Icono del sitio Trabajadores

 “Era lo menos que podíamos hacer”

Emilia Georgina Alfonso, de 110 años, y su hija Gladys González Alfonso. | foto: Agustín Borrego
Emilia Georgina Alfonso, de 110 años, y su hija Gladys González Alfonso.Foto: Agustín Borrego

Rumbo a la Plaza de la Revolución José Martí, conduciendo en una maltrecha silla de ruedas a su anciana madre, encontramos a Gladys González Alfonso. Iba zigzagueando, entre el mar de personas que hallaba a su paso.

—¿Cómo puedo llegar más fácil? Es que mi madre quiere despedirse de Fidel— me preguntó.

—No va a ser sencillo —le respondí—, son muchas las personas, pero de seguro, dije mirando a la abuela, cuya vista se perdía entre la multitud, la gente será solidaria y te dejará pasar. ¿Cuántos años tiene tu mamá?

Entonces fue mi sorpresa: “Se llama Emilia Georgina Alfonso y tiene 110 años, los cumplió el 5 de abril. Ella siempre ha querido mucho al Comandante; gracias a él no mataron a mi padre, quien fue dirigente  sindical”. Ahí me atrapó la curiosidad, en sus manos sostenía una foto de su papá, Leopoldo González Farré, compañero de luchas de Jesús Menéndez.

“Él trabajaba en el antiguo central Ramona, hoy Quintín Bandera, en Villa Clara, allí comenzó sus luchas por el bienestar de los azucareros; participó en congresos y mítines, y fue de los primeros en integrar, luego del triunfo de la Revolución, el Movimiento Millonario.

“Después del Primero de Enero, supimos que a mi padre le iban a asesinar por comunista” —me muestra la vieja foto.

Apartados, bajo la sombra de uno de los árboles que están en la avenida que da paso a la histórica Plaza, conversamos. Según Gladys, en un inicio le dijo a su mamá que Fidel estaba muy enfermo, para que no se impresionara, ya después le contó la triste realidad. “Siempre estábamos pendientes de él, de su salud; a veces demoraba en salir en la televisión y decíamos: ay, Dios mío, ¿le habrá pasado algo?. A veces regaban ‘bolas’. Y yo le decía a mi mamá, el día que le ocurra algo, Raúl lo va a decir enseguida”.

La centenaria mujer, quien reside en el Cerro, puede leer y hasta ensartar una aguja, pero ha perdido casi la audición, y es preciso hablar alto para que escuche.

Sin embargo, pudo decir perfectamente “quiero mucho a Fidel, y los cubanos le deben todo lo alcanzado”. Ella en lo particular, cuenta Gladys, sufrió bastante durante la dictadura. De sus 13 hijos perdió a una de las hembras, Esther, ya que el médico del poblado no quiso ir a visitarlos “porque ahí vivía un comunista”. Una noche incendiaron su humilde hogar, que era de madera, y no perdieron las vidas porque los vecinos los auxiliaron.

“Durante un tiempo mi madre dio clases; después fue costurera en el central, allí cosía sacos de azúcar, luego se dedicó a criar hijos, eran muchos. Pero todo fue más fácil después que llegó Fidel”.

Gladys también tiene su historia

A las razones de su madre, por ir a la Plaza y rendir tributo al querido líder, están las de la propia Gladys. Cuenta esta cubana, nacida en junio de 1945, que tuvo la suerte de ver cerca a Fidel en más de una oportunidad.

“Alfabeticé en la Ciénaga de Zapata, en un lugar llamado El Maíz, entre Buena Ventura y Santo Tomás. Allí Fidel fue a hacer una donación para los niños, casi no reaccioné de tan impresionada que estaba.

“Casualmente después lo volví a ver, un domingo, en el Criadero de Cocodrilos, de ese hermoso paraje matancero. Yo estaba vestida con mi uniforme y parece que eso le llamó la atención, se acercó, preguntó qué hacíamos por allí y nos recomendó que tuviéramos cuidado.

“Junto a Fidel hemos crecido, no solo de tamaño, sino de espíritu, durante todos estos años. Hoy nuestro deber era estar aquí, no importa el tiempo que tenga que demorar para llegar hasta el Memorial”, acotó. Así las dejé, camino a la Plaza de todos los cubanos, a la Plaza de Martí y de Fidel. Más tarde Gladys me lo confirmó: “Llegamos hasta el Memorial José Martí, rendimos tributo al Comandante en Jefe, era lo menos que podíamos hacer”

Compartir...
Salir de la versión móvil