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¡Sonó bien!

¿Se han puesto a pensar en la cantidad de cantantes profesionales “establecidos” que no hubieran podido competir con los concursantes de Sonando en Cuba? No hay que saber mucho de música para darse cuenta de la calidad de estos muchachos, algunos de los cuales —la mayoría— tienen ya los suficientes merecimientos para hacer carrera.

¿Alguien puede poner en duda la extraordinaria riqueza de la música cubana? Claro que no hacía falta un programa de televisión para comprobarlo, pero para muchos televidentes —particularmente los más jóvenes— tiene que haber sido una experiencia reveladora.

Ahí están dos de las claves del éxito del concurso que acaba de concluir por Cubavisión: buenos cantantes, buena selección musical. En años de exagerada exaltación de cantantes (¿cantantes?) que se distinguen mucho más por su imagen que por sus valores vocales, hay que agradecer esta hornada de valiosos intérpretes, gente que puede asumir desde expresiones bailables hasta clásicos de la canción. Y lo mejor: están comenzando.

Que el gran protagonista haya sido el acervo nacional en sus disímiles aristas constituye un ejemplar acierto, justo ahora en que urge consolidar referentes culturales.

Algunos han señalado que el programa reprodujo “acríticamente” esquemas de la televisión más comercial. Es cierto que hay claras semejanzas con propuestas internacionales, muchas de ellas sostenidas por el más chato interés mercantil. Pero en televisión y en todo el arte el formato nunca es definitorio: lo que valoriza es la manera en que se asume.

Solo la oportunidad de disfrutar de excelentes temas de nuestro patrimonio musical, muchas veces con interesantes arreglos y concepciones vocales, ya le otorgaría a Sonando en Cuba suficientes méritos.

Pero además, y esto no es secundario, no se renunció a la buena factura. La espectacularidad, siempre y cuando no se base en la pura tontería, tiene que ser carta de presentación de nuestros grandes musicales.

Pocas veces la Televisión Cubana ha transmitido un programa tan vistoso, con decorados tan elegantes, tan bien iluminado, con tan efectivo trabajo en el diseño gráfico… y sin que fueran necesarios exagerados y aparatosos despliegues.

Elementos que algunos subestiman, como el vestuario, el maquillaje y la peluquería, alcanzaron aquí niveles inusuales en nuestras producciones. Quizás parezca frívolo, pero no hay que desdeñar el buen efecto en el público de una cantante bien vestida.

Claro que no todo es perfecto: en algunas entregas se rompió la ilusión del programa en vivo (el escenario donde acaba de tocar una orquesta no puede aparecer vacío cinco segundos después); no fueron del todo aprovechadas las entrevistas a destacados músicos; y quizás hubiera sido mejor un poco más de teoría a la hora de valorar el desempeño de los concursantes.

Pero lo cierto es que Sonando en Cuba sonó muy bien, se vio muy bien. Ojalá que se convierta en elemento dinamizador de la programación musical de nuestra televisión. Mucha falta que nos hace.

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