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Aniversario 55 de la Ley de Nacionalización de la Enseñanza: Garantía para un derecho

A los 16 años y vencido el tercer año de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, la escasa economía familiar obligó a Lidia Turner  Martí a buscar trabajo para  poder costear la matrícula  y comprar los libros. Encontrarlo le era difícil por su  doble condición de ser mujer  y negra.

Para la doctora Lidia Turner Martí, la Ley de Nacionalización de la Enseñanza fue aprobada en el momento propicio, para garantizar que todos tuvieran acceso a la educación. Foto: Eddy Martin

 

La solución le llegó mediante su condiscípulo Frank País García, quien logró ubicarla en el Instituto Martí, escuela pequeña y barata perteneciente a  la iglesia bautista fundada  por su padre. Transcurrido  un mes, la joven supo que  su vida estaría por siempre ligada al magisterio.  Dos años después  matriculó Filosofía y Letras en la  Universidad de La Habana, empeño que debió costearse impartiendo clases  a particulares y en talleres  nocturnos de repasos. Concluida la carrera, el cierre  del centro de altos estudios  por la tiranía de Fulgencio  Batista le impidió recibir  su título, el cual solamente pudo llegar a sus manos  tras el triunfo revolucionario de enero de 1959.

Esta mujer que a fuerza de tesón se convirtió en una reconocida Doctora en Pedagogía, pudo haber sido una  víctima más de la falta de  acceso a la educación sufrida  por cientos de miles de cubanos de todas las edades, a lo  largo de nuestra historia, mal  al que la Revolución puso término con la promulgación de  la Ley de Nacionalización de  la Enseñanza, el 6 de junio de  1961. Acerca de la importancia de ese instrumento legal,  Trabajadores conversó con  ella.

Decisión eminentemente martiana

Cuando fue promulgada esa ley, Lidia trabajaba en la Casa de las Américas, como parte de un pequeño grupo convocado por Haydée Santamaría para fundar y organizar esa institución. Se les  pidió participar en el proceso de intervención de las escuelas privadas, y a Lidia le  correspondió una ubicada en  la calle Obispo, cuyo director,  dice, ayudó mucho porque fue  de los que asumieron una actitud positiva.

“Teníamos que ser muy respetuosos. Nuestra labor era revisar toda la escuela, sus documentos económicos; ver cómo funcionaba, precisar cuánto valía, porque  la nacionalización también  supuso indemnización. Se  imponía ser muy cuidadosos  al rendir  la información sobre las condiciones de esos  centros, pues pasaban al patrimonio del Ministerio de  Educación.

“Fue necesario conversar con los padres y los niños, con lo cual aprendí mucho, y el ir y venir por esa calle llena de personas y de los chicos entrando a las aulas, me dio una  visión de los diferentes tipos  de escuelas”.

Afirma la doctora Turner que desde aquel momento  comprendió que la nacionalización de la enseñanza era  el único camino posible para  garantizar el cumplimiento  de lo certeramente expresado  por José Martí, cuando se refirió a que al nacer la persona tiene el derecho a que se le  eduque y, en pago, el deber de  contribuir a la educación de  los demás.

“Me parece que esto es lo que ha guiado muchas de las cosas   hechas en la Revolución. Todo el que nace, donde  sea y como sea, tiene ese derecho, y de no dárselo estamos  incumpliendo nuestra propia  Constitución. Pienso que un  país solo puede garantizar  ese derecho  si posee los medios para que todo el mundo  se eduque”.

En apenas un año, la Campaña Nacional de Alfabetización proporcionó el acceso de todos los cubanos a la educación. Foto: Archivo

 

 Saldar una deuda centenaria

Le recordamos que esa máxima martiana fue lema de la  Campaña Nacional de Alfabetización, y le pedimos  referirse a la relación existente entre esta y la nacionalización de la enseñanza, a lo  cual respondió:

“La alfabetización fue la base, porque dio acceso a la educación  a un porciento grande de personas que no habían tenido esa posibilidad. Es decir, la alfabetización fue la lucha por un derecho humano, como lo son el  de comer, el de dormir…,  y si  no se garantiza se violan los  derechos de cada ciudadano.

En mi opinión, fue una forma de pagar deudas, pero si se pagaba  y seguían  naciendo niños sin posibilidades de ir a la escuela, en x años habría el mismo cuadro de analfabetismo”.

Al preguntarle si la Campaña de Alfabetización y la Ley de Nacionalización de la Enseñanza  no pueden verse por separado, significó:

“Forman una unidad. La campaña dio el derecho a aprender a quienes ya habían pasado la edad de la escuela, y la intervención  de las  escuelas estuvo muy unida  a ella a los efectos de que se  cumpliera el derecho de todo  cubano a la educación, la cual  si tienes que pagar y careces  de dinero con que hacerlo,  simplemente no lo tienes.

“Estas acciones demuestran que todos los pasos dados  por la Revolución en función  de le educación iban buscando la felicidad del ser humano, y Martí también dijo que  educar es hacer al hombre  feliz. Tú educas para que la  persona sea plena, partiendo  del concepto de que ser feliz  es sentirse bien con lo que se  hace”.

En el justo momento

La doctora Turner Martí opina que la Ley de Nacionalización de la Enseñanza  se promulgó en el momento  necesario, pues años antes o  después no hubiera sido posible. Al inquirir acerca del  papel que le correspondió a esa ley en la transformación de la enseñanza en nuestro país, respondió que ocupa el primer lugar y fue aprobada en el momento propicio para a partir  de ahí, tener asegurado que toda persona, independientemente de su edad, color  de la piel, lugar de residencia,  y de cuanto la rodeara, tuviera acceso a la educación.

“Creo que fue un acicate para determinar los problemas existentes en la educación que hasta entonces  recibía una parte de la población; analizar su contenido y compararla con la que se  brindaba en otras partes del  mundo, para hacerla mejor.

Estuve muy unida a ese proceso de perfeccionamiento,  que entrañó  una revolución,  una transformación total de  lo heredado de la república y de la tiranía que había precedido a la Revolución, valorando lo bueno, lo regular  y  lo que era necesario eliminar. A esa etapa se le llamó  de revolución, de cambios: fue una revolución dentro de  la Revolución.

“Pero a partir de ahí nos percatamos de que teníamos que permanecer haciéndolo, pues así lo imponían la vida, la ciencia, la multiplicación de los conocimientos. Esa es la razón de que si bien a lo hecho en 1972 y 1973 se le llama el primer perfeccionamiento del sistema nacional de educación, cada cierta  cantidad de años haya una  etapa de análisis, diagnóstico, pronósticos de qué puede  cambiar, y volvemos a mejorar planes de estudios, programas,  libros de texto,  labor a la cual seguimos llamando proceso de perfeccionamiento. Por esa razón ha habido  varios”.

Advierte la pedagoga que en estos momentos el perfeccionamiento es más profundo, porque estamos viviendo un cambio de época, y se impone preparar al  ciudadano en consonancia  con ello para que pueda,  como dijo Martí en cuanto a educar, que es poner al  hombre a nivel de su tiempo  para que flote sobre él.

“En esos estudios participan profesores, especialistas, los propios estudiantes,  o sea, todo el que ha podido  ayudar a mejorar el sistema  actual. Siempre habrá dificultades que objetar, de ahí  que no se emplee el término  de cambio, pues se trata de  perfeccionar lo existente,  para lo cual siempre habrá  que ir atrás y recordar  que  esa historia empezó en el momento en que a todos se les  dio la oportunidad de formar  parte de ella”.

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