El Big Papi se sumó al club de los 500 bambinazos

El Big Papi se sumó al club de los 500 bambinazos

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Hassan Pérez Casabona

A Jonder Martínez aún lo interrogan sobre el descomunal batazo que le conectaron en el Hiram Bitorm, varios años atrás. El derecho del Mariel, monarca olímpico en Atenas 2004 y que desde la temporada anterior defiende los colores de los “Cocodrilos” matanceros – bautizado certeramente por Julita Osendi como la “Maravilla”-, no se cansa de repetir: “La bola alcanzó gran altura, pero el `Big Papi´ ha demostrado que se la desaparece al mejor pitcher del mundo”.

Lo cierto es que, desde aquella tarde del 2006 en que caímos ante República Dominicana, en el emblemático parque de la capital puertorriqueña durante el I Clásico Mundial, la inmensa mayoría de la afición cubana quedó cautivada por el carisma de un bateador fenomenal, capaz de echarse sobre los hombros el peso de cualquier conjunto donde brinde sus servicios.

David Américo Ortiz Arias, más conocido por Papi Ortiz o Big Papi, llegó a 500 jonrones en las Grandes Ligas.
David Américo Ortiz Arias, más conocido por Papi Ortiz o Big Papi, llegó a 500 jonrones en las Grandes Ligas.

Hace solo unas jornadas David Américo Ortiz Arias, su nombre de pila, volvió a ser noticia cuando el pasado sábado 12 de septiembre despachó, ante los Rays de Tampa Bay, su cuadrangular número 500 dentro de las Grandes Ligas, convirtiéndose de esa manera en el sexto latino en alcanzar dicha hazaña y en el vigésimo séptimo jugador en lograrlo procedente de cualquier latitud.

Justo cuando los desafíos de play off despiertan toda la atención, nos parece oportuno apreciar en retrospectiva algunos de los muchos momentos relevantes de la carrera del ilustre quisqueyano previo al mencionado bambinazo. Desde ese prisma emerge el hecho, por ejemplo, de que dos campañas atrás el fornido toletero encabezó nuevamente a los Medias Rojas de Boston, en la conquista de su tercera Serie Mundial en un intervalo de nueve años.

Esa victoria adquirió ribetes todavía más espectaculares, debido a que las huestes de la mítica “Nación Roja” pudieron celebrar por todo lo alto el triunfo en el Fenway Park, hazaña que no acontecía desde 1918.

Con la sonrisa de la alineación, repleta de jugadores “barbudos”, sobre la grama más longeva de toda la Major League Baseball (el Fenway Park abrió sus puertas el 20 de abril de 1912, cinco jornadas después del terrible naufragio del Titanic) quedó sepultado, sin posibilidad de exorcismo alguno, el infausto anatema que condenó a los parciales de la urbe de Massachusetts a nunca más ceñirse la corona beisbolera.

La aciaga premonición se remontaba 93 años atrás, cuando Harry H. Frazee vendió a Babe Ruth a los Yankees de Nueva York, sempiternos rivales de los bostonianos. Para que tengamos una visión más abarcadora de la magnitud de la decisión, cuestionada desde entonces por cada parcial de los Red Sox, diré que Ruth, en 1916, se convirtió desde la lomita en el héroe de la campaña con 23 ganados y 12 perdidos y 1, 75 de promedio de carreras limpias.

En el segundo choque de la Serie Mundial de ese año Ruth lanzó 14 entradas completas, sin recibir anotaciones, frente a los Dodgers de Brooklyn. Veinticuatro meses más tarde extendió la racha a 29, 2 capítulos sin permitir carreras en Series Mundiales, cota que estuvo vigente hasta 1961.

En dicha contienda fue también líder de la liga en cuadrangulares, con 11 estacazos de vuelta completa. En la disputa del cetro, ante los Cachorros de Chicago, ganó dos juegos, al igual que Carl Mays, para que los de Nueva Inglaterra obtuvieran su cuarto título en siete años.

En su última ocasión vistiendo la franela roja, 1919, Ruth acumuló cifras brillantes con 103 anotadas, 29 jonrones, 114 impulsadas, 454 de OBP, 657 de SLG y 322 de average, a lo largo de 130 partidos. Desde la lomita fue también una carta de excelencia, con 9 ganados y 5 perdidos y 2. 97 de PCL, en 133.1 entradas de actuación. Con la retirada de Ruth, Boston no alcanzó una corona hasta el 2004, mientras que en dicho período los Bombarderos del Bronx se impusieron en 26 ocasiones.

Volviendo a Ortiz debemos apuntar que nació en Santo Domingo, el 18 de noviembre de 1975. El robusto bateador, con 6 pies, 4 pulgadas de estatura y 230 libras de peso corporal, fue firmado en 1993 por la organización de los Marineros de Seattle, quienes lo utilizaron en el sistema de Ligas Menores.

