«Un regalo en el renacer de América»

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A propósito de la presentación de un texto necesario

Hassan Pérez Casabona

Ninguna persona honesta en el mundo dedicada a las investigaciones sobre los procesos sociales se atrevería a ignorar, con independencia de su filiación política, el papel desempeñado por la Revolución Cubana en el fomento de la integración, entre la naciones tercermundistas en general y de nuestra región en particular.

Es tal la ejecutoria desplegada en ese campo que a diario, en uno u otro confín de la geografía universal, se levantan innumerable voces en defensa apasionada del proyecto emancipatorio que construimos en la mayor de las Antillas, desde el 1ro de enero de 1959.

Específicamente con respecto al área latinoamericana y caribeña hemos tenido una especial vocación por fomentar la integración entre nuestros pueblos, a partir de nutrirnos de tradiciones e idearios de luchas comunes.

Apenas habían transcurrido dos semanas de la entrada triunfal de Fidel a La Habana cuando, el viernes 23 de enero de 1959, marchó a celebrar junto al heroico pueblo venezolano, acompañado por otros jóvenes rebeldes, el primer aniversario de la victoria sobre la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, una de las más nefastas que se entronizó en esta parte del orbe durante la década del 50 de la pasada centuria.

Fue un viaje cargado de simbolismo, en el cual los habitantes de Caracas se acercaron a unos barbudos que, enfundados en sus uniformes verde olivo, cargaban sobre sus hombros la esperanza esquilmada durante siglos.

Las intervenciones del Comandante en Jefe en la Plaza del Silencio y en la Universidad Central de Venezuela (UCV) son dos piezas oratorias de inestimable valor, en el propósito estratégico de crear bases sólidas, en múltiples direcciones de trabajo, que contribuyeran a edificar relaciones plenas del Bravo a la Patagonia, cimentadas en el respeto a las inevitables singularidades de cada cultura, y en la complementariedad que emanaría de la interacción entre actores con similar devenir histórico.

Pocas semanas después, exactamente el miércoles 15 de abril, partió a recorrer varias ciudades norteamericanas, en el afán de tender un puente que permitiera desarrollar relaciones respetuosas entre ambos países.

Era la primera vez que un dirigente latinoamericano visitaba la ciudad del Potomac, no para pedir empréstito alguno sino para exponer de manera cordial, y con pasión sincera, las acciones que ya se acometían para transformar el panorama desolador en que la sangrienta tiranía batistiana sumió a nuestro archipiélago.

Dicha voluntad no fue reciprocada por la clase política dominante en la Casa Blanca que, por el contrario –como hemos examinado en trabajo anteriores- arremetió con todos los medios a su alcance para derrocar la alternativa transformadora, que se abrió con el acontecimiento telúrico que significó que un grupo de jóvenes venciera a uno de los ejércitos mejor pertrechado del área, con 80 mil hombres sobre las armas.

No desconocía la dirección revolucionaria la política seguida por Estados Unidos hacia nuestro país, y toda América Latina y el Caribe, a partir de su Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776, pero ello no le impidió mirar hacia el horizonte e intentar dibujar vínculos civilizados con el poderoso vecino.

Esa es una verdad histórica que nadie puede escamotearle a nuestros dirigentes, que si bien apenas rebasaban las tres décadas de vida (Fidel no cumplía aún 33, el Che 31y Raúl 28) demostraron poseer extraordinaria madurez, también en la esfera de las relaciones internacionales y profundos sentimientos integracionistas, resultado de un pensamiento cultivado en la más raigal estirpe bolivariana y martiana.

Después de cautivar a todos los sectores de la sociedad norteamericana con los que se reunió (bastaría únicamente aludir la apoteosis que constituyó, por ejemplo, el acto que se organizó para agasajarlo en el mismísimo Central Park neoyorquino) Fidel realizó un periplo por Brasil, Argentina y Uruguay, previa escala en Puerto España, que desafortunadamente ha sido insuficiente estudiado.

