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Reinaldo: el mejor machetero de Cuba

Entrevista al compañero Reynaldo Castro Yedra Heroe Nacional del Trabajo de la Republica de Cuba (cañero) Lugar:Pueblo de Calimete Fecha:7-2-2005 Fotos: César A. RodriguezREALIZADA:07/02/2005 ORIGINALES:REYNALDOCASTRO3 FUENTE:TRABAJADORES FOTOGRAFO:RODRIGUEZ, CESAR OBSERVACIONES:HEROE DEL TRABAJO DE LA REPUBLICA DE CUBA/SINDICATOS/SNTA/CASTRO YEDRA, REYNALDO

Foto: César A. Rodríguez

 

Reinaldo Castro Yebra no supo lo que era jugar a los trompos ni a los pistoleros, no tuvo bolas ni empinó papalotes de pequeño. “Mi parque fue la sabana y mi juego la guataca”, expresa.

Había nacido el 2 de enero de 1941 en Calimete, en un barracón a pocos metros de un cañaveral cercano al Hanábana —donde vivió Martí de niño—. “Mi ombligo me lo cortó Inés Argüelles, una negra machetera que mandaron a buscar al cañaveral para que le hiciera ese trabajo a mi mamá, quien entonces tuvo la convicción de que el destino del vejigo que había parido no se podría separar nunca más de la caña”.

Y todo se le cumplió a la pobre mujer, porque ya con 11 años ningún machetero cortaba más caña que Reinaldo y a los 18 le sacaba dos por uno al mejor de los picadores que pudiera aparecer por Calimete y los pueblos aledaños.

Siempre fue muy corpulento y nadie sabía el por qué, pues ciertamente lo que más tuvo Reinaldo fue miseria, y fue tanta, que en su casa no había letrina y el orinal que existía era para la vieja y su hermana. “Los varones teníamos que ir al campo a hacerlo todo; y de toallas ni hablar, porque la que había era por si algún día teníamos que llamar al médico”.

A pesar de todo, la madre mantuvo siempre la secreta esperanza de que su hijo más chiquito algún día pudiera lanzarse al mundo y hacer algo de fortuna. Pero Reinaldo siempre la hizo quedar mal, porque aunque se hizo “millonario” como cortador de caña, nunca ha tenido en sus bolsillos más fortuna que la que puede ganar por su nómina un trabajador agrícola.

Eso sí, ha recorrido bastante mundo con sus visitas a más de 20 países, pero siempre retorna a su terruño más preciado, donde hasta las piedras pueden dar fe de las leyendas e imaginerías, de las fábulas y realidades que todos le atribuyen.

Reinaldo el machetero

Pudiera decirse que con la Primera Zafra del Pueblo, Reinaldo comienza a ser Reinaldo Castro y a ser conocido más allá de los límites de Calimete. Su fama fue creciendo día a día y ese año, en 1962, lo llevan al central Ignacio Agramonte, en Florida, Camagüey, y lo presentan como un cortador de mil arrobas para normas técnicas y alzadas a mano.

Pocos creyeron lo que decían y alguien vociferó que eso lo tenía que probar por cañaverales del país y no en el terruño matancero.

“Yo me negué, y dije que tenían que venir a verme a Calimete, pero el jefe de mi grupo me dijo que teníamos que quitarnos la etiqueta de mentirosos y tuve que irme a Oriente a demostrar lo que hacía todos los días”.

La demostración fue en Contramaestre. “Llegamos allá a las cuatro de la mañana y a las seis, ya estaba en el corte. Me dieron una caña mala, de no más de 40 mil arrobas por caballería, pero a las ocho horas ya tenía las mil arrobas. ¡Aquello fue el acabose! Me dieron 500 pesos como premio y esa fue mi primera donación a la Federación de Mujeres Cubanas. Ya perdí la cuenta de las donaciones que he hecho a esa organización”.

En Jaronú repitió lo de las mil arrobas, pero allí, contra la voluntad de los haitianos, pues estos creían que los iban a obligar a cortar esa cantidad.

A fines de abril de ese año le dicen que ya no tenía que probar nada más y lo traen a La Habana. “Yo tenía 21 años y nunca había venido a la capital. Me hospedaron en el Hotel Colina y a los dos días me llevaron para el Habana Libre. Cuando yo vi aquella habitación me volví como loco y dije que yo no podía dormir en una sábana tan blanquita. ¿Y sabe usted una cosa? Dormí en una butaca y al día siguiente me di tres o cuatro baños, pues yo me creía que estaba lleno de tierra.

“Regresé a mi pueblo, y como la zafra se había terminado, empecé a sembrar, abonar y a fumigar caña y cuando estoy de lo más embullado, unos técnicos checos me regalaron un tractor con todos sus aditamentos. Ese equipo lo doné a la granja Enrique Noda, donde yo trabajaba”.

En la otra zafra promedió mil 362 arrobas de caña cortada para normas técnicas y alzadas a mano, algo que al decir popular no lo podía hacer un ser humano. Pero Reinaldo sí, y con tal naturalidad, que para muchos aunque lo estuvieran viendo, era mentira. Hacía fácil lo difícil y simple lo extraordinario.

