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Encantos sobre las grietas

Ramón Barreras Ferrán y Rodny Alcolea Olivares

Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. (Mario Benedetti)

 

 

 

                                           Arelis Alba Coba. Foto: Miguel Ángel Sánchez.

 

Su nombre es Arelis Alba Coba. Nació el 2 de mayo de 1972 en Baracoa. Es Licenciada en Periodismo y ocupa la responsabilidad de jefa de Información y Programación de la emisora CMDX, La Voz del Toa, en ese territorio del oriente cubano.

Dicho solo así, estas líneas no despertarían el interés que pretendemos. Pero si a la presentación le agregamos que durante el paso del poderoso huracán Matthew y la interrupción de las vías de acceso y comunicación fue gracias a un equipo de trabajo de esa estación radial y a su cuenta en la red social Twitter (@labaracoesa) que el mundo, a través de Internet, pudo conocer las primeras informaciones e imágenes de lo que sucedía y lo que finalmente aconteció, entonces toma otro matiz.

Aunque algunos piensan que el paso de Matthew ya es historia, quienes lo sintieron sobre ellos, sus hogares y centros laborales durante seis horas continuas con vientos endemoniados y un mar que quería tragárselo todo, aseguran que lo ocurrido está ─y estará por mucho tiempo─ en sus mentes y sus almas.

Muestra de ello es que han pasado tres meses del azote del ciclón y en la memoria de Arelis ─como en la de todos los baracoenses─ están frescos los recuerdos porque son imborrables.

Nos acercamos a ella en busca de detalles desde la óptima aguzadora de una experimentada periodista, de lo ocurrido y también del estado actual de la recuperación.

Y la dejamos contar, sin interrupciones, porque no fueron necesarias.

Lo peor

“Lo peor no fue escuchar el rugido aterrador del viento, sentir estremecerse el concreto bajo una fuerza descomunal e inédita; ver, aun en medio del negro absoluto, porque el miedo no necesita ojos para otear en derredor, el quejido de las columnas resquebrajadas, el silbido de las tejas troceando el aire, el estruendo de las paredes desplomándose, el sabor salobre de las gotas desprendidas de las olas y arrastradas calles adentro, la voz del caos amenazando tragarse todo… Fue difícil no saber cómo contener la imaginación desbocada componiendo a retazos lo que la oscuridad intentaba ocultar, sin conseguirlo… la incertidumbre, el susto permanente, el corazón oprimido por la gente cercana que quedó, quien sabe dónde, quien sabe cómo, a merced de su propia suerte”.

“Fue la angustia de un amanecer demorado hasta el infinito; despertar de una pesadilla hacia otra pesadilla, aún más siniestra sabiendo que esta vez no alcanzaba con retener el aliento y esperar. Constatar que los presagios más pesimistas habían quedado pequeños, reducidos a tristes amagos de pitonisa inexperta e ingenua. Perder de súbito todo el verde y mirar hasta el cansancio la inmensidad pintada de gris muerte. Intentar encontrar el camino a casa en una dimensión diferente, abrirse paso entre el amasijo de destrozos, en medio de un paisaje retorcido y grotesco, con la sensación de estar en un lugar desconocido; no identificar el barrio donde vives, los lugares que a diario transitas como si de pronto hubieses despertado en un mundo virtual y extraño, recreado por la macabra mente de un ilusionista. El desconcierto de no saber nada cierto, cual si hubiesen cambiado todas las coordenadas a tu alrededor”.

Sobrevino el milagro

 “Lo más fácil fue refugiarse en el trabajo para burlar el espanto, dejar que los temores escaparan en forma de palabras y se fueran a recorrer el país y el mundo para saciar la sed de mirar el horror desde ojos ajenos y un mismo corazón compartido. Sin alardes de estoicismo como quien sabe que solo hace lo que corresponde hacer”.

“Resultó difícil sobreponerse al estupor. Encontrar esas reservas escondidas tan profundo en el alma que no somos siquiera conscientes de que existen hasta que tenemos que sacarlas con las garras. Levantarse, limpiar las heridas, comenzar a andar con la mirada puesta en el día después. Y fue entonces que sobrevino el milagro. Las voces que desde el otro lado del muro huracanado nos acompañaron a capear el temporal se convirtieron en carne y hueso y manos, muchas manos hacendosas decididas a restaurar la esperanza”.

“Fue así como se desterraron los despojos: escombros y basura, cables retorcidos, árboles arrancados… Y los dioses, vestidos con overoles azules, dijeron: ¡hágase la luz! Y la luz se hizo otra vez y supimos con la alegría del que recupera un bien preciado que la luz era buena. Y otros ángeles, llegados de todas partes, abrieron carreteras, trajeron de vuelta las comunicaciones perdidas, cargaron comida y cobija”.

“La naturaleza, que enfurecida arremetió sin compasión contra el paraíso que ella misma había acunado en este apartado rincón del mundo, quiso redimirse dejando correr su llanto sobre la tierra adolorida. No lo entendimos bien sus hijos al maldecir la lluvia pertinaz que se enseñoreó en estos lares hasta mucho tiempo después; pero sí la bebieron con avidez las plantas, el suelo, las aves e insectos sobrevivientes que pronto volvieron a entonar brotes y cantos para celebrar la vida”.

El encanto

 “Hoy Baracoa, aunque no lo parezca, sigue siendo la misma. Quedan las cicatrices y algunas venas abiertas, pero aun así conserva su encanto. Está su gente, sencilla y agradecida. Está intacto su espíritu ancestral. Es inamovible su magia de guerrera del tiempo, invencible ante los avatares del destino. Conserva la fuerza que la ha hecho sobrevivir durante siglos sin perder su arraigo”.

“Los árboles volverán a crecer algún día; se levantarán viejas y nuevas moradas; los campos producirán otra vez frutos; el sabor del coco, el aroma del café y el cacao deleitarán los paladares y ensalzarán el orgullo baracoense”.

“Porque ─no lo duden─ esa que vieron antes maltrecha, esa que ven ahora convaleciente de sus desgarros, sigue siendo la primera en el tiempo, la Ciudad Primada de Cuba. Baracoa…, que sigue siendo la misma”.

 

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