Una escuela “sabrosa y útil”

Una escuela “sabrosa y útil”

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Un acontecimiento popular tiene lugar hoy en nuestro país: el comienzo  de un nuevo curso escolar, que aquí se expresa en la felicidad  de millones de niños, adolescentes y jóvenes en las aulas y  miles de maestros y profesores dedicados a la más noble de las  profesiones.

Tal y como lo han reiterado las autoridades del sector en los últimos  días en los medios de comunicación, están creadas y garantizadas  las condiciones indispensables, básicas. De esta manera,  en la educación general, a las adecuaciones puestas en práctica  desde hace dos cursos, se suma ahora el desarrollo del tercer proceso  de perfeccionamiento, el cual incluye la revisión de planes  y programas de estudio, orientaciones metodológicas y libros de  texto.

Otro tanto ocurre en la Educación Superior, donde las transformaciones  implementadas en el curso pasado, sobre todo para  mejorar el acceso a las universidades, han arrojado —entre otros  aspectos— un mayor otorgamiento de carreras, especialmente  en la modalidad del curso por encuentros, al compararse con los  últimos cinco años, como explicó el viernes último el ministro del  ramo José Ramón Saborido Loidi.

Al margen de esto, un elemento fundamental que requiere la  máxima atención y prioridad son los maestros, “alma de la escuela”,  como se ha dicho más de una vez. Por ello, hoy la columna va  dirigida a quienes a diario —no sin afrontar y enfrentar dificultades—  cumplen la honrosa tarea de formar a las nuevas generaciones  de cubanos.  ¿Qué educadores necesitan hoy nuestros estudiantes?

¿Qué  principios deben caracterizar su labor? ¿Por qué la ética y la ejemplaridad  constituyen pilares esenciales, irrenunciables? ¿Y en este  camino, cuál es el papel del sindicato?

Las respuestas a tales interrogantes, más allá de las distintas  aristas, encuentran un punto en común: asegurar la calidad de la  enseñanza, para lo cual se necesita, ante todo, una fuerza de trabajo  calificada, patriótica y comprometida.

Conscientes de que los educadores tienen en sus manos el futuro  de la nación, soberana y digna, es un imperativo integrar en  esas filas a docentes creativos, formados para guiar a un colectivo  estudiantil diverso, no solo —tal y como dijo hace unos días Irene  Rivero, viceministra de Educación— por el color de la piel o las  creencias religiosas, sino también desde el punto de vista sexual o  el contorno familiar y social.

Cada vez más el maestro debe atemperarse a los nuevos tiempos,  lo cual no significa renunciar a ejemplaridad, conocimientos,  actitudes y aptitudes para atender las diferencias individuales de  cada educando a partir de un diagnóstico.

La escuela cubana de hoy —entiéndase también la Educación  Superior— reclama de docentes que trasciendan lo meramente  instructivo y se coloquen a la altura de una formación altruista,  pues para formar al hombre nuevo, del que tanto habló el Che, resultan  esenciales los valores, el amor, los sentimientos.

El Estado cubano y las autoridades educativas saben de las limitaciones,  de los tropiezos que muchas veces encuentra el maestro  o profesor, y que no solo se concentran en los aspectos materiales  o en la tan solicitada demanda de un aumento salarial. En ocasiones  la familia “deja” todo al amparo de la escuela, de quienes se  hallan frente a las aulas, no los apoyan ni son considerados una  alianza verdadera para la educación de los hijos.

El enaltecimiento del maestro, contenido entre los Lineamientos  aprobados en el VII Congreso del Partido, también implica —como  señalara Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación, en  abril pasado, durante la sesión de clausura del Seminario nacional  de preparación del curso 2016-2017— una actitud de ayuda, orientación,  que sientan que se está a su lado, que se les escucha, se  les toma en cuenta y se aprende de ellos. “Esta tiene que ser, sin  excepción, nuestra verdad y nuestra bandera”, enfatizó la titular.

Y en este sentido resulta fundamental la labor de los dirigentes  sindicales en la base, quienes están llamados a aprovechar todos  los espacios, sobre todo la asamblea de afiliados, para analizar la  marcha del proceso docente, velar por la ejemplaridad del colectivo  de trabajadores y conocer con exactitud si las adecuaciones se  llevan a cabo de una manera satisfactoria.

De igual manera, tienen la responsabilidad de estimular y reconocer  a quienes gozan de más prestigio y así lograr una escuela  “sabrosa y útil”, como apuntara Martí.

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