“Ese año se hizo en Calimete una competencia provincial, pero yo me oponía porque creía que en un día no se podía medir la grandeza de un machetero. Corté mil 328 arrobas en ocho horas y gané la competencia y el derecho a ir a la nacional, que fue en el central Héctor Molina, donde piqué 2 mil 308 arrobas en ocho horas, pero no las tuve que alzar. En la última hora derribé 480 arrobas.

“Allí estaba el Che, quien se pasó toda la tarde en mi corte y no dejaba de observarme. Me miraba como si me estuviera calculando. Yo creo que me estaba estudiando, porque ya él tenía en la mente lo de la combinada cañera”.

Esa fue la mejor época de Reinaldo machetero, los tiempos en que estuvo 72 horas continuas cortando caña quemada, cuando alcanzó —en 1964— el título honorífico de Héroe Nacional del Trabajo, el primero que la conquistó en el país. Fueron los momentos en que impuso récords ya imposibles de superar: 5 mil arrobas para corte australiano y 3 mil para normas técnicas sin alzarlas a mano, ambas hazañas en una jornada de trabajo.

Digo que fue su mejor época, porque a partir de 1965 aumentaron las tareas de dirección y ya no podía picar caña como antes. En 1964 lo nombran jefe de la brigada Camilo Cienfuegos, con la que cortó un millón 912 mil arrobas en una zafra, “pero como aún no estaba creado el Movimiento Millonario no nos reconocieron nunca como los primeros en cortar más de un millón en el país”. En 1965 lo ponen de jefe de todas las brigadas de macheteros de Matanzas.

Guajiro tosco, pero sacrificado

La vida de Reinaldo no es solo la de un extraordinario cortador de caña. Es una historia hermosa, sencilla y, a la vez, tremenda. En 1959 no sabía ni leer ni escribir, pues nunca había terminado ningún grado. “Si la memoria no me engaña, y eso es imposible porque recuerdo toda mi vida desde que tenía dos años, fui 12 veces a la escuela en tres años… El maestro daba mucho golpe, era muy malo, y eso me encendía la sangre. Además, yo me pasaba el día trabajando en el campo y no tenía tiempo para las libretas. En aquel momento yo era un guajiro tosco y bruto”.

Pero llegó la alfabetización y con ella su día de querer aprender. Fue la primera vez que se enamoró y era tanta la apretadera en su pecho cada vez que veía a la alfabetizadora que un día hasta le cogió las manitas. Y rememora ese enamoramiento y las cartas que la joven le enviaba después.

“Pero mima no me las entregaba, porque decía que me iba a perder con aquella zoncera que yo tenía”, recuerda y se ríe a carcajadas de las cosas que le deparó la vida.

Más tarde, a la par de las responsabilidades, le llegó la necesidad de estudiar. Y como era muy sacrificado, las cosas no le fueron mal. Sin haber ido a la escuela podía sacar cuentas empíricamente y bastante gente creía que sabía mucho. “En la primera Escuela del Partido a la que asistí saqué cuatro semestres en un año y la Licenciatura en Ciencias Sociales la hice en 1977”.

Mi mayor orgullo es serle fiel a Fidel

Si le preguntan no sabría decir el por qué, pero lo cierto es que ocupó cargos de muy alta responsabilidad en el país. “Diputado y miembro del Consejo de Estado, integrante del Comité Central del Partido y otros muchos puestos. Yo no sé cómo, pero siempre cumplía, al igual que con las más de 100 tareas que Fidel me ha encomendado personalmente.

“La primera fue aquella vez en que me indicó ir a las provincias orientales a enseñar a cortar caña para normas técnicas, y otra, cuando me mandó a la Unión Soviética para esperar a Tamayo, el cosmonauta, cuando llegó a la Tierra”.

Y ese es su mayor orgullo, el serle fiel a Fidel. “Tiene que ser así porque es lo más grande que ha dado Cuba y además, porque  procedemos del mismo lugar. Mi padre también es de Galicia, provincia de Lugo, de donde es el padre del Comandante”.

Muchos se preguntan por qué se habrá jubilado con solo 60 años, y Reinaldo tiene varias razones: “desde hace mucho ando mal de la columna y como yo voy a seguir trabajando hasta que me muera, quise donar voluntariamente a la Revolución este tiempito que me queda”.

Cuentero profesional, como algunos le llaman, Reinaldo puede pasar horas y horas contando las más inverosímiles anécdotas. Hoy usted lo puede encontrar en cualquier lugar de la provincia de Matanzas, dando una receta médica en un programa de radio o labrando el pedacito de tierra que tiene detrás de la casa que se ganó en una competencia.

Casi con la despedida me hace una confesión: “El mejor machetero que yo conocí fue Justo Gutiérrez, de Villa Clara. Y siempre me pregunto cómo Justo no es también Héroe Nacional del Trabajo”, dice.

¿Mejor machetero que tú?, pregunto. Sonríe y enarca sus muy pobladas cejas. No responde, y parecería recordar a los que aún no creen lo que podía hacer Reinaldo cuando machete en mano se metía en un cañaveral.

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