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Adiós al gremialismo: constitución de los sindicatos nacionales

Del 22 al 24 de noviembre de 1961, se celebró el XI Congreso de la CTC.. Foto de Archivo
Del 22 al 24 de noviembre de 1961, se celebró el XI Congreso de la CTC.. Foto de Archivo

 

La erradicación del divisionismo entronizado en el movimiento sindical cubano en  1947 por Eusebio Mujal Barniol, constituyó uno de los  objetivos esenciales a resolver tras el triunfo de la Revolución, en enero de 1959.

A combatir ese mal que atentaba contra los intereses de los trabajadores —sector mayoritario y más golpeado por los gobernantes plegados   al   imperialismo estadounidense— dedicaron  no pocos  esfuerzos, tanto los principales dirigentes del proceso  revolucionario, en especial  Fidel, como los trabajadores, quienes tenían ante sí la  posibilidad real de cambios  sustanciales en sus vidas.

Para mediados de 1961, nacionalizados ya el 75 % del potencial industrial del país y el 41 % de sus tierras cultivables, se imponía contar  con una organización sindical que se  mancomunara   con  las administraciones de  los centros de trabajo en el  proceso de transformaciones económico-sociales emprendido  en la nación. Por  esa razón, el 1º  de agosto de  ese año el Consejo de Ministros aprobó la Ley No. 962   de Organización Sindical,  necesaria, además, debido a  la existencia de una dispersa y profusa legislación en  esa materia, y la diversidad  de gremios presentes dentro  de un mismo centro, ambas  inoperantes en las nuevas  condiciones.

El día 26 del siguiente mes, la Resolución No. 6853 del Ministerio del Trabajo  estableció la existencia  de una sola sección sindical  en los centros laborales, con  afiliación voluntaria, y la  constitución de 25 sindicatos nacionales, uno por cada  rama o industria. Indicaba,  asimismo,  que en octubre  se efectuaran asambleas generales para la constitución  de los comités de secciones  sindicales y la elección de  los delegados a los congresos  nacionales de sus respectivos  sindicatos.

Golpe de gracia al divisionismo

La urgente necesidad de unir  a los trabajadores se materializó cuando del 26 al 28 de noviembre de ese año, el Palacio  de los Trabajadores acogió a   los delegados al XI Congreso  de la CTC.

Este estuvo precedido por la celebración simultánea, del 22 al 24, de los congresos de los 25 sindicatos nacionales, surgidos de las 33 federaciones de igual carácter, de las  cuales 10 se fusionaron con  otras.

Correspondió a Lázaro Peña el indiscutible honor de presentar el informe al XI Congreso, en el cual aseguró que al unirse resueltamente y sin reservas a la Revolución, la clase obrera defendía los “diez logros históricos fundamentales” de esta, y los señaló  como:

Las conclusiones estuvieron a cargo de Fidel, quien  aseguró que “(…) toda la obra  que la Revolución está haciendo la puede hacer solo porque  ha cambiado la estructura  económica de nuestro país,  porque ha desarraigado los  intereses imperialistas y capitalistas y porque las  medidas  tomadas  implican  lucha  muy dura contra esos intereses, implican enfrascarse en batallas muy serias.  Y batallas como esas no se libran ni  se ganan si no las libra una  clase obrera consciente, revolucionaria y firme”.

Al referirse a la nueva estructura sindical enfatizó en  que los obreros habían dejado  de pensar como grupo dentro  de su clase:

“(…) de ser sindicato solo, y sindicato débil, para constituir la gran clase obrera  poderosa al frente del país,  para lograr conquistas, es decir, elevación del estándar de  vida, de condiciones de vida,  de elevación material y cultural  (…)”.

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