
Cada puerto es un mundo especial, nadie lo dude, pero no por aquello de abrigar la entrada y salida de navíos de cualquier parte sino por ser el lugar donde se desenvuelven seres sui géneris, personas de absoluta humildad y sapiencia, gente que acompasa manos y cuerpo para acomodar sacos y más sacos, que habla a gritos y ríe estridentemente como solo saben hacerlo aquellos que gustan de lo que hacen, así como Rafael Peralta Tall, uno de esos imprescindibles, mucho más ahora que se marchó para siempre.
Hay luto en la rada santiaguera y un poco más allá también, porque Piri, como todos le decían, devino paradigma de los portuarios del país desde que antes de 1959 se viera precisado a laborar como bracero en el espigón santiaguero.
Desde aquel entonces abrazó los caminos del movimiento sindical y nunca más se desligó de ellos, asumiendo diversas responsabilidades con una entrega sin límites a ese quehacer y una vida colmada de buenaventura.
Aportó tiempo y energía en movilizaciones a la zafra, al café, horas voluntarias en la carga y descarga de mercancías, impulsó la emulación desde la brigada que dirigió, la número 8 del puerto Guillermón Moncada, y se encargó como un padre generoso a la formación de los nuevos portuarios.
Tanto desprendimiento por su espacio laboral llegó revertido en méritos que fue acumulando sin proponérselo, pero siempre bien recibidos por su corazón generoso y agradecido: más de 20 años como vanguardia nacional, Orden Lázaro Peña de primer, segundo y tercer grados, medalla Jesús Menéndez, distinción Aracelio Iglesias, participación en los congresos XV, XVI, XVII y XVIII de la CTC, y del tercero al octavo de su Sindicato, entre otros reconocimientos.
Trayectoria ejemplar de un hombre devenido ejemplo para sus cuatro hijos, sus amigos y compañeros de trabajo, a los que nunca abandonó a pesar de la jubilación, los mismos que hoy sienten su partida física, acontecida el pasado primero de septiembre, a la edad de 86 años, y quienes igualmente se empeñan en honrarlo como él lo merece.