Icono del sitio Trabajadores

El General en Jefe ante la ocupación norteamericana

MAXIMO GOMEZ 1Máximo Gómez, quien sin haber nacido en Cuba dedicó gran parte de su vida a la lucha por la independencia de esta Isla lo que le confiere la condición de cubano sin duda alguna, al morir el 17 de junio de 1905 dejaba una estela brillante de servicios a esta patria común. Entre tales servicios se encuentra su posición ante la ocupación militar norteamericana encaminada a lograr como propósito esencial el cese de esa ocupación, que en gran medida no hizo pública, pero que planteó en cartas personales fundamentalmente y, de inicio, en su propio Diario de Campaña.

En agosto de 1898, Gómez saludaba el armisticio entre España y Estados Unidos, pero también anotaba que era una lástima “que los hombres del Norte, largo tiempo indiferentes contemplaran el asesinato de un pueblo; noble, heroico y rico.”[1]Cuando se firmó el Tratado de Paz en París y se vio el rumbo que tomaban los acontecimientos, fue proyectando más claramente su posición.

La proclama que Gómez dio a conocer desde el Central Narcisa, el 29 de diciembre de 1898, es bastante aclaratoria de su visión de ese momento. El General en Jefe consideraba que no debía hacer movimientos sin tener un objetivo político determinado, ni perturbar la calma para consolidar la paz; pero veía que “el período de transición” iba a terminarcon el abandono del país por el ejército español, mientras “entrará a ejercer la soberanía entera de la Isla, ni libre ni independiente todavía” el Gobierno norteamericano, lo que debía terminar con la constitución del gobierno propio.[2] Gómez hacía la afirmación de que Cuba no era libre ni independiente, con lo que apuntaba una realidad que resultaba incómoda.

En enero de 1899, cuando ya había comenzado oficialmente la ocupación militar estadounidense, reflexionó sobre la situación que se había creado y plasmó la manera en que se proponía actuar. La nota en su Diario del día 8 recoge el recibimiento “afectuoso y alegre” en Caibarién y en Remedios y añade: “Hubo verdadera fusión entre todos los elementos de estos pueblos; política que me prometo acentuar, para salvar a este País, lo más pronto, de la tutela que se nos ha impuesto.” A continuación, plasmó su apreciación de la actitud de los ocupantes:

Los americanos están cobrando demasiado caro con la ocupación militar el País, su expontánea (sic) intervención en la guerra que con España hemos sostenido por la Libertad y la Independencia.

Nadie se explica la ocupación. (…)

(…) La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo Cubano, en estos momentos históricos no revela a mi juicio más que un gran negocio (…).

Estas consideraciones terminaban diciendo que los españoles se marcharon tristes y los cubanos también quedaron tristes, pues no se pudo despedir a los vencidos respetuosamente, y también “los Americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores.” Por lo que entendía que se había creado una situación que, el día que terminara, “es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.”[3]

En cartas personales de los días siguientes, el Generalísimo expresó sus sentimientos ante la ocupación militar extranjera, como lo hizo el 17 de enero de 1899 a María Escobar, cuando le dijo: “la verdad es que así como yo y tú no aceptamos, ni aunque sea por un momento la tutela impuesta” habría otros que pensaran como ellos, pero también la decía que tenía que andar “con pies de plomo.”[4] En otras misivas hablaba de la necesidad de terminar esa situación con la instauración de la República y para ello había que “sumar, sumar y sumar”, para lo cual había proclamado “la fusión de españoles y cubanos y así unidos ser invencibles “a los deseos y maquinaciones” que pudieran surgir. También insistía en que éramos “extranjeros en nuestra propia tierra”, por lo que, en carta a José Dolores Poyo, remitía una página de su Diario de Campaña para que viera su sentimiento y pensamiento “desde el primer instante en que pude hacerme cargo del triste papel a que nos condenaba nuestros mal llamados aliados”. En esa página hablaba de la “tutela que se nos ha impuesto” y que “los americanos tal parece que se están cobrando con lamentable usura el costo de su espontánea intervención” y afirmaba que “en este caso de ocupación militar indudablemente queda desvirtuada la obra y desde luego sus beneficios”. Después de sus consideraciones sobre la ocupación, planteaba el camino a seguir: contribuir todos, “sumando todas las energías vivas y honradas del País”, para terminar “la gran obra de la Revolución; el establecimiento de la República.”

