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Se veía venir, pero no debe seguir

En la vida los hechos suceden a una velocidad extraordinaria y en ocasiones como si fueran bolas de nieve descendiendo de una alta cumbre, o sea, que van creciendo y creciendo hasta convertirse en una verdadera tromba. Si son desfavorables y no se atajan a tiempo, después solo queda el lamento y desde luego, la experiencia amarga.

Así razoné cuando leí el excelente artículo titulado Moriré de cara al sol, escrito por la destacada intelectual Graziella Pogolotti en el diario Juventud Rebelde (reproducido después en el Granma) y que en una de sus partes critica con total justeza la fanfarria desmedida de varios acontecimientos ocurridos recientemente en La Habana, entre ellos la “acogida por una coreografía propia de un cabaret más que de un espacio público: las muchachas portaban un brevísimo vestuario hecho con la bandera cubana”, a la llegada del crucero estadounidense Adonia.

¿Acaso no se veía venir algo así?

A los cubanos, desde pequeños, nos enseñan a respetar la enseña nacional. En cada matutino en las escuelas del país, estén donde estén, se iza mientras los estudiantes entonan las notas del Himno. Nunca he olvidado el altísimo orgullo que sentía, siendo alumno de la escuela primera Pepito Tey, en mi natal Santa Clara, cuando me seleccionaban para formar el dúo que anudaba sus extremos al cordel que la llevaba hasta lo alto del asta.

Pero en los últimos tiempos, se ha puesto de moda —quizás influenciado por la utilización comercial desmedida que hacen de la estadounidense y también las de otras naciones— utilizarla para “adornar” bolsos, jabas, gorras, carteras, mochilas, pulóveres y otros artículos. Basta con llegarse a cualquier sitio donde vendan artesanías para comprobar lo que afirmo.

Eso lo he visto en la ciudad donde resido: Cienfuegos, y también en La Habana, en Varadero… Sobre lo que aprecié en el bello balneario matancero escribí hace más de cuatro años un comentario crítico, el cual lamentablemente no se publicó, acompañado de una foto donde se mostraba la bandera nuestra como parte de varios bolsos de pésima factura.

Lo ocurrido en la terminal de cruceros de La Habana, a la llegada del Adonia, fue como ponerle la “tapa al pomo” o “derramar el contenido de la copa”. Y con sobrada justeza lo criticó Graziella Pogolotti y fue tema de debate en el más reciente pleno de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en el que se pronunciaron por multiplicar la presencia de la enseña patria de acuerdo con el reglamento establecido,  en el cual está bien explícito que “no se puede usar como distintivo o anuncio ni como parte del vestuario (…). No puede ser pintada, grabada o dibujada en los vehículos (con excepción de las naves aéreas), ni colocada junto a otra bandera cubana. Tampoco puede usarse como cubierta o tapete (excepto cuando se emplea para cubrir sarcófagos), ni para cubrir tribunas, mesas o laterales y partes delanteras o traseras de un vehículo, así como tampoco con propósito ornamental o comercial” y que “sobre ella no se puede estampar, escribir, pintar o colocar objeto ni figura de clase alguna, ni tampoco usarse como fondo para superposiciones de diseño”.

¿Por qué no se aplica lo reglamentado? ¿Quién debe exigir por eso? Estas preguntas necesitan respuestas.

Conozco de no pocas personas y hasta de colectivos laborales que han mostrado interés por adquirir una bandera nacional que pueda cubrir parte del frente de un hogar en días marcados por la historia de la patria, presidir la entrada del centro laboral o encabezar un bloque en los siempre masivos y entusiastas desfiles por el Primero de Mayo. Pero no les resulta posible, porque solo se venden en pesos cubanos convertibles (CUC). En una ocasión indagué por las razones que sustentan esa venta y me respondieron —no estoy seguro que sea la causa exacta— que las telas había que adquirirlas en divisas.

Entonces, ¿cómo multiplicar la presencia de la bandera por todo el país, como se sugirió en el pleno del comité nacional de la Uneac?

En ese asunto hay que pensar y adoptar decisiones.

He visitado países en los que la enseña nacional está en todas partes, omnipresente, porque constituye un reflejo del orgullo que sienten los ciudadanos por sus naciones, y porque además, afianza el patriotismo.

Y los cubanos somos patriotas, amamos profundamente el archipiélago donde vivimos, y respetamos la enseña nacional que fue enarbolada por vez primera durante la ocupación de la ciudad de Cárdenas, en mayo de 1850, y que estuvo siempre al frente de las caballerías mambisas en los campos de batalla.

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