Durante dicho recorrido desgranó ideas sobre la necesidad impostergable de unirnos y desarrollarnos de manera conjunta, que no han perdido un átomo de vigencia. Con un carisma pocas veces visto en la esfera política, reflexionó en cada encuentro sobre las grandes misiones que se planteaban para nuestros pueblos: saltar sobre la pobreza que los oligarcas nos impusieron; e integrarnos, como único garante de alcanzar la ansiada libertad por la que comenzamos a luchar desde la época de la gloriosa Revolución Haitiana. [1]

Las maniobras divisionistas del imperialismo, sin embargo, lograron en aquellos primeros años desgajar a Cuba de su entorno natural (en el plano de la ruptura de las relaciones de esos gobiernos títeres, no en cuanto a la percepción que los pueblos tenían del proceso revolucionario antillano) luego de las sucesivas condenas que perpetraron en el seno de la OEA en San José, en agosto de 1960, y Punta del Este, en enero de 1962, que encontraron como respuestas de hidalguía suprema la I y II Declaración de La Habana, del 2 de septiembre de 1960 y el 4 de febrero de 1962 respectivamente.

Consiguieron así los yanquis –dictaduras horrendas, golpes de estado e intervenciones armadas mediante- diferir el sueño de integración latinoamericana, que tiene en Bolívar y Martí a sus exponente paradigmáticos.

Todavía recuerdo las palabras estremecedoras del Comandante en Jefe, durante la I Cumbre Iberoamericana celebrada en 1991 en Guadalajara, cuando reconoció que estábamos distantes de hacer realidad aquellos anhelos. [2]

Pero como una idea justa desde el fondo de una cueva puede más que un ejército –nos enseñó el Apóstol de la independencia cubana- el proyecto de nuestros próceres renació luego de la llegada al Palacio de Miraflores del inmenso Comandante Supremo Hugo Rafael Chávez Frías, que como huracán se consagró no solo a reivindicar los derechos de sus conciudadanos sino de todos los compatriotas de la Gran Patria latinoamericana y caribeña.

Su influjo fue perceptible en la oleada progresista que luego continuaron Lula, Evo, Daniel, Néstor y Cristina, Bachelet o Correa, todos ellos desde la autenticidad que brota de entender cada propuesta tomando como rampa de despegue la interpretación dialéctica de las condiciones histórico concretas de cada pueblo.

Solo desde esa óptica pueden comprenderse a cabalidad lo mismo la lucha por lograr hambre cero, la dignificación de la Pachamama, el combate contra las infames leyes de Punto Final, la Revolución Ciudadana que impulsa el Movimiento Alianza País, en la tierra del inolvidable Eloy Alfaro, o el Socialismo del Siglo XXI. No en balde José Carlos Mariátegui había sentenciado: “…el socialismo en América no puede ser copia y calco, tiene que ser creación heroica”.

Imbuido de ese espíritu al que entregó cada segundo de su existencia, Chávez ideó junto a Fidel esa cumbre de lo que deben ser los vínculos entre nuestros pueblos, que representa el Alba. El 14 de diciembre del 2004, justó diez años después de aquel primer abrazo histórico entre dos hombres excepcionales, definitivamente significó que la historia de nuestros pueblos cambiaría para siempre.

Al igual que sucedió poco más tarde con la creación de Petrocaribe, el 29 de junio del 2005, vórtice del desarrollo energético de incalculable valor que agrupa a 19 naciones y que por estos días festejó por todo lo alto el décimo aniversario de resultados concretos, en beneficio de los tradicionalmente preteridos.

El mismo gigante que pudo dirigir en su amado Fuerte Tiuna, en diciembre del 2011, la reunión de la Celac, a la que tanto él, como Fidel y Raúl calificaron con certeza como el acontecimiento institucional más relevante de los últimos doscientos años. “Ha triunfado al fin, expresó con orgullo infinito el hijo de Sabaneta, el ideal bolivariano sobre el monroísmo”.

Un texto necesario.

De izquierda a derecha: Alberto Prieto Rozos, el autor del texto Abel Enrique González Santamaría, y David Deutschmann, durante la presentación. Foto: Jose M. Correa/ Granma
De izquierda a derecha: Alberto Prieto Rozos, el autor del texto Abel Enrique González Santamaría, y David Deutschmann, durante la presentación. Foto: Jose M. Correa/ Granma

Estos apuntes, de conjunto con otros pensamientos, se agolparon en mi mente participando de la presentación del libro Los desafíos de la integración en América Latina y el Caribe, de Abel Enrique González Santamaría, y escuchando las profundas reflexiones sobre disimiles temáticas del presidente Nicolás Maduro, trasmitidas durante dos jornadas a través de esa joya de la comunicación que representa el canal multinacional Telesur, otra de las genialidades del Comandante Chávez, que el pasado 24 de julio arribó también a su décimo cumpleaños.

