Maestri, considerado el símbolo de los umpires cubanos. Luis Giraldo Casanova, El Señor Pelotero; Omar Linares, El Niño; Braudilio Vinent, El Meteoro de la Maya; Antonio Muñoz, El Gigante del Escambray y Orestes Kindelán, El León de la Montaña, recibieron también el voto de los especialistas.

Un año más tarde fueron distinguidos Luis Tiant, el Tiante; el tercer latino con más vitorias en las Grandes Ligas (229); Guillermo Miranda, Willie, torpedero estelar a la defensa con el Almendares y quien militó en los Yanquis de Nueva York “a partir del 12 de junio de 1953 en una época dorada en la historia de ese equipo” y Pedro Luis Lazo, El Rascacielos de Cuba, serpentinero más ganador en los eventos nacionales con 257 sonrisas.

El texto aporta, asimismo, una mirada sumamente útil sobre el desempeño de Martin Dihigo, El Inmortal; Atanasio Tany Pérez; el locutor Rafael Felo Ramírez, conocido como el Señor de la palabra; José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro y Cristóbal Torriente, El Bambino de Cuba, únicas figuras nacidas en la Mayor de las Antillas exaltadas a Cooperstown.

De igual manera se añade similar propósito con Alejandro Pompez, quien nació en 1890 en Cayo Hueso, hijo de padres cubanos, y actuara como empresario, director y promotor del béisbol antillano allende nuestros mares, llegando a ocupar además la vicepresidencia de la Liga Nacional Negra en Estados Unidos. Pompez organizó, entre otros empeños, los Cuban Stars a mediados de 1916 y los New York Cubans, elenco en el que tuvo papel decisivo desde la fundación en 1935 hasta su desaparición en 1950.

En las páginas de Inmortales… se incluyen también a los siete jugadores blancos que están en el Hall of Fame estadounidense por sus resultados en las Grandes Ligas, y que actuaron en algún momento dentro de la Liga Profesional Cubana. El autor aporta en todos los casos los equipos antillanos en los que se desenvolvieron y el año de su elección a esa instancia norteamericana.

Esa tarea la extiende a los 28 peloteros que brillaron dentro de las denominadas Ligas Negras (que igualmente desfilaron por el principal torneo cubano) y que años más tarde fueron incorporados al Salón de la Fama de la Major League Baseball (MLB) producto, en casi la totalidad de los casos, de la labor de Comités Especiales, pues a partir de la discriminación racial imperante en sus etapas como deportistas no pudieron incursionar en la Gran Carpa.

El autor precisa, por ejemplo, como Roy Campanella se convirtió, en 1969, en el primer negro electo a Cooperstown de los que jugaron en Cuba y pudieron llegar a las Grandes Ligas, algo que, desde esa misma condición, correspondió después a Leroy Robert Paige, simplemente Satchel Paige dentro de los diamantes (1971) y Monford Merril Irvin, Monte Irvin para la afición, en 1973.  Campanella vistió los colores de los Tigres del Marianao, en 1943-1944; Paige lo hizo con los Leopardos del Santa Clara en 1929-1930 e Irvin defendió la franela de los Alacranes del Almendares en las temporadas 1947-1948 y 1948-1949.

Osaba, apoyándose en varios textos escritos por autores estadounidenses, comienza su trabajo desmontando lo que algunos llaman “El mito de Cooperstown”. “El general Abner Doubleday no llegó a interiorizar que, por obra y gracia del nacionalismo, se había elevado considerablemente su celebridad al ser considerado el descubridor del béisbol, más la verdad se impuso para dar paso a Alexander Joy Cartwright y otros. La esencia de aquella fábula estuvo signada por una aseveración: ´En 1839, Doubleday fundó el béisbol en la localidad neoyorquina de Cooperstown´ (…) Pero lo cierto es que ´Abner Doubleday no inventó el béisbol; el béisbol inventó a Abner Doubleday”. [1]

En la presentación del texto el Dr. Félix Julio Alfonso López, con importantes investigaciones en la materia, reconoció el valor del estudio de Osaba y la necesidad de su divulgación, especialmente entre los jóvenes. Refiriéndose al momento en que irrumpe el Salón de la Fama del Béisbol Cubano, en 1939, explicó que ello tuvo lugar dentro del proceso de cambio por el que atravesaba el país, el cual varios historiadores catalogan de “nacionalización del estado burgués surgido desde 1902”.

