Septiembre unirá a Félix Daniel y Pablo

Septiembre unirá a Félix Daniel y Pablo

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Félix Daniel no asiste regularmente a la escuela, como los niños de su edad. El hospital y el hogar han sido sus últimos colegios conocidos. Foto: Eduardo González Martínez
Félix Daniel no asiste regularmente a la escuela, como los niños de su edad. El hospital y el hogar han sido sus últimos colegios conocidos. Foto: Eduardo González Martínez

 

Ha trascurrido más de un año y aún Félix Daniel no asiste regularmente a la escuela, como los niños de su edad. Por su enfermedad, septiembre no simboliza el regreso a las aulas, los juegos y los compañeros, pues el hospital y el hogar han sido los últimos colegios conocidos.

Desde la quinta planta del edifico —en el cual su familia habita hace dos meses— ve el día cetrino y opaco por la atmósfera lluviosa. También, a su mamá acercarse acompañada de un hombre que no distingue del todo, por la altura.

“Yo seré tu maestro”, le dice el desconocido elevando la mirada.

“Intentaré que se sienta parte de un aula, aunque esté solo en la casa. Según permita la enfermedad, lo llevaré a matutinos, actividades del centro y algunas clases”, explicará más tarde Pablo Gómez Díaz, maestro a distancia, quien impartirá el quinto grado al infante.

A Félix Daniel, como otros, problemas de salud le impiden ir a la escuela, pero no quedan desamparados, cuando llega el inicio de un curso escolar.

Su madre Ana Isis y su padre Rasiel procuran reforzar su alimentación, extremar los cuidados y no llevarlo fuera de casa, si no es estrictamente necesario. Dentro del hogar, comparte el tiempo correteando con los hermanos menores, pero se “aburre a veces”, según le confiesa a la mamá.

“Le gustaba correr, jugar todo el día, por eso era delgado. Hasta un día que comenzó a sangrar por la nariz y se le detectó leucemia. Eso fue en enero de 2015”, explica ella, mientras observa a los chiquillos riéndose, reunidos todos, observando con curiosidad.

La fecha significó un cambio radical para Félix. Proveniente de una escuela rural cercana a la ciudad, terminó el curso en el hospital. Allí mismo, comenzaría el cuarto grado, mientras asimilaba los tratamientos, con otra profesora, quien iba después de terminar su jornada laboral.

Ahora tendrá a un profesional a tiempo completo, quien podrá monitorear su proceso de aprendizaje y se convertirá, con los meses, casi en un pariente suyo.

Para Pablo, conocer su comportamiento y las interioridades familiares es parte indispensable para la educación. Como a su alumno, una enfermedad le transfiguró la vida. Por más de ocho años fue director del seminternado Salvador González Delgado, el cual se observa, muy cerca, desde el quinto piso del edificio donde vive Félix.

Recuperado de una operación, no abandonó la profesión vivida durante tres décadas. La anuencia del claustro le permitió asumir como Maestro a Distancia.

“Solo puedes asumir dos o tres estudiantes, a lo sumo. El año pasado tuve dos y ahora, sigo con uno de ellos y con Félix Daniel”, dice. Las afectaciones sufridas en la extremidad diestra, le obligaron a convertirse de zurdo a derecho, para continuar con su pasión. El sacrificio se ve recompensado cuando ellos mejoran sus notas y desarrollan sus capacidades.

Pablo Gómez Díaz, maestro a distancia, quien impartirá el quinto grado al infante. Foto: Eduardo González Martínez
Pablo Gómez Díaz, maestro a distancia, quien impartirá el quinto grado al infante. Foto: Eduardo González Martínez

 

“No es fácil como muchos piensan, pues el estado de ánimo de ellos puede variar mucho y a veces son sobreprotegidos. Trabajo para detectar sus potencialidades y habilidades especiales. También, los días que no estoy con ellos reciben la atención de especialistas, como instructores de arte, logopedas, profesores de computación e inglés”, explica Pablo.

La escuela garantiza para estos infantes los mismos materiales que a los demás, mientras el maestro se encarga de crear las condiciones para el proceso de enseñanza aprendizaje. Pero el veterano educador reafirma su deseo de eliminar la distancia física con el seminternado.

“Él pertenece a un grupo, como los demás y no debe sentirse aislado. Cuando vaya, siempre irá vestido de pionero”, afirma.

Ya revisó el expediente de su nuevo pupilo y se informó sobre el padecimiento de Félix, quien ostenta notas muy buenas, ayudado por su alegría natural y una preocupación inusual para sus 10 años. El niño se interesa por el cumplimiento estricto con los horarios de sus medicamentos y nunca se opone a las lecciones, a pesar de sentirse mal.

“Le gustan mucho las matemáticas. A veces le duelen las manos y yo le copio las clases y sus respuestas. Lo hago por mi niño, para que pueda hacer su vida”, afirma Ana Isis.

Ella se dedica a cuidarlo mientras el padre, con una dolencia en una pierna, la cual debería ser operada, se va temprano a trabajar con un bicitaxi para pelear por el sustento de Félix

—quien requiere de una dieta especial— y de los demás. En ocasiones, regresa con los pies hinchados y se sienta a descansar un rato, para aliviar las molestias.

Ambos se sacrifican por la familia, para sacar adelante a todos los hermanos, quienes no paran de jugar en la sala, mientras llueve fuera. Para que Félix Daniel —de pocas palabras— como afirmó casi al final de la conversación, sea médico en su futuro, para ayudar a las personas enfermas.

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