En una Sala Che Guevara de la Casa de las Américas totalmente abarrotada, fundamentalmente por jóvenes, tuvo lugar el lanzamiento del mencionado texto en presencia de numerosas personalidades, entre ellas Gladis Bejerano Portela, Contralora General de la República y vicepresidenta del Consejo de Estado; Abel Prieto Jiménez, asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Julián González Toledo, ministro de Cultura; Darío Cura, Fiscal General de la República, el general de división Romárico Sotomayor, Jefe de la Dirección Política del Minint; Luis Morlote Rivas, vicepresidente de la Uneac y Jennifer Bello, Presidenta Nacional de la Feu.

Asistieron igualmente Roberto Fernández Retamar -presidente desde 1986 de la emblemática institución que fundara en julio de 1959 Haydée Santamaría- y una representación de los historiadores de 15 países, que ese propio día 7 de septiembre inauguraron en la capital el Coloquio Internacional en ocasión del Bicentenario de la Carta de Jamaica, encabezados por el doctor Sergio Guerra Vilaboy, presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (Adhilac).

David Deutschman, director de la Editorial Ocean Sur, quien tuvo a su cargo la publicación del volumen, significó la importancia de estas páginas y el hecho de que ya está en proceso una tirada en inglés de dicha obra.

El querido doctor Alberto Prieto Rozos, Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana y quien tuvo a su cargo las palabras introductorias, realizó en verdad una disertación en apretada síntesis no solo de los contenidos fundamentales abordados en el libro, sino de las diferentes intentos históricos por lograr la integración regional.

Reconoció, en ese sentido, cómo la obra de González Santamaría establece tres ciclos fundamentales a la hora de reconstruir las iniciativas emancipatorios precedentes: el que parte de la Carta de Jamaica, elaborada el 6 de septiembre de 1815; el que nace de la concepción martiana refrendada en el ensayo Nuestra América y el que se levanta a partir de la impronta fidelista con las referidas Declaraciones de La Habana. [3]

El autor, por su parte –joven doctor en Ciencias Políticas que en los últimos años ha realizado valiosas contribuciones en ese campo y en el de la historiografía, con textos como La gran estrategia. Estados Unidos vs América Latina, dado a conocer por la Editorial Capitán San Luis en el 2013, y El destino común de Nuestra América, así como mediante diferentes artículos aparecidos en la prensa nacional- dejó constancia del extraordinario honor que representaba hurgar en nuestras raíces, para encontrar testimonios que nos permitan defender con convicciones más sólidas el camino que escogimos.

Expuso además que su investigación era un homenaje al extraordinario papel desempeñado por la mujer en nuestras luchas, el cual simbolizó en las heroínas Celia Sánchez Manduley, Melba Hernández Rodríguez del Rey, Haydeé Santamaría Cuadrado y Vilma Espín Guillois.

De igual forma realizó un recuento de diferentes pasajes, reverenciando a figuras que no han sido suficientemente estudiadas por la mayor parte del público, como es el caso de Francisco de Miranda. [4]

Especial valor tuvieron sus reflexiones sobre la última etapa en el largo camino por alcanzar la integración, concretada a partir de la Cumbre de América Latina y el Caribe, efectuada en las postrimerías del 2008 en Salvador de Bahía. En esa óptica destacó el papel de Cuba en contribuir al nacimiento de la Celac, y el hecho de que en la cita celebrada en nuestra capital, en enero del 2014, se aprobara la Proclama que considera a la región como Zona de Paz. [5]

Dándole continuidad a temáticas tratadas en sus investigaciones anteriores, Abel Enrique descorrió el velo en torno a la actuación de varios presidentes norteamericanos que, de una u otra manera, pretendieron doblegar a la región en la medida que la concebían como su traspatio.

Consciente de la necesidad de tener a disposición argumentos concretos, mencionó que en la actualidad más de 45 mil colaboradores cubanos (el 51 % de ellos trabajadores de la salud) brindan ayuda desinteresada en muchos de los parajes más intrincados de 25 de las 33 naciones latinoamericanas y caribeñas. Exhortó asimismo al estudio de las fuentes originales, para encontrar nuestra “verdad histórica”. Visiblemente emocionado, afirmó: “Este libro es un regalo en el renacer de América”.