“Muchas personas ven en lo ocurrido en Cuba un mimetismo con respecto al surgimiento del Salón de la Fama de Cooperstown. No es así. El nuestro es una creación de los periodistas cubanos, a partir de una necesidad de nuestro béisbol que ya entonces formaba parte inseparable del pueblo. No es casual que cuando se revisa el listado de los primeros peloteros que fueron exaltados nos percatamos que sobresalen los del siglo XIX, con independencia de que sus números no eran tan destacados, al menos teniendo en cuenta los estándares establecidos para ello. Ahora ¿por qué están ahí? La respuesta la encontramos en que son los provenientes de la manigua. Forman parte ya del imaginario popular. Ellos son los Emilio Sabourín, Alfredo Arcaño o Carlos Maciá. El nacionalismo cubano es el que impulsa, más que las estadísticas de esos jugadores, su inclusión al proyecto que emergía”, expresó.

“Llama la atención igualmente que son incluidos peloteros negros como José de la Caridad Méndez y Gervasio Strike González, en una república que era excluyente y discriminatoria. Ello revela la fuerza que posee la pelota a nivel popular. Es algo que marca el nacimiento de esa institución: la presencia de los mambises del siglo XIX y la incorporación de hombres negros de procedencia muy humilde, con extraordinarias actuaciones en los terrenos de juego”, remarcó. [2]

“Quisimos que el del 2014 fuera continuidad del anterior. Queríamos reconocernos en esa historia, para que no existieran hiatos en una esfera que es parte inseparable de nuestra identidad. Pese a la nobleza de la idea no hemos logrado que tuviera raíces profundas para mantenerse en el tiempo. Es algo que debemos solucionar de manera definitiva. La principal virtud de este libro es que rescata este acervo y lo pone al día, al igual que trata de despertar la conciencia sobre dicho tema. Estamos a tiempo de que se retome una propuesta de esa envergadura”, añadió.

“Nos duele ver a niños que compran afiches de Messi y Cristiano Ronaldo mientras no existen siquiera fotos de los peloteros cubanos. Cuando  pequeño el mayor regalo para mí era un guante raído, una pelota enteipada y un bate con mango roto. Ahora en los parques los niños patean balones pero no aparecen los bates y las pelotas. No podemos dejar que mueran nuestras tradiciones”, finalizó.

Lo esencial es que los pequeños continuén acercándose a nuestra rica historia. Foto del autor

Muchos de estos asuntos también fueron abordados por Osaba. “No pueden existir baches dentro de nuestra rica historia.  Eso nos inspiró a escribir este libro. No es una biografía de ningún jugador pero si aparecen las cuestiones principales de todas esas luminarias, para que el pueblo disfrute cada semblanza.  El trabajo que desplegamos en el 2014 tenía como propósito que emergiera con toda su fuerza el colosal legado que nos acompaña en esta actividad. Para mí es un honor muy grande estar con ustedes aquí. Agradezco todo el apoyo que me brindó la familia y muchos amigos. Este resultado les pertenece a ustedes”.

Rafael A. Bernal Castellanos, editor y prologuista del texto, usó igualmente de la palabra. En la cubierta del mismo se encuentra un bello cuadro del pintor Reynerio Tamayo Fonseca, quien posee una vasta obra plástica consagrada a nuestro pasatiempo nacional y el cual presentará próximamente una exposición, a propósito del IV Clásico Mundial de Béisbol.  El libro cuenta con fotografías de todas esas leyendas, así como relaciona una detallada bibliografía, lo que le otorga valor adicional a las reflexiones y guarismos contenidos en él.[3]

Martínez de Osaba y Goenaga, nacido en Pinar del Río en 1947, es un destacado ensayista, crítico y promotor cultural que ostenta demás la condición de Profesor Titular y Consultante de la Universidad de la más occidental de las provincias cubanas. Es autor de una profusa obra relacionada con el deporte cubano y varios de sus más relevantes exponentes.  Dentro de esa producción literaria descuellan diversos volúmenes consagrados al béisbol, uno de sus grandes amores.

Es autor de los libros El Señor pelotero (1998, 1999, 2011), dedicado a Luis Giraldo Casanova; El Niño Linares (2002, 2003) que recrea la trayectoria de Omar Linares Izquierdo, el jugador más destacado de la pelota revolucionaria; Cosas de la pelota (De Cooperstown a Las Minas) 2002; Cultura física y deporte: Génesis, evolución y desarrollo (Hasta la Inglaterra del siglo XIX) 2003, 2006 y Evolución y desarrollo del deporte (Del siglo XIX hasta Sídney 2000) 2004.

En el 2006 vio la luz Nosotros los peloteros, mientras que en el 2008 apareció Pequeña Enciclopedia Olímpica y de la Cultura Física. Completan su quehacer investigativo textos de gran alcance como Mitos y realidades de la pelota cubana (2009); Pedro Luis Lazo. El Rascacielos de Cuba (2010, 2015) y Alfonso Urquiola. Caballero del diamante (2014); Enciclopedia Biográfica del Béisbol Cubano I (2015). Tres artículos suyos fueron incluidos en Con las bases llenas. Béisbol, historia y revolución (2008).

