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Casi 40 años de vida relacionados con el Comandante Almeida

Por Yasel Toledo Garnache

Mi entrevistado nunca había querido conversar con la prensa sobre el tema, quizá por cuestiones de su oficio o por humildad. Ya nuestra jefa nos lo había alertado: “Traten de convencerlo”.

En la mente, muchas veces ensayamos la presentación, cual llave para acceder al diálogo. Y algo dentro decía que era posible, aunque llegáramos a su casa a las seis de la tarde y sin anunciarnos, pésimos pasos para lograr la entrevista, según la teoría y hasta el más elemental sentido común.

Con amabilidad nos brindó asiento, pero “no, no hablaré sobre eso”.  Insistimos. Su esposa, Pilar, nos ayudó y, poco a poco, accedió.

El capitán jubilado Ramón Alejandro Rondón Álvarez, hijo de un chofer de alquiler y una ama de casa, se desempeñó como agente de la Seguridad del Estado durante 30 años, fue asesor de la protección personal de dos presidentes en Mozambique y participó en la de Fidel en una visita a Nicaragua, en ocasión del primer aniversario de la revolución en ese país.

Durante casi cuatro décadas, realizó tareas vinculadas al Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, uno de sus mayores orgullos. En la sala, persisten fotos de él con Almeida, momentos guardados en imágenes, que seguramente observa con frecuencia.

“Él vino para Bayamo como delegado del Buró Político del Partido en la región de Oriente, en septiembre de 1970. Radicaba en El Yarey, que era como un Estado Mayor, donde estaban las direcciones de varios organismos.

“La gente hablaba de su carácter enérgico, pero era también sensible. Exigía que cumplieran con lo establecido y jamás le dijeran una mentira, por dura que fuera la verdad. Más de cinco años residió en una vivienda, en Nuevo Bayamo, donde también lo hizo el Comandante Guillermo García.

“Los primeros encuentros fueron de servicio, propios del trabajo. En El Yarey, se efectuaban una o dos reuniones semanales presididas por él.

“Era extraordinario, ferviente amante de la historia y admirador de Antonio Maceo, Carlos Manuel de Céspedes y de Fidel. Al igual que el Titán de Bronce, era zurdo y medio gago, pero nunca nadie se atrevió a mencionar esas semejanzas en su presencia.

“Cuestionaba expresiones como: tengo un dolor de cabeza negro, veo algo negro en tu camino. Decía ‘por qué deben ser de ese color y no azul, amarillo o de otro’. Recalcaba la importancia de ser cuidadoso en la escritura de la historia”.

Pilar, con quien lleva 41 años de matrimonio, realizaba sus ajetreos en la cocina y, a veces, se detenía para escuchar. Nos trajo unas tacitas con café, y Rondón siguió con humildad:

“Admiré su fidelidad y entrega a la causa revolucionaria, su deseo de lograr obras para la posteridad, su preocupación por la familia. A su hijo, Juan Guillermo (JG), lo conocí desde niño.

“No se vanagloriaba, incluso su frase en Alegría de Pío, durante mucho tiempo se le adjudicó a Camilo Cienfuegos, y él no decía nada”.

Rondón Álvarez habla de forma pausada. En ocasiones, se detiene, como si visualizara en la memoria partes del pasado. Luego continúa:

“Componía con lápiz y una rapidez tremenda. Solía hacerlo durante los viajes y con música instrumental de fondo. En un recorrido por Bartolomé Masó, escuchó el sonido de un fuete, pidió papel y comenzó a escribir la canción El arriero. Tarareaba los temas y una vez en un ensayo de la Original de Manzanillo hasta bailó. Jamás perdió la costumbre de tomar agua en cantimplora”.

El 11 de septiembre del 2009, el sonido del teléfono despertó el hogar y agitó los corazones de Rondón y Pilar, con una noticia de tristeza:

“Era Alfredo Burgos González, el ayudante del Comandante Almeida durante 30 años, quien me dijo: ‘Hermano, yo no estoy bien’. Enseguida supe de qué hablaba. Un poco más tarde, me volvió a llamar para decirme más.

“Todavía, cuando voy al Tercer Frente, donde descansan sus restos, siento dolor, porque antes solía ir con él”, expresa y la voz se torna entrecortada. Algunas lágrimas salen de sus ojos.

”Valoro mucho sus gestos conmigo. Haber estado a su lado es un compromiso. Me pregunto por qué confiaba tanto en mí, incluso después de mi jubilación. Unos me decían que porque me consideraba su amigo, pero esa es una definición demasiado grande, aunque hubo afinidad y siempre trabajé lo mejor posible”.

Aquel niño, nacido en Bayamo a mediados de la década de los  40, del pasado siglo, quien trabajó desde los 11 años de edad en un molino arrocero, y se graduó de técnico en Electromedicina, después del triunfo de la Revolución, jamás imaginó que gran parte de su vida se relacionaría con uno de los hombres más destacados de la historia nacional. Tal vez por eso, conserva todos sus libros y canciones, y habla del Comandante, el héroe, el escritor, el compositor y el ser humano, exigente y lleno de sueños.

Cerca del final de la conversación, nos mostró más fotos y rememoró otras anécdotas. Pilar añadió: “Es un esposo excelente”.

Un estrechón de manos y el agradecimiento sellaron la despedida. Afuera, la noche ya corría y solo entonces nos percatamos de que transcurrieron casi dos horas de diálogo.

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