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Puerta abierta a la unidad

En el palacio de los marqueses de Villabalba  —calle Egido No. 2, hoy 504, en La Habana Vieja—, una de las más prominentes construcciones de la arquitectura cubana del siglo XIX. Aquí tenía su sede el Centro Obrero, donde sesionó el Congreso Obrero de 1920. Foto tomada de habanaradio.cu
En el palacio de los marqueses de Villabalba —calle Egido No. 2, hoy 504, en La Habana Vieja—, una de las más prominentes construcciones de la arquitectura cubana del siglo XIX. Aquí tenía su sede el Centro Obrero, donde sesionó el Congreso Obrero de 1920. Foto tomada de habanaradio.cu

 

Con vistas a buscar una solución al problema de la carestía de la vida, cada vez más acuciante para los sectores más humildes de la población, y determinar la procedencia o no de enviar una delegación a la Convención Panamericana de Obreros (Copa), un congreso obrero continental a celebrarse en México el 12 de julio de 1920, a mediados de marzo la Federación de Torcedores de las Provincias de La Habana y Pinar del Río convocó a  un congreso nacional obrero para los días 14, 15 y 16 de abril de ese año.

Una ojeada a los años precedentes

A partir de 1911, la penetración económica de Estados Unidos en Cuba  se incrementó de forma extraordinaria, especialmente en la industria azucarera, la cual constituía la riqueza fundamental del país, con la consecuente profundización de su influencia, situación a la cual contribuyó el servilismo del presidente cubano Mario García Menocal, cuyos últimos cuatro años de su mandato asumió una postura dictatorial de extremo rigor para con sus enemigos políticos y los obreros, campesinos y demás capas populares.

A pesar de que como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, de 1916 a 1920 el azúcar alcanzó altos precios en el mercado internacional, tal beneficio no se reflejó en la población, aquejada de  una grave carestía de la vida debido a la especulación y la bolsa negra, males que contribuían a elevar las fortunas de mucha de las principales figuras de la esfera gubernamental.

Un documento denominado Manifiesto de Cruces, obra de un combativo grupo anarquista de la localidad de igual nombre —perteneciente entonces  a la provincia de Las Villas y en la actualidad a la de Cienfuegos—, circulado a fines de 1914, logró acaparar la atención de no pocos al abordar la necesidad del proletariado de luchar por obtener conquistas sociales.

Huelgas de trabajadores azucareros, portuarios, y de otros sectores matizaron los años siguientes, de tal modo que para 1917 en La Habana existía ya el Centro Obrero de Egido No. 2, cuna de  importantes acciones. En los años 1918 y 1919, sectores importantes protagonizaron varias  huelgas generales de alcance nacional que, dirigidas por los Comités Circunstanciales, de ejemplar actuación, colocaron en serios aprietos al gobierno; además, en mítines efectuados que en conmemoración del Primero de Mayo se celebraron en el teatro Payret, se puso de manifiesto la solidaridad con la Rusia surgida de la Revolución de Octubre; desaparecieron los gremios entre los obreros de la construcción para dar vida a la organización sindical,  y se creó el sindicato fabril en La Habana.

El año 1920 comenzó en similares condiciones.

Fortalezas del congreso

Iniciado el evento, que sesionó en el Centro Obrero de Egido No. 2, en su mesa presidencial ocupó asiento, como uno de los secretarios, el dirigente tipográfico Alfredo López Arencibia, quien comenzaba a destacarse como organizador y movilizador de las masas obreras, y años más tarde se convertiría en principal dirigente de la primera organización de unidad sindical del país.

El dirigente tipográfico Alfredo López Arencibia. Foto: Archivo

En aquella importante cita, fue repudiado el sindicalismo amarillo en Estados Unidos y el resto del continente americano, y se puso de manifiesto la simpatía y solidaridad del proletariado cubano  con Rusia.

En su obra Congresos obreros en Cuba, Evelio Tellería Toca señaló al respecto:

“Hay que juzgar ese hecho teniendo en cuenta la época y el lugar en que ocurrió,  para justipreciar su extraordinaria significación y su valor histórico: ni existía en el país un proletariado organizado, ni se contaba con la clara conciencia antiimperialista que aparecería años después, ni se disponía de concreta y objetiva información sobre la Revolución de Octubre y sus verdaderas proyecciones, así como de su genial conductor, Nicolás Lenine, como por entonces se le llamaba”.

Señaló ese inolvidable colega e investigador que  a pesar del hecho de que los trabajadores cubanos no contaran con una organización apreciable y carecieran de una cabal conciencia de su rol histórico, no ignoraban su condición de explotados.

Esa realidad la confirman las huelgas de los trabajadores gráficos, ferroviarios y de otros sectores, por sus justas demandas, y de algunos centrales de las entonces provincias de Las Villas y Camagüey, donde la realización de la zafra sufrió afectaciones a causa de los conflictos laborales generados por la  intransigencia patronal y la actitud antiobrera de las autoridades, empeñadas en encarcelar a los dirigentes obreros más activos, expulsar a los extranjeros participantes en las luchas, y amenazar con la cesantía a quienes se solidarizaban con los que protestaban.

A fines de febrero se conoció la invitación de la Copa, a la cual solo prestó atención la Federación de Torcedores  de las Provincias de La Habana y Pinar del Río, que a su vez convocó a todos los gremios y demás colectividades proletarias a un evento nacional. La mayoría de los delegados eran de la provincia habanera, y asistieron delegaciones de trabajadores del tabaco de Tampa y Cayo Hueso.

Principales logros

A pesar de los choques ideológicos entre los delegados, y la presencia de la policía, resultaron aprobadas una moción presentada por los obreros tipógrafos habaneros relativa a la creación de una Confederación Nacional de Obreros, y la de un Comité Pro Presos y Expulsados,  víctimas del rigor gubernamental.

Fue fustigada la actitud desentendida del gobierno ante la difícil situación económica que afrontaban los trabajadores, y se exigieron soluciones inmediatas a los problemas de la carestía de la vida, intensamente sufrida por la población en tanto los magnates azucareros obtenían cuantiosas utilidades.

En el último día se aprobaron medidas contra la carestía de la vida, se repudió la invitación de la Copa, se envió un saludo a la Rusia soviética y se nombró una comisión encargada de organizar la confederación nacional acordada. El congreso concluyó con vivas a la solidaridad obrera y un saludo a todos los obreros del mundo encarcelados por su lucha proletaria.

En opinión de Tellería Toca, aquel congreso, segundo de la Cuba republicana, fue “el primero en valor político, en contenido clasista, en tónica sindical revolucionaria”, porque en él, además de tratar cuestiones económicas, se produjeron pronunciamientos político-sociales de gran valor ideológico, entre ellos el desenmascaramiento de los elementos del reformismo obrero yanqui y latinoamericano.

Tellería Toca lo califica, asimismo, como digno antecesor de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), la primera central proletaria de la isla, fundada cinco años después.

 

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