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¿Quién le pone el cascabel al precio?

Existe una afirmación muy socorrida por los especialistas en asuntos económicos: “El precio es una categoría altamente sensible y polémica en la vida de un país”.

Si a ella le agregamos que en el contexto del análisis persisten dos monedas, una fuerte (CUC) y otra con menos valor (CUP) y que es con esta última con la cual se sufragan fundamentalmente los salarios, entonces el tema se hace más complicado aún. Ese es el caso de la Cuba de hoy.

Una de las razones por las cuales el sueldo percibido por los trabajadores resulta insuficiente y se escapa como el agua entre los dedos, es por el abismo existente entre este y los precios (me refiero a los minoristas), y se precisa erogar cantidades excesivas en relación con las características y calidad de lo que se compra o a excluir la posibilidad de adquirirlo, por necesario o imprescindible que sea.

La tiránica ley de la oferta y la demanda, con la cual tendremos necesariamente que convivir, pero que casi siempre tiene la balanza inclinada a favor del vendedor, en las condiciones actuales del mercado agudiza aún más la situación de los precios.

Sucede que un producto X, cuyo costo de fabricación es, por ejemplo, de 10 pesos (CUP) se vende a 50, por el solo hecho de que “yo soy el que lo tengo y le pongo el precio que estime”.

Y no me refiero al que oferta el carretillero o algún otro trabajador no estatal, por citar un caso, sino al producto que comercializan liberado empresas estatales en la red minorista de alimentos o industriales. También sucede que pasan meses sin que un artículo determinado se adquiera por parte de la población debido al costo elevado, y la cifra se queda inamovible.

En esto intervienen, entre otros factores, los siguientes: En primer lugar la ineficiencia de nuestra industria y agricultura, y el desconocimiento de directivos y otros concurrentes al mercado, que no tienen en cuenta lo planteado por Marx hace siglo y medio, la rotación del capital, mediante la cual lo que se invierte regresa al inversor y la ganancia aumenta mientras más corta sea esta. De modo que si la mercancía circula con mayor rapidez, aunque la magnitud de la ganancia por unidades mercantiles sea inferior, se puede obtener mayor ingreso. Y lógicamente, si el precio es menor, hay mayores compradores y el dinero circula con mayor celeridad.

En Cuba existe una política de precios, consistente en las decisiones que se adoptan para concebir con coherencia las estrategias y las tácticas en lo referente a su formación, aprobación y control. Y evidentemente, ella debe considerar la combinación específica de los elementos que la conforman, como pueden ser las fichas de costos, la utilidad y otros. Vale preguntar: ¿Para establecer lo que encontramos todos los días se tienen siempre en cuenta esos principios y aspectos? Seis lineamientos dejan bien clara la actual política al respecto, la cual debe corresponderse con la actualización del modelo económico. Uno de ellos, el 70, plantea: “Perfeccionar, en la red estatal, las relaciones entre precios y calidades de similares productos o servicios, evitando diferencias no justificadas de precios”, y el 71 define: “Se adoptarán medidas dirigidas a propiciar, en lo posible, la estabilidad de los precios de las ofertas no estatales, en especial en las actividades vinculadas con necesidades básicas de la población, teniendo en cuenta la situación de la economía”. Si se ha avanzado algo en la implementación de ambos, ciertamente no lo he percibido aún.

Sé que no existe una fórmula mágica para que “el agua tome su curso”, pero el tema sí requiere de más análisis en aras de buscar y encontrar fórmulas que le den coherencia a la relación entre los precios y los ingresos de los trabajadores.

No debe seguir estando en el aire la pregunta recurrente: ¿Quién le pone el cascabel al precio?

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