El viejo jefe tenía muchas dudas acerca de las intenciones norteamericanas, así lo refleja Orestes Ferrara cuando reproduce algunas de sus consideraciones, como lo que le manifestó en Yaguajay, cuando le dijo que estaba muy preocupado pues creía que los americanos no pensaban en la independencia de Cuba, aunque desde Nueva York le manifestaban lo contrario. Consideraba que, si nos daban esa independencia, sería como un regalo, “mientras nosotros la hemos ganado” con esfuerzos continuos. Si el ejército extranjero había tenido una campaña fácil, era porque “nosotros habíamos agotado a los españoles” en hombres y recursos. Le comentó que debía estar agradecido a los americanos, pero “sólo cuando cumplan su promesa, y si la cumplen con decencia, sin agraviar al cubano. De lo contrario, seré un enemigo de ellos como lo he sido de los españoles.”[5]

A la labor de conseguir la instauración de la República consagró sus fuerzas en esos años de angustia. Para lograrlo debía terminar la ocupación extranjera. Esa fue su línea de conducta, como muestra en otra carta a María Escobar de 14 de febrero, desde Santa Clara, donde le comenta del entusiasmo multitudinario con que lo recibían a su paso en todas partes, de los abrazos, de los besos de “las doncellas y de las viejas” y afirma que “el pueblo se salva”, pues consideraba que las manifestaciones de júbilo no eran a su persona sino “a la idea que yo represento”. Así, de pueblo en pueblo hizo el recorrido hasta que llegó a la capital donde entró el 24 de febrero en medio de un recibimiento apoteósico.

Gómez incitaba a sus compañeros a trabajar por la unión de todos con el objetivo de lograr la instauración de la República. Insistió reiteradamente en eso. Al general Antonio Varona le hablaba de la necesidad de la disciplina, cuando “tenemos en casa un poder extraño que estudia nuestros menores movimientos.” En esa labor tuvo que enfrentar hasta la calumnia aparecida en alguna prensa de ser partidario del protectorado, por ello aclaró que no había podido recomendar semejante solución pues siempre había luchado por la “independencia absoluta de esta heroica Tierra” por su constitución en República cordial, independiente y próspera”.

El propósito que se había trazado lo expresó, con cortesía, pero con firmeza, hasta al gobernador norteamericano, John Brooke, cuando le escribió que Cuba seguía luchando por “su absoluta independencia y el establecimiento de una República cordial y bien ordenada”, por lo que la historia americana no podía “mancillarse con un despojo que sería incalificable”. En un borrador de otra carta dirigida también a Brooke, insistía en esta idea, al comentar sobre el descontento en el pueblo, la desconfianza y la inquietud por lo “incierto de la situación y la demora en llevar a la práctica medidas ya acordadas que han de dejar expedito el camino para entrar de lleno a desenvolver una política clara y definida que brinde a todos confianza” y presentaba recomendaciones para una paz sólida que diera paso a la República, es decir, que el poder interventor cumpliera “los solemnes compromisos contraídos con Cuba”.

Esa fue la línea de conducta que diseñó el General en Jefe: había que trabajar para que cesara la ocupación extranjera. No se trata de que Gómez ignorara las apetencias de Estados Unidos respecto a Cuba, por el contrario, enfrentaba ese peligro estructurando un camino de unidad, en el cual todos los integrantes de la sociedad cubana debían actuar juntos, aunque en política consideraba que los revolucionarios debían integrar un partido único, para lo cual invocaba al Partido Revolucionario Cubano que había creado Martí como el paradigma a seguir. Había que completar la obra de la Revolución, según planteaba, pero en ese camino era imprescindible poner fin a la intervención, había que terminar con la situación de tener al “extranjero metido en casa”. A ello dedicó sus esfuerzos el Generalísimo en los momentos inciertos de la ocupación militar.

[1] Máximo Gómez: Diario de campaña. Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 366.

[2] Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, T I, p. 538.

[3] Gómez. Ob. cit., pp. 370-372.

[4] En Yoel Cordoví: Máximo Gómez. Utopía y realidad de una república. Editora Política, La Habana, 2003, p. 191. (los documentos que se citan a continuación están tomados del Apéndice de esta obra salvo que se indique lo contrario).

[5] Orestes Ferrara: Mis relaciones con Máximo Gómez. Molina y Compañóa, La Habana, 1942, p. 199.

Compartir...
Salir de la versión móvil