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Reinerio, pasión por la exigencia

Reineiro
| foto: Augustín Borrego Torres

Cuando en nuestro colectivo periodístico se hable de la combinación, en un mismo dirigente, de vocación por la exigencia y de consciente disciplina —dicotomía deseable pero no siempre presente— habrá que hablar sin falta de Reinerio.

Para exigir hay que tener talento y él lo tenía. No me refiero por supuesto a la forma en que se proyecta la exigencia, sino a la fuente ética en que se origina. Las formas tienen que ver con el temperamento y suelen ser secundarias, por mucho que se requiera de su cuidado. Y Reinerio era de un temperamento incisivo y crudo. “Gente llana y difícil cada día”, dijo en sus versos Nicolás Guillén para referirse al Che, salvando las distancias cualitativas de cualquiera de nosotros con el Guerrillero Heroico.

Reinerio era incisivo y crudo, pero en primerísimo lugar consigo mismo, y eso hacía que apreciáramos en él antes lo llano que lo difícil, y que lo admiráramos y quisiéramos como a hermano mayor, a quien perdonábamos a ratos “sus vejeces”, como decía Martí sobre su padre, porque —añadía— “él nunca fue viejo para amar”.

Tenía, y es lo esencial, el talento de aquilatar en toda su dimensión el valor de la exigencia permanente, en aras de evitar males posteriores a la hora de cumplir con el sagrado y elementalísimo deber de hacer las cosas bien, así de simple. Todo unido a una devoción consciente por la necesaria disciplina.

Quizá sea esa la lección principal que nos legó Reinerio Lorenzo Toledo, jefe de redacción de nuestro órgano de prensa, quien la pasada semana partió del mundo de los vivos, víctima de cáncer, para seguir viviendo entre nosotros desde el universo de las virtudes imprescindibles a cuya aspiración el honor nos llama.

Había nacido en Cabaiguán, actual provincia de Sancti Spíritus, el 3 de septiembre de 1940, y en su abarcador tránsito por la existencia desplegó una hermosa trayectoria que lo llevó, de joven obrero tabaquero antes del triunfo de 1959 a revolucionario activo en cuanto empeño convocara la Revolución victoriosa; de miliciano combatiente en la lucha contra los bandidos contrarrevolucionarios en el Escambray, a dirigente del Partido en aquellos otrora complejos territorios.

Su destacada labor partidista lo llevó tiempo después a desempeñarse sucesivamente como funcionario del Comité Central y directivo de entidades de esa alta instancia política. Paralelamente a estas responsabilidades, ávido siempre de conocimientos humanísticos y sociológicos, realizó sus estudios universitarios, en los cuales se empeñó tesoneramente hasta graduarse de Doctor en Ciencias Filosóficas.

Aquejado de dolencias cardiovasculares se jubiló pasados los 60, pero más tarde decidió reincorporarse a la vida laboral. Ingresó al periódico Trabajadores en el 2002 y al año siguiente fue nombrado jefe de redacción, responsabilidad a la que se consagró durante más de 13 años, hasta su último aliento.

Ese, su aliento, tendrá entre nosotros eterna resonancia. Con él, y también en su tributo, seguiremos a diario cultivando la rosa blanca “para el amigo sincero que nos da su mano franca”.

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