Observando el entusiasmo con que los jóvenes asistentes a la presentación se dispusieron a buscar el texto colocado en los laterales de la sala, recordé las vibrantes palabras que en la tarde previa pronunciara el presidente Maduro, en el acto en la capital jamaicana en que se recordó al Libertador.

“Creemos, al igual que el Comandante Chávez, que la historia no puede ser un lugar aburrido, sino el sitio exacto donde nos inspiramos para las batallas futuras. El Caribe sigue siendo, 200 años después, el mar para fundar las utopías de hoy y del futuro. Hay que cuidar el camino que hemos construido juntos. No dejemos que las intrigas de los poderosos del mundo jamás vulneren la confianza y esperanza nacida durante esta lucha. Retomamos el camino original, el que resume las causas de estos 200 años. Es el camino maravilloso capaz de lograr el milagro de que esta orquesta suene con los ritmos de cada nación. Juntos, y solo juntos, nuestros pueblos tendrán derecho a la libertad y felicidad verdadera. Todo lo demás es mentira. Cantos de sirenas imperiales para vernos divididos y de rodillas y que nuevos coloniajes dominen el desarrollo de esta juventud. En este mundo del siglo XXI se nos respetará si seguimos hermanados. Más que como una reflexión lo digo como un clamor al Caribe y la América nuestra. Bolívar nos vuelve a hablar desde Kingston, pensando en el futuro. (…) Como Bolívar, digamos esclavismo más nunca; unidos por siempre”. [6]

Enhorabuena una magnífica propuesta como la que Abel Enrique nos obsequió, justo cuando más necesarias son nuestras tradiciones de lucha.

 

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] Estando en Nueva York, Fidel recibió una invitación del presidente argentino Arturo Frondizi, con el objetivo de que asistiera a la denominada “Conferencia de los 21”, con la intención de discutir sobre los agudos problemas económicos que afectaban a la región. La idea original de este evento correspondió al mandatario brasileño Juscelino Kubistchek. El líder cubano despertó gran admiración durante toda la gira. En Buenos Aires expresó: “Aquí se ha dicho que una de las causas del subdesarrollo es la inestabilidad política. Y quizás la primera verdad que debe sacarse en claro es que esa inestabilidad política no es la causa, sino la consecuencia del subdesarrollo. (…) El desarrollo económico de América Latina necesita un financiamiento de 30 000 millones dólares en un plazo de diez años”. Sobre la repercusión de esta propuesta escribió el inolvidable maestro de periodistas Luis Báez, quien le acompañó a múltiples recorridos: “Inmediatamente, la iniciativa es calificada en Washington de ridícula y demagógica. Sin embargo, menos de dos años después, el presidente John F. Kennedy ofrecería 25 000 millones de dólares para el desarrollo de América Latina, de acuerdo con el programa de la Alianza para el Progreso. Fidel, entonces riéndose, comentaría que se trataba de un intento de arrebatarle su iniciativa. Fidel tenía una perspectiva extraordinaria sobre las necesidades y actitudes de Latinoamérica que ninguna Administración de los Estados Unidos podría o querría comprender en las siguientes décadas. Y el contraste entre su viaje triunfador y el recorrido del vicepresidente Nixon, entre pedradas y salivazos, a través de América del Sur un año antes, destacaba el estado de ánimo reinante en esa región del globo”. Horas más tarde, en Montevideo, precisó: “Es que siendo unos, enteros, hemos vivido separados, hemos vivido alejados, hemos vivido divididos. Hemos vivido al margen de lo que pudo habernos hecho grandes; de lo que pudo habernos protegido de la impotencia. (…) Hemos vivido al margen de la orientación de nuestros libertadores, a los que hemos levantado estatuas, a los cuales hemos dedicado millares de ramos de flores, millones tal vez de discursos, pero a los que no hemos seguido en la esencia pura de su pensamiento”. Luis Báez: Fidel por el mundo, Casa Editora Abril, La Habana, 2011, pp. 51-54.

