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Historias para contar

Sonia Romero y Antonio Gorostiaga, jefa y segundo responsable del contingente durante el curso 83.
Sonia Romero y Antonio Gorostiaga, jefa y segundo responsable del contingente durante el curso 83.

 

Por Magaly García Moré

La simiente fue sembrada por Sandino en fecha tan temprana como la década de los años 30 del pasado siglo. La lucha iniciada por otras generaciones del pueblo nicaragüense la hicieron revivir. El árbol logró enraizar con tanta fuerza que en nuestros días continúa creciendo. Al triunfar la Revolución Sandinista en 1979, la primera ayuda que el país centroamericano solicitó a Cuba fueron maestros y médicos.

Estar en la tierra del General de Hombres Libres fue para nuestros educadores defender sus certezas más profundas; era acompañar a este pueblo, en especial a sus niños, en la construcción de un futuro mejor; y sobre todo la mayor expresión de altruismo y solidaridad que tenían la oportunidad de revelar.

Atrás quedaba la familia, lo que suponía una dura prueba para todas y todos. Venció la certeza de que su labor era necesaria y eso formaba parte también del ejemplo que transmitirían a su descendencia.

Fue un fardo particularmente pesado para las compañeras. El trabajo fue reconocido por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, el 8 de marzo de 1980. Ya estaban en Nicaragua los primeros mil 200 maestros y maestras, y casi el 50 % eran mujeres, muchas de ellas, madres.

Desde el año 1973, Cuba inició un movimiento de colaboradores internacionalistas que hasta 1990 llegó a sumar más de 20 mil maestras y maestros, labor que se desplegó en 29 países: 4 del Caribe, 17 de África y 8 de Asia.

El mayor número de cooperantes cubanos durante esos 17 años correspondió a dos países: Angola, con el Destacamento Che Guevara, y Frank País, integrado por estudiantes que se formaban como profesores en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona y profesores de esa institución, que llegaron a sobrepasar los 4 mil 800.

Pero Nicaragua fue donde mayor presencia de maestros cubanos se reunió, llegando a superar los 10 mil 400, que integraron el Contingente Pedagógico Augusto César Sandino, cuya labor se extendió de 1979 a 1984.

 

El texto que sigue son fragmentos de un libro inédito que recoge testimonios de una pequeña parte de quienes formaron ese contingente pedagógico que hizo historia en el desempeño del magisterio cubano.

Un triunfo que sentíamos como propio

La celebración del Día de la Rebeldía Nacional de 1979, en la Plaza Mayor General Calixto García Íñiguez, de Holguín, se convirtió en un acto de homenaje a la Revolución Sandinista.

Fidel, luego de un detallado análisis de la situación en que se encontraba la hermana nación centroamericana después de un proceso largo y cruento para su pueblo, expresó:

“Nosotros no somos ricos, nosotros no podemos competir con Estados Unidos en número de aviones y en toneladas de alimentos. Algo mandaremos, porque de nuestra pobreza somos capaces de sacar algo.

“Y una cuestión muy importante: si no tenemos recursos financieros o recursos materiales, tenemos recursos humanos”.

Y añadió:

“Se dijo también aquí que hacía falta hacer una gran campaña de educación. A mí me parece que hay maestros por allá que muestran su entusiasmo. Una gran campaña de educación”.

“… Y —repito—, si para realizar esa gran campaña de educación no son suficientes los maestros de Nicaragua, estamos dispuestos a enviarles cuantos maestros necesiten”.

Una historia de heroísmo y entrega

“Las circunstancias eran particulares, pero no únicas en un país subdesarrollado, pues era enorme la población de niños y niñas nicaragüenses —a los que debemos sumar los adultos—, que fueron excluidos de la educación”, dice Sonia Romero Alfau, quien fuera jefa del contingente entre 1982-83.

“Considero que fue fundamental la actitud de nuestros maestros, quienes demostraron una altísima sensibilidad ante los problemas de ese pueblo.