En el 2003 obtuvo el Premio Internacional Teobol e Ingeniero Alejo Peralta, Puebla, México. Es asiduo colaborador en páginas cubanas, norteamericanas y mexicanas de Internet. Sus narraciones han sido publicadas asimismo en las revistas Catauro Cubano, La Jiribilla, Cauce y Podium. Mantuvo al aire por varios años el programa Almanaque Deportivo, de Radio Guamá. Colabora también con Tele Pinar y es miembro de la UNEAC.

El autor es Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] Prosigue explicando el especialista vueltabajero: “El salón de la Fama fue inaugurado el 12 de junio de 1939, por la Fundación Clark, una organización privada ubicada en Cooperstown, con dinero de la empresa Singer, fabricante de máquinas de coser. La Fundación trataba de atraer turistas a Cooperstown, una pequeña ciudad que se vio afectada por la Gran Depresión, que diezmó la industria del turismo, y por la Ley Seca, que destruyó la industria del lúpulo en el pueblo. La leyenda que cuenta que Abner Doubleday, un héroe de la guerra civil estadounidense, inventó el béisbol en Cooperstown, ayudó a la popularidad del salón en sus primeros años, aunque muchas personas dudan de la historia. Los primeros exaltados, en 1936, fueron los jardineros Ty Cobb y Babe Ruth, el torpedero Honus Wagner, así como los lanzadores Christy Mathewson y Walter Johnson. Ellos acumularon méritos más que suficientes. A partir de esa fecha habitan en sus departamentos más de trescientas celebridades, entre miles posibles”.  Juan Martínez de Osaba y Goenaga: Inmortales del béisbol cubano, Ediciones Loynaz, 2016, pp. 9-10.

[2] “La elección al salón de la Fama estaba a cargo de los cronistas deportivos en activo y también de algunos jubilados escogidos, así como por asesores de la pelota profesional cubana. Los primeros diez jugadores electos fueron: Luis Bustamante (Anguila), José de la Caridad Méndez (El Diamante Negro), Antonio María García (El Inglés), Gervasio González (Strike), Armando Marsans, Valentín González (Sirique), Rafael Almeida (Mike),  Cristóbal Torriente (El Bambino de Cuba), Adolfo Luján y Carlos Royer (Bebé). Ya para 1941 se agregaron Alfredo Arcaño, José Muñoz (Joseíto), Regino García (Mamelo) y Emilio Sabourín”. Inmortales…Ob.cit., p. 47.

[3] El interés de nuestros más relevantes artistas por reflejar la significación de la pelota en trabajos pictóricos empleando diferentes formatos y técnicas tiene larga data. En una rápida revisión sobre el tema encontramos, en una primera etapa, obras como Deme media Tropical, de Jaime Valls (1920); Babe Ruth, de Conrado W. Massaguer (1930); Fermín Guerra y Adolfo Luque, ambas de 1950, en el creyón de Eladio Rivadulla Martínez y El Loquito en el estadio del Cerro, de René de la Nuez (1957). Luego del triunfo revolucionario de 1959 dicha temática cobró aún mayor fuerza, unido a que además de las figuras establecidas se incorporaron nuevos profesionales de las artes plásticas, formados a partir de la apertura de Escuelas de Arte en todo el país. Sobresalen en esta línea la escultura Juego de pelota taíno (1962) de la emblemática Rita Longa; La muerte en pelota (1966) de Antonia Eiriz; Explicación de un out (1973), de César Leal; Redonda y viene en caja cuadrada (1979) de Antonio Pérez (Ñiko); Deporte nacional (1982), de Eduardo Muñoz Basch; En tres y dos (1985), de Constante Diego (Rapi); ¿Hasta cuándo la pelota? (1985) de Lesbia Vent Dumois; Las dos opciones (1991), de Orestes Castro y Díptico (1992) de Pedro Pablo Oliva. En lo que respecta al presente milenio llaman la atención, entre otras, Dos bolas y un strike, de Vicente Bonachea; Por aquí no pasa nada, de Rafael Pérez; En tres y dos, de Eduardo Roca (Choco); El mundo en pelota, de Ever Fonseca; Deporte nacional, de Javier Guerra; La bola se va, de Sándor González; Home, Sweet home, de Eduardo Abela y Home rum, de Juan Moreira, todas ellas del 2002; A Roberto González pertenece Home moon y a Julio César Peña Jugada apretada, las dos del 2007. Entre las que han tenido mayor divulgación de Reynerio Tamayo Fonseca se encuentran Clásicos del Base Ball (2006); Pesadilla cubana (2012);  El cuarto bate y Hit by pitch, las dos últimas del 2013 y Esteban Bellán, del 2014. Entre los textos que se dedican a examinar estos asuntos considero uno de la más abarcadores El béisbol en la plástica y la gráfica cubanas, de Jorge R. Bermúdez, preparada por ArteCubano Ediciones, en el 2016.

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