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El Titán de Bronce que no pudieron derribar

El general Antonio, como le llamamos los cubanos, estuvo entre los primeros que en 1868 se levantaron en armas para conquistar la independencia
El general Antonio, como le llamamos los cubanos, estuvo entre los primeros que en 1868 se levantaron en armas para conquistar la independencia

A la metrópoli española el nombre de Antonio Maceo le infundía pavor. Con absoluto temor a su bravura como genio militar y  desprecio a su admirable talento político, los enemigos del Lugarteniente General del Ejército Libertador lo tildaban como “feroz cabecilla”.

El general  Antonio, como le llamamos los cubanos, estuvo entre los primeros que en 1868 se levantaron en armas para conquistar la independencia.

Su intransigencia revolucionaria al rechazar una propuesta de paz deshonrosa hecha por España luego de 10 años de duro batallar en los campos de Cuba, la ascendente trayectoria como guerrero ganada con el filo de su espada y la extraordinaria hazaña de conducir lo que en nuestra historia se conoce como la Invasión de Oriente a Occidente, son hechos que revelan la hombradía del Titán de Bronce.

El 7 de diciembre de 1896 una bala lo derribó para siempre. La acción en la que sucumbió ocurrió en las cercanías de La Habana cuando una columna   enemiga, que días antes él había ordenado seguir y hostigar, irrumpió en las inmediaciones del campamento donde acampaban los insurrectos.

El anuncio de su muerte desató una estruendosa euforia entre los elementos más reaccionarios del régimen imperante en la isla y los traidores a la causa independentista.

Al día siguiente circuló por todo el país un telegrama oficial dando a conocer que “el cabecilla Antonio Maceo (…) ha sido muerto por la columna Cirujeda en brillante combate ayer”.

A la par de la champaña y el repique de campanas, el 8 de diciembre el Diario de la Marina, vocero de lo más reaccionario de la tiranía española y de cubanos traidores, colmaba de elogios al comandante Cirujeda, “el héroe del día, el bravo militar cuyo nombre se halla en los labios de todos, como la hazaña realizada por la incansable columna  de su mando circula de boca en boca…”

Lo que significaba Maceo para la España opresora quedó expresado en las informaciones procedentes de ese país y publicadas por ese periódico. Un despacho fechado en Madrid expresaba: “Continúa el entusiasmo por la muerte del cabecilla Maceo. Reina una extraordinaria animación en los círculos políticos”.

Otro cable desde esa ciudad anunciaba: “El comandante Cirujeda será ascendido a teniente coronel por propuestas anteriores y por la acción en que murió Maceo, ascenderá al empleo de coronel”.

Para la metrópoli europea, la caída en combate del Titán de Bronce aceleraba el final de la lucha independentista en Cuba. Eso y más creyeron sus enemigos, pero se equivocaban.

Si bien la desaparición física del legendario héroe fue un duro golpe para las huestes libertadoras cubanas, la guerra no menguó ni un ápice. Las cargas al machete de la caballería insurgente —que tanto espanto les provocaba a las bien entrenadas y armadas fuerzas españolas— volverían a hacerles morder el polvo de la derrota.

El pensamiento político de Antonio Maceo, el antimperialismo que lo   caracterizó y la firmeza de sus principios continuaron guiando a los revolucionarios cubanos más allá de aquella epopeya  libertaria.

Hoy  su ideario permanece indeleble frente a un enemigo que persiste en allanar el camino emprendido desde 1959 y convertirnos, como siempre ha añorado, en una neocolonia.

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