“Cuantas veces nos referimos a este tema la imagen que viene a mi memoria es la de aquellos a los que conocí y también a los que nunca vi. Sobre todo los lugares tan distantes, sería mejor decir aislados, donde cumplieron sus servicios.

“Era un trabajo arduo, que requería de conocimientos profesionales y la decisión para permanecer solos a grandes distancias de sus compañeros de labor. La dirección del contingente puso un énfasis particular en la atención a todas y a todos”.

Berto Augusto Cornelio Oliva explica “lo que más dificultades creó en el lejano lugar donde fui ubicado fueron las ideas de feroz anticomunismo que recibía la población a través de la radio de Costa Rica, en la que repetían que queríamos llevarnos a los niños para matarlos y enlatarlos. Solo con el trabajo y las relaciones que establecimos con ellos nos ganamos a los pobladores. En ese momento tenía 21 años y tres en el ejercicio del magisterio.

“El 2 de diciembre llegamos al municipio de Tortuguero —donde llueve 9 meses del año— y desde allí cabalgué por más de 12 horas para llegar al lugar definitivo. ¡Cuando llegué no podía sentarme!

“No fueron pocas las dificultades; los maestros constituíamos el blanco preferido para un ataque de los contrarrevolucionarios, pues éramos el símbolo de la solidaridad y de la condición de revolucionarios firmes y combativos.

“Eternamente agradeceremos a Fidel por esta misión que pudimos cumplir”.

En un momento de su pormenorizado relato Guido Castaño Spenglert, asesor del contingente entre 1980-82, recuerda que “el 4 de diciembre del 81, el maestro Águedo Morales fue asesinado por contrarrevolucionarios en Chontales. Viajé entonces para conocer en detalles lo sucedido y me entrevisté con Jesús, el coordinador del grupo de Águedo, quien explicó lo ocurrido.

“Ellos estaban concentrados pues había una banda contra por la zona y Águedo plantea que se siente mal y debe regresar a su escuela para recoger sus medicamentos, pues era hipertenso. Jesús decide acompañarlo y salen temprano al día siguiente, en una camioneta que hacía el recorrido hacia donde ellos iban. Antes de pasar una cañada detienen el carro para cubrir el motor con un nylon. En ese momento un bandido armado sale al camino, mientras otros se quedan cerca. Águedo pelea con el que está más cerca, mientras otro se acerca por la espalda y le dispara.

“Jesús alcanzó a ver huir a los contra, mientras el cuerpo de Morales flotaba en las aguas de la cañada del Tigre.

Me correspondió viajar a La Habana con la delegación que acompañó los restos del maestro. Ya en el aeropuerto de la capital la emoción nos embargó a todos. Un extraño silencio se adueñó del lugar como expresión de respeto por el compañero.

“Decenas de miles de maestros en Cuba manifestaron su repulsa ante el vil asesinato. Y pidieron cubrir un lugar en Nicaragua, dando un hermoso ejemplo de decisión y coraje ante los ataques contra el pueblo nicaragüense y los maestros cubanos que los acompañaban en esa epopeya”.

A Nicaragua arribaron mil 251 cooperantes, que constituían el 73 % de todos los que cumplían misión en otros países. Esa cifra se mantuvo en 1980, que significaba el 40 % del total. En 1981 subieron a 2 mil uno, para un 49 %; en 1982 sumaron 2 mil 117, para un 52 %; en 1983 siguió ascendiendo hasta 2 mil 212 —la cifra más alta de todo el período—, que constituía el 63 % y disminuye al año siguiente (1984) a mil 588, para un 51 % del total.

Honor a los compañeros caídos 

Fueron cuatro los maestros que resultaron asesinados en la guerra sucia desatada contra Nicaragua por el Gobierno de Estados Unidos, quienes organizaron, pagaron y abastecieron esas fuerzas contrarrevolucionarias. Nuestros compañeros, que solo portaron libros, libretas, lápices y saberes, pagaron con sus jóvenes vidas su ejemplar presencia. Ellos fueron: Pedro Pablo Rivera Cué, Bárbaro Rodríguez Hernández, Águedo Morales Reina y Francisco de la Concepción Castillo.  

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