[2] En el Centro Cultural Hospicio Cabañas Fidel expuso diversas ideas con una contundencia no vista en los foros internacionales. Con sus palabras en la hermosa urbe tapatía demostró la importancia colosal concedida por Cuba a la temática de la integración. “Por primera vez –comenzó diciendo- nos reunimos los latinoamericanos sin que nos convoquen otros. Ya por ello este encuentro asume un carácter histórico. (…) A pesar de nuestra cultura, idioma e intereses comunes, durante casi 200 años, desde que la mayoría de América Latina alcanzó su independencia, hemos sido divididos, agredidos, amputados, intervenidos, subdesarrollados, saqueados. Convertido en oro físico el total del valor de las divisas convertibles netas que salen de América Latina cada año, es superior al de todo el oro y la plata que España y Portugal extrajeron durante 300 años. Y así se postula todavía que podemos desarrollarnos. (…) Nunca hemos sido capaces de alcanzar nuestros objetivos con nuestras propias fuerzas, a pesar de los inmensos recursos de nuestra naturaleza y la inteligencia de nuestros pueblos. Pudimos serlo todo y no somos nada. (…) Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial ¿hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida? ¿Es que no seríamos capaces de ver que únicamente unidos podemos discutir con Estados Unidos, con Japón y con Europa? ¿Es que solo cada uno de nosotros puede enfrentar esa colosal tarea? Las grandes potencias económicas no tienen amigos, solo tienen intereses. (…) Pienso que aunque aquí se pueden discutir muchas cosas, lo esencial de esta reunión y lo que le daría su verdadero sentido histórico, es la decisión de aunar nuestros esfuerzos y voluntades hacia la integración y la unidad de América Latina, no solo económica sino política. (…) Ha llegado el momento de cumplir con hechos y no con palabras la voluntad de quienes soñaron un día para nuestros pueblos una gran patria común que fuese acreedora al respeto y reconocimiento universal”. Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en la sesión inaugural de la Primera Cumbre Iberoamericana, Guadalajara, México, 18 de julio de 1991, Ver en: Granma, viernes 19 de julio de 1991, “Año 33 de la Revolución”, Tercera Edición, portada.

[3] Sobre la Carta de Jamaica, cuya versión original fue hallada en el 2014 en archivos ecuatorianos, Portia Simpson Miller, Primera Ministra de esa hermana nación caribeña, expresó en las conclusiones del acto efectuado el pasado domingo 6 en que celebramos su bicentenario, inaugurando el Centro Cultural Simón Bolívar: “La Carta de Jamaica no es un documento ordinario, es un discurso histórico sobre la brutalidad del colonialismo español. Detalla los sufrimientos de nuestras naciones y la lucha por su independencia. También provee lecciones muy importantes de la historia y la necesidad planteada por Bolívar de lograr la independencia uniendo a nuestros países. Era un hombre joven pero con una ideología madura sobre la integración hemisférica. Nos sentimos honrados que Bolívar haya encontrado refugio en Jamaica. Sabemos que residió no muy lejos de esta ubicación en la que estamos ahora. (…) En el centro que hoy inauguramos generaciones presente y futuras del Caribe podrán aprender sobre la vida y obra de Bolívar. (…) Los ideales y principios de este tremendo luchador serán mantenidos vivos en Jamaica. Su legado ha sido preservado en la historia a través de esta Carta de Jamaica. Hoy la importancia de su vida y de su contribución a la región está siendo grabada en este Centro en su honor.” Tomado de la transmisión televisiva de Telesur.

