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Fidel, un deportista extraclase

Hassan Pérez Casabona

Fidel durante la Olimpiada Mundial de Ajedrez, celebrada en La Habana en 1966.

Aunque muchas veces un gran acontecimiento hace que no reparemos en determinadas cuestiones, lo cierto es que justipreciar los pequeños detalles que giran en torno al hecho principal es algo de enorme valor, especialmente si dicho ejercicio nos garantiza atrapar la dimensión más íntima de los protagonistas que en el intervienen.

Amante del deporte desde la niñez, siempre me impresionó la manera espontánea en que nuestros atletas dedicaban sus medallas al Comandante en Jefe. Ese comportamiento, en realidad, es uno de los grandes sellos distintivos, por lo auténtico de aquellas expresiones, relacionado con las proezas de los deportistas cubanos en los más exigentes escenarios de cualquier latitud.

Hay tanta organicidad en esas aseveraciones (identificar al líder de la revolución como hacedor principal de los éxitos en la esfera atlética) que, personas procedentes de los más variados sectores de todas las latitudes se estremecían, ante la ligadura especial entre una figura política y los campeones de cada disciplina.

Observando dichas imágenes cargadas de simbolismo –incluyendo la consolidación en el tiempo de ese sentimiento-  crecimos varias generaciones de cubanos. Bastaría una rápida revisión de algunos hitos en el ámbito de la cultura física, alcanzados desde el 1ero de enero de 1959, para corroborar que en ellos, invariablemente, Fidel adquirió en lo más hondo del alma de esos hombres y mujeres, la condición singular de actor protagónico.

Da igual que broten las declaraciones de los participantes en la fenomenal travesía marítima del “Cerro Pelado”; o que escuchemos nuevamente al matancero Gaspar el “Curro” Pérez, luego del triunfo beisbolero en el Estadio Quisqueya en 1969; o al espirituano José Antonio Huelga, vestido de héroe desde la lomita en el Mundial de Cartagena en 1970; o al saltador Pedro Pérez Dueñas, estampando un  año màs tarde el primer récord mundial posterior al triunfo, con su estirón felino de 17, 40 metros durante los Juegos Panamericanos de Cali.

Fidel también es un amante del fútbol.

O que surjan ante nuestros ojos una vez más Teófilo Stevenson derrotando a Duane Bobick, la “Esperanza Blanca”, en la cita olímpica de Múnich 1972; Alberto Juantorena entrando con el corazón a la meta cuatro años más tarde en Montreal, con un espectacular doblete dorado en 400 y 800 metros, jamás conseguido por otro corredor bajo los cinco aros; la baracoense María Caridad Colón, espantando a las rivales con un “jabalinazo” galáctico, en Moscú 1980; Javier Sotomayor sobrepasando los 2, 45 metros de altura (convirtiéndose en el ser humano que, impulsado por sus propios pies, más cerca ha estado de las estrellas), o  los peloteros que realizaron la hazaña de llegar a la final en el I Clásico Mundial, en el 2006, encantando con su juego alegre a expertos y aficionados de todos los confines porque, como vaticinó Carlos Tabares, dejaron la piel sobre el terreno.

Da igual, sencillamente, ya que en todos los casos, antes y después, Fidel formó parte de esas victorias. No por decreto u orientación de ninguna clase, sino emergiendo potente en el lenguaje de cada quien (revestido de las más disímiles cadencias y estilos) en el instante en que jóvenes humildes de San Antonio a Maisí coronaban los esfuerzos de un vida, dedicada a los exigentes entrenamientos que impone la alta competición.

Casi sin respirar, jadeantes por el esfuerzo supremo que los condujo al estrellato y con la voz entrecortada (otorgándole mayor dramatismo a la confesión) personas de carne y hueso compartían su alegría no solo con familiares y entrenadores, sino con un ser humano al que identificaban cercano y pendiente, desde la enorme responsabilidad de conducir los destinos de un pueblo en revolución.

Ahora bien, dicha conexión no surgió por gracia divina. Ella es resultado genuino de una comunicación permanente entre un hombre excepcional y los representantes del movimiento deportivo antillano, en todas sus instancias.

El 29 de enero de 1959 (apenas dos semanas antes, exactamente el 13 de enero, creó la Dirección General de Deportes) Fidel planteó que habría que llevar esa actividad tan lejos como fuera posible. Desde entonces no solo impulsó los programas encaminados a dicho propósito, sino que acompañó la ejecución de los mismos con tal intensidad que, dentro del sector, fue visto con impresionante familiaridad.

Fue así que recorrió estadios en construcción, se reunió dentro de las instalaciones y  terrenos con atletas, entrenadores, fisioterapeutas,  médicos, comisionados, activistas de los consejos voluntarios o miembros de las peñas deportivas; jugó baloncesto o voleibol con estudiantes de las escuelas en el campo que empezaban a surgir (con el mismo entusiasmo que lo distinguió en su época de atleta brillante en el Colegio de Belén y la Universidad de La Habana), o bateó la primera bola, entre incontables actividades, inaugurando los torneos beisboleros.

Fidel jugando tenis de mesa a principios de la Revolución.

