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Mis buenos maestros

Foto: Rene Perez Massola
Foto: Rene Perez Massola

 

Hace como cinco años se comunicó  conmigo. Consiguió  el teléfono a través de mi hermano  Juany, en Artemisa. A  su vez, ella había obtenido el  de él mediante un conocido  que vivía en el municipio de  Guanajay.

Aquel día, cuando sonó  el timbre, me dijo: “¿Sabes  quién te habla?” Quedé en  suspenso, tratando de adivinar  la voz de la persona que  con seguridad me conocía  bien. No quise ser descortés  y le hablé con cariño. “Bueno,  por la voz, me parece conocida  (mentí a sabiendas), pero  no puedo decir quién es…”

Ella soltó una risa triunfadora.  “Soy tu maestra más  querida. Xiomara, la profesora  de Geografía”. Entonces  fue cuando le contesté.  “Ay, profe, disculpe, han  pasado tantos años… ¿cómo  está usted?”

“Yo bien… ¿y tú?… Sigues  delgada, te han salido  canas…”, dijo ella y le respondí:  “Bueno… he cambiado  un poco, las canas no se ven,  pero están…”.

Y así siguió la conversación  que, entre una que otra  lágrima, nos puso al día sobre  nuestras vidas. Desde entonces,  cada cierto tiempo nos  comunicamos. Xiomara Pérez  tuvo en su récord el de dar  clases de Geografía en séptimo  grado a mis seis hermanos,  en la otrora secundaria  básica República Socialista  de Checoslovaquia. Pero de  todos nosotros, fue mi hermano  Juany el preferido. A  él le gustaba mucho la asignatura  y pronto se destacó en  su grupo.

Por él mostró la educadora  un cariño maternal,  que prevaleció con los años.  Tan así fue que en los duros  días del año 2014, cuando la  familia enfrentó la terrible  enfermedad que devoró a mi  querido hermano, no dejó de  llamar y lloró la muerte de  su alumno como si fuera una  más de la casa.

Ella es solo un ejemplo  de los buenos e inolvidables  maestros que marcaron mi  camino. Ahora que se inicia  el curso escolar, varios son  los nombres que acuden a mi  memoria. En un lugar muy  especial del corazón está  Gloria Granados, la dulce  profesora de primer grado  en mi natal Pijirigua; de  allí también fueron Alicia  Fagundo, ya fallecida, Mercedes  Alfaro y María de los  Ángeles, excelentes en una  profesión a la que siempre  se dedicaron. Después en la  secundaria y en el preuniversitario  se sumaron otros:  Aracelys, Maribel, Alfredo,  Lobato; hasta Marina Menéndez,  colega de Juventud  Rebelde, entonces integrante  del Destacamento Pedagógico  Manuel Ascunse Domenech,  está en ese selecto  grupo de buenos profesores,  osados muchachos que tan  jóvenes como sus estudiantes,  dieron el paso (y el corazón)  para cubrir en ese  tiempo la necesidad que había  de maestros.

En la Facultad de Artes y  Letras, en la Universidad de  La Habana, donde cursé la  Licenciatura en Periodismo,  descubrí la pedagogía de Miriam  Rodríguez y Herminia  Companioni; en tanto, José  Antonio de la Osa, avezado  periodista del diario Granma  y profesor de Taquigrafía, se  convirtió en el ídolo de sus  educandos, no solo por la materia  que impartía, sino por  las clases de ética y profesionalidad  que nos regaló en  cada encuentro.

Hace pocos años, cuando  cursé la Maestría en Didáctica  de las Humanidades, en la  Universidad de Ciencias Pedagógicas  Enrique José Varona,  reafirmé que en Cuba  existen muy buenos maestros,  más allá de aquellos que  no enaltecen el digno oficio.  Ahí nuestra aula tuvo siempre  al frente un profesor de  excelencia.

Sirvan estas letras para  rendir honor a la Profesora  de Mérito Angelina Roméu  Escobar, quien no se conformó  con realizar un doctorado  e hizo otro para demostrar  que nunca se termina  de aprender, no obstante ser  considerada por los alumnos  una eminencia. Hasta la  muerte, el aula fue para ella  su trono.

De allí también son la querida  tutora doctora Lissette  Mendoza Portales, ejemplo de  modestia y grande en saberes;  las doctoras María Victoria  Chirino e Ileana Domínguez,  amables y magnánimas en  conocimientos. ¡Son tantos a  los que les debo agradecer lo  recorrido en este mundo del  aprendizaje diario! Y aún,  cuando asisto a conferencias o  diplomados sigo descubriendo  seres iluminados que han encontrado  en la enseñanza la  pasión de su vida. Ante ellas y  ellos, inclino la cabeza y digo:  “Gracias”.

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