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De un barbudo, su sonrisa

Por Elizabeth Carvajal Suárez, estudiante de Periodismo

Un tabaco en la sonrisa, 27 años, los ojos hinchados de alegría, el cuerpo delgado, la barba espesa. Donde no quedaba terreno para la diversión, lo hallaba a él en los libros de historia, en las tardes de repaso, en los recuerdos de la infancia…

La presencia de Camilo me acompañaba al río, en los días de pañoleta y flores. Conmigo todos los niños del Sierra Maestra, localidad del municipio capitalino de Boyeros, que como yo esperaban el momento de recordarlo un día como hoy.

Él era para nosotros más que heroísmo, firmeza, valentía. Esos adjetivos y calificativos que respondimos en las primeras evaluaciones. Era más que hechos, fechas o discursos; aunque para nosotros hubiese sido difícil de definir, porque Camilo era y formaba parte ya de nuestra identidad como escuela, localidad, país, personas.

Con el tiempo no dejó de mencionarse. Los matutinos encontraron donde prosperar. Hasta que una tarde de martes, una de esas gracias del destino desempolvó y lustró una foto vieja, de aquel, el de la canción olvidada, esa que hablaba de un sombrero alón, una gran sonrisa y un gran corazón.

Eran tiempos de preparación. Mi camino se dirigía a las puertas de la universidad, y mientras otros luchaban por memorizar los ordena cronológicamente, una maestra hilaba la historia de una forma diferente en una casa de La Habana. Contaba a cinco adolescentes la narración en presente de jóvenes cubanos reales y cercanos, que solamente el tiempo tenía la facultad de alejar.

Comenzó un día el repaso:

-Camilo Cienfuegos Gorriarán, el último de los expedicionarios elegido para integrar el grupo que partiría hacia Cuba en el yate Granma.

El asombro nos invadió, parecía ironía. La historia tomaba matices y al escuchar los porqués la cara se nos inundó de risa.

–Camilo “chivaba” mucho, y Fidel necesitaba hombres serios. Pero otros compañeros que lo conocían dieron su voto de confianza por él; y el 25 de noviembre de 1956 partió de México como uno de los 82 hombres a bordo de la pequeña embarcación.

Los cuentos llovieron durante la hora siguiente. La persona sonriente que miraba desde el libro se me antojó vital; en alguien que encontraría caminando por ahí, en alguna calle. Y así sucedió, porque el imaginario que heredé de las aguas cubanas cada 28 de octubre, durante mis 18 años, dictaba que el recordarlo, significa tener presente a un hombre de pueblo; alguien capaz de salirse en cualquier momento de los libros de Historia de Cuba para abrazarme.

 

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