El 13 de septiembre de 1996 los de la ciudad de la “Aguja Espacial” lo enviaron a los Mellizos de Minnesota, completando el intercambio por el infielder Dave Hollins. Luego de consumir numerosos turnos al bate con conjuntos como el New Britain, el Ft. Myers y el Salt Lake, en las ligas del Este, de la Florida y del Pacífico, debutó por fin en las Mayores, en 1997, aunque solo intervino en 15 desafíos.

Un año después, se desempeñó como primeara base en más de la mitad de los encuentros (86) de la competencia. En el 2000 los Mellizos comenzaron a utilizarlo no solo como defensor del primer cojín sino que, aprovechando la reglamentación de la Liga Americana, lo colocaban también como designado.

En el 2002 tuvo la mejor lid con los de Minneapolis, consiguiendo 20 cuadrangulares, 32 dobles y 75 remolques, a lo largo de 125 juegos en los que promedió 272. Sin sospechar siquiera la novela que sobrevendría, los Twins prescindieron de sus aportes, el 16 de diciembre. Pocas semanas después, el 22 de enero del 2003, los Medias Rojas, se hicieron de sus servicios.

De ahí en lo adelante la historia es harto conocida; tanto que Ortiz (junto a los también quisqueyanos Manuel “Manny” Ramírez y Pedro Martínez y otros jugadores del calibre de Curt Schilling y Jason Varitek) se erigió en bujía inspiradora para que, en el 2004, en predios del Busch Stadium, en Saint Louis, Missouri, los patirojos ganaran su primer cetro en 86 años.

Una leyenda para el béisbol dominicano
Una leyenda para el béisbol dominicano

Aquella diadema empezaron a construirla, en verdad, al protagonizar la remontada más inverosímil ocurrida en todos los tiempos dentro de la MLB, precisamente luego de que con un dramático cuadrangular de Ortiz en la 10 entrada, emprendieron el camino para desbancar a los Yankees que, en la Serie de Campeonato de la Liga Americana, iban delante 3 juegos a 0.

Tres años más tarde, ante los Rockies de Colorado, Ortiz nuevamente se lució con el bate, compilando 33 de average, con 4 anotadas, 4 impulsadas y 3 dobles. Su liderazgo contribuyó a desbancar, por barrida, a la nómina que tiene su cuartel general en el Coors Field, de Denver.

Quedaba pendiente, sin embargo, que la escuadra escarlata se impusiera en la grama local. Muchos expertos consideraban que un triunfo inmediato resultaría extremadamente difícil, especialmente por el proceso de renovación sufrido por el elenco.

No solo ya no contaban con el bate caliente de Manny Ramírez (el marcado con el dorsal 24 conformó una dupla con Ortiz sin parangón al punto que, entre ambos, consiguieron en los 6 años en que alinearon como tercero y cuarto en el line up 1199 anotadas, 448 cuadrangulares y 1420 impulsadas o lo que es igual, como promedio, 199 carreras, 75 bambinazos y 237 remolques en cada campaña, algo inalcanzable para cualquier otro one-two de cualquier circuito, en el período 2003-2008) sino que, para colmo, culminaron la campaña del 2012 en el último peldaño de su división, con 69 victorias y 93 fracasos.

El salto experimentado en la lid del 2013 -primeros en el apartado este de su liga, con 97 sonrisas y 65 descalabros- constituye, por cierto, la segunda vez en la historia en que una escuadra sotanera se propulsa, doce meses después, hasta el estrellato.

La victoria en ese “Clásico de Otoño” confirmó que ningún elenco está excluido de la porfía por alcanzar la cima, si logra cohesionar a sus miembros en torno a un objetivo. En ese propósito Ortiz -30 Hr; 103 CI y 309 de Ave en 137 choques del calendario regular-, asumió protagonismo de principio a fin de la justa.

En la Serie Mundial resultó prácticamente imposible sacarle out, al punto de que promedió 688, con 760 de OBP, 1188 de SLG y 1998 de OPS. En 16 turnos conectó 11 inatrapables, incluidos dos cuadrangulares y dos tubeyes. Anotó 7 carreras e impulsó 6, con 8 boletos, 4 de ellos intencionales. No en balde, de forma unánime, recibió el galardón de Jugador Más Valioso (MVP), por sus siglas en inglés, del segmento final de la competición, algo que antes obtuvieron sus coequiperos Manny Ramírez, en el 2004, y Mike Lowell, en el 2007.

La resonancia de lo alcanzado en todos estos años por el Big Papi, como cariñosamente lo denomina la afición, trascenderá inobjetablemente el hecho de levantar un trofeo, o atesorar dígitos de primerísimo orden, pues el popular número 34 representa, además, ejemplo para muchos adolecentes en la geografía latinoamericana y caribeña.

Por su talento y entrega –aún más luego de arribar al medio millar de cuatriesquinazos- nadie duda que en el futuro, cuando cuelgue el uniforme, será exaltado al templo de los inmortales del béisbol en Cooperstown.

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