Fueron proféticas, en ese sentido, sus palabras el 14 de enero de 1962, momento en que echó andar la I Serie Nacional de Béisbol (no solo la competición atlética doméstica de mayor relieve sino el evento sociocultural de más profundo calado en nuestros predios) de que había triunfado la pelota libre sobre la esclava.

Sacando tiempo de dónde no existía, el Comandante en Jefe dedicó decenas de madrugadas a jugar en la Ciudad Deportiva con varias de las más prominentes figuras de los aros y encestes, encuentros en los que también participaron otros dirigentes del país.

Cuántas veces Tomás el “Jabao” Herrera, Miguelito Calderón, Ruperto Herrera o Juan Roca dejaron testimonio sobre el orgullo inigualable que representó para esa generación dorada del baloncesto antillano (que conquistó el bronce en Múnich 1972 y el cuarto escaño en el Campeonato Mundial de Puerto Rico en 1974, los resultados de mayor alcance en la historia de esa disciplina) compartir la cancha con Fidel.

Hay dos pasajes relacionados con esta esfera, sin embargo, que colocaron a nuestro líder en la cúspide, a nivel de todo el pueblo, porque reflejaron en toda magnitud su extraordinario humanismo.

Hablo del momento en que prácticamente no salió del Hospital Hermanos Ameijeiras, mientras estuvo ingresada Ana Fidelia Quirot en 1993, debido a las graves heridas sufridas por un accidente hogareño, y cuando visitó y no perdió detalles sobre el pelotero Juan Padilla, quien perdió la visión en un ojo por un traumatismo, el día de las madres del año 2000.

No en balde la “Tormenta del Caribe” dijo entre lágrimas, cuando ganó el oro en las dos vueltas al óvalo en el Mundial de Gotemburgo en 1995, que esa medalla era de Fidel. La santiaguera repetiría la hazaña dos años más tardes, en la cita del orbe de Atenas y fueron exactas sus valoraciones.

Padilla, por su parte, nunca olvida la decisión del Comandante de que él participara como uno más con el conjunto que intervino en la olimpiada de Sídney 2000; o su invitación como parte de las glorias deportivas que viajaron a Venezuela, en octubre del propio año, para jugar con el inolvidable Comandante Hugo Chávez Fías, en el estadio de la ciudad de Barquisimeto.

Más de una vez el legendario camarero capitalino (mentor en varias temporadas del conjunto Metropolitanos y que secundó a Javier Méndez en la dirección de Industriales) confesó que: “Fidel me salvó la vida”.

Ese nexo entre nuestro líder invencible y los atletas que ponen en alto el nombre de la Patria se agiganta con el tiempo. Alcanzaría, para corroborarlo, mencionar solo las declaraciones de dos monarcas en Río de Janeiro.

Mijaín López a la llegada a su natal Herradura, luego de su fabulosa victoria sin que le marcaran un punto en los 130 kg de la lucha grecorromana, tercera corona al hilo del vueltabajero bajo los cinco aros, fue enfático en su intervención.

Fidel conversa en el barco Cerro Pelado con los deportistas que participaron en aquella delegación histórica.

Arropado por su pueblo, el cinco veces mandamás universal y también abanderado de la comitiva nacional a la Ciudad Maravillosa, dijo que dedicaba su triunfo a Fidel, en su 90 cumpleaños. “No pude estar acá, para celebrar junto a él, pero pienso que cumplí ganando la medalla de oro y dándole el alegrón que merece”. [1]

Arlen López, titular en los 75 kg dentro del boxeo, reveló idéntico sentimiento. El guantanamero de potente pegada, ha sido carta de triunfo en cuanto torneo participa, desde que se impuso en los Centroamericanos de Veracruz en el 2014. Un año más tarde hizo los mismo en los Panamericanos de Toronto y el Campeonato Mundial de Doha, antesalas de su formidable desempeño dentro de las instalaciones cariocas.

En la comodidad de su hogar en el Guaso, López realizó un comentario que demuestra fehacientemente la manera en que nuestros atletas perciben al líder histórico de la Revolución. Ante la pregunta de que si era importante para él ser campeón olímpico, respondió: “No tanto para mí. Yo lo que sí estoy muy contento porque sé que el Comandante en Jefe, aunque no me lo haya dicho, está muy orgulloso de mí. Cuando escuché el Himno Nacional y vi mi bandera en lo más alto, casi lloro de satisfacción, pero por el Comandante en Jefe, que es una de mis razones de vivir y luchar por ser cada vez mejor.

“Es un ejemplo de dedicación al deporte y a este país que uno ama tanto, es puro amor y pensamiento positivo por una causa. Alegrar el corazón de un hombre así, que siempre ha sido y será el corazón de Cuba, me hace sentir muy contento. Es un triunfo que también dedico a Guantánamo, que es tierra de buenos boxeadores y de un pueblo que ama ese deporte”. [2]

 [1] Ronald Suárez Rivas: “Todo lo que hago es por mi pueblo”, Granma, jueves 25 de agosto de 2016, p. 7.

[2] Haydée León Moya: “El hijo que una madre se dejó `robar´”, Juventud Rebelde, viernes 2 de septiembre de 2016, p. 04.

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