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Naborí renacido de nuevo en San Miguel

Escritores y repentistas, así como creadores de otras manifestaciones, rindieron homenaje a Naborí en su municipio natal. Foto: Liana María Serra Felipe
Escritores y repentistas, así como creadores de otras manifestaciones, rindieron homenaje a Naborí en su municipio natal. Foto: Liana María Serra Felipe

 

Esa mañana el verano neblineaba en el Parque Naborí, que nos anuncia el arribo a sus predios de infancia. Cerca del muro con el perfil del bardo, el follaje del entorno se movía como en caricia, tal si presintiera que, al mediodía, una nueva metaforización de la feliz complicidad entre hombre y árbol nos sería revelada.

Como cada año, el querido poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí (1922-2005), Héroe del Trabajo de la República de Cuba y Premio Nacional de Literatura, además de recibir numerosos tributos en Cuba e Iberoamérica, volvió a nacer en San Miguel del Padrón con la ofrenda artística de su tierra natal, en las vísperas de su cumpleaños, 30 de septiembre, Día de la décima iberoamericana.

El homenaje se materializó, entre otros, con el acostumbrado encuentro literario organizado en ese territorio, como parte del programa previsto en La Habana por las entidades decimísticas con motivo de la efeméride. El Museo Ernest Hemingway, en la localidad sanmiguelina de San Francisco de Paula, acogió la cita, a cargo de la filial municipal del Grupo Ala Décima —presidida por la poetisa Bertha María Gómez—, en representación de esa agrupación nacional adscrita al Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado (CIDVI), con la participación de sus directivos y junto a instituciones y organizaciones del municipio.

Emotivo en particular resultó el mano a mano poético entre el escritor Antonio Borrego (a la izquierda en la imagen) y el repentista Luis Paz Esquivel. Foto: Liana María Serra Felipe

 

En ese contexto se realizó la premiación del concurso que lleva su nombre —el único certamen en que se compite glosando versos del emblemático autor de Viajera peninsular…—, cuyo principal lauro mereció esta vez Olimpia Pombal Duarte (Remedios, Villa Clara, 1935), mediante un hermoso poema con la estructura tradicional del romance, tan cercano a la décima, y que lleva por título Hombre y árbol, obra en la cual recreó los versos del texto naboriano Romance del árbol.

La ganadora del certamen se jubiló en 1998 tras 40 años de vida laboral, más de 15 de ellos en la Empresa Cárnica Villa Clara, en cuya sección sindical de jubilados —perteneciente al actual Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Alimentaria y la Pesca— se mantiene como afiliada activa. Justamente en el quehacer cultural del movimiento sindical tuvo, muchos años atrás, sus primeros reconocimientos literarios, en el concurso Pedro Marrero, que auspiciaba ese sindicato.

El jurado del VIII concurso nacional de glosas Jesús Orta Ruiz, integrado por los reconocidos poetas Antonio Borrego Aguilera (como presidente), Reyna Esperanza Cruz y Karel Leyva Ferrer, concedió además cuatro menciones, a las obras presentadas por los escritores José Antonio Vilaseca (La Habana), Kiuder Yero Torres (Holguín), Carlos Agustín Viamontes (Camagüey) y Guillermo Echevarría (Pinar del Río).

Olimpia Pombal, Premio del VIII concurso nacional de glosas Jesús Orta Ruiz. Foto: Cortesía de Mariana Pérez.

Al encuentro asistió una representación de la familia de Naborí, encabezada por su hija, la escritora Alba Orta Pérez, que entregó el galardón principal. Antes de la premiación, la investigadora María Eugenia Azcuy, quien fuera asistenta literaria del poeta, recordó ampliamente su trascendencia en el panorama sociocultural contemporáneo, y fue reconocida la valía del quehacer sostenido de la filial de Ala Décima en San Miguel en favor de la preservación de su legado, lo cual fue subrayado también por Antonio Borrego al leer el acta del jurado.

La dirección y los trabajadores del Museo Ernest Hemingway brindaron a la tertulia un inestimable respaldo, así como creadores residentes en el municipio que cedieron obras de artes plásticas, entre ellos Daimer Reyes, recién venido desde Santiago de Cuba a residir en el territorio. La apoyatura musical a la cita llegó en la voz de José Luis Arango, cantante de la agrupación de Pachito Alonso, y la presencia de la décima se extendió en numerosas lecturas, entre ellas de Antonio Borrego en un mano a mano con una improvisación del también destacado poeta Luis Paz Esquivel, Papillo, director del CIDVI, para que estuvieran representadas las dos vertientes que Naborí puso en alto por igual: la escrita y la oral repentizada.

La principal laureada en el certamen, Olimpia Pombal Duarte, tiene publicados, entre otros, los libros de poesía para niños Con alas de seda (Editorial Capiro, 2004) y Diario del Zoo (Editorial Sed de Belleza, 2010). Es una fiel contertulia de La décima es un árbol, que conduce en Santa Clara Mariana Pérez Pérez, ganadora de este certamen en el 2014. Olimpia cuenta con numerosos reconocimientos en concursos provinciales y nacionales, entre ellos el de tema erótico en el XVI concurso nacional Ala Décima —premiado en febrero de este año— con su cuaderno Quiero que vengas ayer. Con el poema Hombre y árbol, merecedor de este VIII Premio nacional de glosas Jesús Orta Ruiz, nos hace repensar Olimpia el tema antes poetizado por Naborí:

 

El hombre es un árbol móvil

de fuertes y añosos brazos

que sueñan tocar el cielo

antes que llegue el ocaso

y el día olvide sus luces.

El árbol, un hombre atado

al tiempo que lo aprisiona,

mide los vientos y espacios.

En la magia de la noche

a veces se escucha un llanto;

lloran los troncos nudosos

la savia de sus reclamos,

y se esparce en verde luz

la hojarasca de un milagro.

Los árboles viejos tienen

oídos y ojos abstractos;

oyen y ven, como el hombre,

el deambular de los astros.

Igual que el hombre poseen

barbas como los ancianos;

arriba el cielo los guarda,

la tierra es su lecho abajo,

y son amables abuelos

que no convocan agravios

y no olvidan los contornos

de la brisa y de los pájaros.

Cuando el monte se despierta

siempre sucede algo extraño:

los sonidos se entrelazan

y el bosque es otro más grávido.

No hay nada más parecido

que las yerbas en un prado

y en un río el agua viva.

Entre el bosque y los humanos

hay una audaz semejanza:

sienten, sufren, son exactos,

y en la muerte, cuando van

del mundo al inmenso osario,

sólo importa que se funden,

da igual sembrar un presagio

que el esqueleto de un hombre

y el esqueleto de un árbol.

 

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