[4] Francisco de Miranda es una figura sobre la que existen múltiples valoraciones historiográficas, algunas de ellas dotadas incluso de perfiles míticos. Sobre él, cuyo nombre aparece grabado en el Arco de Triunfo de la Ciudad Luz, medita la profesora de la Universidad París III, Marié-Cécile Bénassy. “El drama de un precursor es el de ser un incomprendido: sus contemporáneos no entiende su mensaje. En cuanto a sus lejanos descendientes, estos terminan por olvidar al hombre cuyas ideas forman ya parte del patrimonio común. La gloria del Libertador Simón Bolívar (1783-1830) ha eclipsado la de su compatriota, el revolucionario Francisco de Miranda (1750-1816). Probablemente era inevitable. Pero la imagen del discípulo ha contribuido también y sobre todo, a enturbiar la del maestro. No obstante, es necesario reconocer igualmente que la faceta aventurera y novelesca de éste ha contribuido a multiplicar las ambigüedades y las incertidumbres. El famoso juicio de Bonaparte: `Un Quijote que no está loco´, le calza como un guante, y no obra mucho en su favor el que se le atribuya el mérito de haber recibido los favores íntimos de la emperatriz Catalina de Rusia. (…) El historiador francés Francois-Xavier Guerra ha acuñado esta fórmula: `La vida de Miranda es como un resumen de la época de la Ilustración y de aquella de la Revolución, con sus cualidades y sus contradicciones´”. La venezolana Carmen Bohórquez, catalogada como una de las principales conocedoras sobre el “Caraqueño Ilustre” y autora de numerosos estudios sobre su personalidad, afirmó en uno de esos volúmenes: “Si la participación de la mayor parte de los sudamericanos en el proceso emancipador fue provocada por la dinámica misma de los acontecimientos, todo lo contrario puede decirse de Miranda. Sería verdaderamente difícil encontrar otro que haya estado más consciente de la necesidad de emancipar a las colonias hispanoamericanas, o más comprometido a crear las condiciones necesarias para el éxito de una empresa de esa envergadura. Incluso, podríamos decir que su dedicación fue una escogencia racional y que las gestiones hechas en el curso de su vida, relacionadas con esta emancipación, parecen obedecer a un plan general establecido desde siempre”. Guerra Vilaboy, resaltando otra arista sobre el prócer, considera en su más reciente obra presentada en febrero de este año por el doctor Eusebio Leal, en ocasión de la Feria Internacional del Libro, que: “Fue el venezolano Francisco de Miranda el primero que se preocupó por una nueva denominación para señalar de manera inconfundible a la totalidad de las posesiones españolas de este hemisferio y también para distinguirla de los Estados Unidos de América, que se habían apropiado del nombre genérico del continente para dárselo a su recién constituida nación. Por eso El Precursor inventó hacia 1788 el nombre de Colombia, del que ya se valió cuando elaboró su primer manifiesto independentista, que tituló Proclamación a los Pueblos del Continente Colombiano, alias Hispano- América, de la misma manera que llamaría después “ejércitos colombianos” al contingente militar que en 1806 guiara a las costas de Venezuela o El Colombiano al periódico que editara más tarde en Londres (1810)”. Ver en: Carmen L. Bohórquez Morán: Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de América Latina, Fondo Cultural del ALBA, La Habana, 2006, pp. 7-10 y 181., y Sergio Guerra Vilaboy: Nueva historia mínima de América Latina, Ediciones Boloña, Colección Raíces, La Habana, 2014, p. 11.

[5] Refiriéndose a la necesidad de impulsar una visón integracionista, el compañero Raúl expresó en esa oportunidad: “La diversidad en el nivel de desarrollo de distintos sectores sociales y productivos entre nuestros países es, además, una oportunidad para la complementariedad y la integración de sus economías y la cooperación. Debemos establecer un nuevo paradigma de cooperación regional e internacional. En el marco de la CELAC tenemos la posibilidad de construir un modelo propio adaptado a nuestras realidades, basado en los principios del beneficio común y la solidaridad, que tome en cuenta las mejores experiencias desarrolladas en los últimos años por los países de la región y por las organizaciones latinoamericanas y caribeñas de integración, como MERCOSUR, ALBA, PETROCARIBE, UNASUR, CARICOM, SICA y otras, que a lo largo de los años ya han trazado un camino”. Sobre el trascendental documento añadió: “Como muestra de su firme compromiso con el desarme nuclear y la paz, América Latina fue la primera en el mundo en establecer, mediante el Tratado de Tlatelolco, una Zona Libre de Armas Nucleares. Pero debemos llegar más lejos. La paz y el desarrollo son interdependientes e indisolubles. No puede haber paz sin desarrollo, ni desarrollo sin paz. Por eso nos hemos propuesto proclamar a nuestra región como una Zona de Paz que destierre para siempre la guerra, la amenaza y el uso de la fuerza, en la que los diferendos entre nuestros países se resuelvan por nosotros mismos, por vías pacíficas y de negociación, conforme a los principios del Derecho Internacional”. Discurso pronunciado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en la inauguración de la II Cumbre de la CELAC, el 28 de enero de 2014, “Año 56 de la Revolución”. Ver en: “La América nuestra unida en su diversidad”, Suplemento Especial, Granma, miércoles 29 de enero de 2014, p. 2.

[6] Tomado de la transmisión televisiva de Telesur.

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