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Mucho más que un pasatiempo

No pocas personas consideran que el arte y la literatura son cuestiones secundarias, puro complemento recreativo en el contexto socioeconómico contemporáneo.

A la cultura, asumida de hecho en su más estrecho perfil, le otorgan en todo caso una función lúdica, perfectamente prescindible a la hora de concebir y consolidar los proyectos y modelos de desarrollo.

Es un prejuicio que alcanza incluso a entes decisores, que terminan por menospreciar el rol del arte en la conformación de una identidad nacional.

Sin identidad no se puede hablar de independencia y soberanía, eso lo saben muy bien los teóricos de la más burda y decidida globalización.

Hay una guerra concreta y sangrienta, llevada a cabo mediante las bombas y la metralla, que en buena medida persigue el control de las riquezas naturales, aunque a primera vista se debata en la contradicción de formas de asumir la política.

Es caldo de cultivo y al mismo tiempo consecuencia de tantos males que asolan al mundo: el hambre, la desigualdad, la falta de educación, el terrorismo…

Pero hay otra guerra mucho más silenciosa y al mismo tiempo más extendida: la cultural.

Está claro que todas las guerras tienen un trasfondo cultural, pero la de los símbolos no suele tener víctimas mortales: lo que se pone en juego es el acervo de los pueblos.

En el fondo está el dinero. Cuando desde los grandes centros del poder mundial se “bombardea” con productos de la llamada cultura chatarra (subcultura, dicen algunos), no se hace sencillamente con la inocente pretensión de divertir: se están estableciendo paradigmas de consumismo y adormecimiento intelectual, que son los que convienen al gran mercado.

Ahí radica la importancia de la inmensa industria del entretenimiento, que va de la mano de un gigantesco aparato publicitario.

Pecan de cándidos los que piensan que no hay una sólida columna de pensamiento tras esa “invasión”, por más que parezcan tontas sus expresiones concretas.

El más efectivo valladar de los pueblos es la promoción y defensa de auténticos valores culturales, que devienen garantía de resistencia y reafirmación.

La cultura no será nunca una cuestión menor.

Sin asumir torpes posiciones propagandísticas y doctrinales, que son por fuerza ajenas al ejercicio creativo, el arte y la literatura pueden y deben participar en el debate público. Sin cepos ni castrantes limitaciones, con responsabilidad y vocación integradora.

Junto al trabajo, la cultura es la conquista mayor de la humanidad, es la maravillosa huella del hombre sobre la tierra.

Gracias a su cultura (entendida, ahora sí, en su más amplio espectro) el ser humano va más allá de los límites de la mera existencia. Es el único testimonio de nuestro devenir.

Todo ese patrimonio no puede ser circunscrito a una función puramente ornamental.

José Martí, el más universal de los cubanos (gran suerte la de este país: su principal prócer es también uno de sus más grandes poetas y pensadores), lo explicitó en una frase que lamentablemente a muchos les suena ahora a pura consigna: “Ser culto es el único modo de ser libre”.

Cuba tiene ahora mismo el desafío de solidificar (y en buena medida crear) una base productiva. De acuerdo, la economía tiene que ser prioridad, pues deviene sostén del proyecto nacional.

Pero no solo la economía: la cultura no puede ser rehén de concepciones mercantilistas que a la larga la relegarán al mero y desmovilizador divertimento.

De esa manera la entienden hoy por hoy no pocos de nuestros compatriotas, muchos de ellos jóvenes. La apatía y la falta de compromiso ganan espacios. El desafío es fomentar un diálogo que honre nuestra gesta libertaria, que siempre bebió de las tradiciones de un pueblo creador.

No fructificará desde la prohibición o la imposición, mucho menos desde una visión esquemática, utilitaria y chovinista del arte y la literatura. Eso lo saben los artistas.

Este 20 de octubre celebraremos el Día de la Cultura Cubana. Hagámoslo con el convencimiento de que es un festejo que nos aúna a todos. Porque algo queda claro: nadie vive al margen de su cultura. Defenderla es una decisión de supervivencia.

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