Venturas y desventuras  del disco cubano

Venturas y desventuras del disco cubano

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Por Pedro de la Hoz

La memoria de la música, más que en  la partitura, sobrevive en el disco. Una  refleja la idea del compositor; el otro, la  manera en que el intérprete fija en sonidos,  materializa, esa idea. Si la interpretación  musical es un hecho temporal  irrepetible, su grabación permite hacerla  perdurar más allá de lo efímero. De  ahí que el disco, en cualquiera de sus  formatos, sea una herramienta testimonial  invaluable.

Pero el disco es también un producto  que se realiza en el mercado y  requiere, tanto para su producción  como para ser escuchado, de soportes  tecnológicos. El mundo pasó, en los  últimos 50 años, del vinilo al casete,  al disco compacto, al blu-ray, al  ipod, y a la distribución on-line (que  ha puesto en crisis al negocio discográfico  a escala planetaria), pero en  Cuba esa revolución tecnológica se  vio entorpecida, cuando no interrumpida,  por las dificultades económicas,  materiales y financieras derivadas  del bloqueo de Estados Unidos contra  la isla, que se mantiene también desde  hace más de 50 años.

De hecho, no existe un mercado  nacional del disco propiamente dicho,  aun cuando desde los 90 se diversificó  la industria fonográfica y no solo fue  la Egrem, sino Bis Music, Unicornio,  PM Records y Colibrí por la parte netamente  cubana y otros sellos que hicieron  dentro de Cuba, con capital foráneo,  pequeñas zafras como Caribe  Productions, Magic Music, Art Color,  Tumi Music, Lusáfrica, Eurotropical  y Ahí Namá.

Todo esto en medio de la euforia  del fenómeno Buena Vista Social Club,  puesto en órbita por el sello británico  World Circuit. El fundador de Cubadisco,  Ciro Benemelis, advirtió hace años  cómo entre las trabas de la distribución  internacional, consecuencia del bloqueo  y una mala política de promoción en  nuestros medios, muchos intentos anteriores  a Buena Vista quedaron truncos,  al tiempo que llamó la atención acerca  de cómo el impacto mundial de esa  agrupación debía recanalizarse de manera  que las disqueras cubanas apostaran  por reflejar la diversidad creativa  de nuestra música.

Si bien mucho se ha hecho por una  mayor variedad de los catálogos —con  Producciones Colibrí en la línea de  vanguardia de los resultados cualitativos—,  y por garantizar inversiones  como las de los estudios Abdala  y Ojalá, que han contado con el apoyo  de Silvio Rodríguez, y los de Egrem en  la calle 18, de Miramar, siguen siendo  carencias sensibles en la producción  discográfica cubana los fonogramas  de la llamada música de concierto, incluida  la coral, el disco para niños y  los registros folclóricos.

Pero lo más difícil pasa por la  existencia misma del disco cubano en  un mercado nacional. Entre nosotros  se da una inversión jerárquica que  pudiera parecer delirante a los ojos  de alguien que no esté familiarizado  con nuestra realidad: la obra grabada  circula informalmente de mano en  mano, de memoria flash en memoria  flash, de quemador a quemador, en  lugar de hacerlo mediante los circuitos  convencionales. La radio, y en  otra medida la televisión, establecen  los patrones de consumo.

Mientras por un lado las reproductoras  de discos son artículos de  lujo de difícil acceso a la población;  por otra el disco, como hecho material  y concreto, parece por momentos ser  una entelequia. El último Cubadisco  fue un espejo de esta situación. Una  parte significativa de los fonogramas  premiados nunca estuvieron disponibles.  Los sellos cubanos encargan a  entidades extranjeras la fabricación  de sus discos y la única fábrica cubana  acaba de liquidarse.

Apremia una estrategia coherente  que reanime y vigorice la industria  fonográfica nacional, a partir de una  solución integral que tome en cuenta  la relación entre selección de artistas  y repertorios, definición y complementación  de catálogos, procesos de  grabación y producción, fabricación,  promoción, mercado y distribución.  En esto se deben empeñar, junto al  Ministerio de Cultura y el Instituto  Cubano de la Música, otros organismos  estatales e instituciones, puesto  que la solución, que tampoco será  de golpe y porrazo, de los problemas  acumulados, solo vendrá de la integración  de múltiples voluntades.

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