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Un guajiro “encapricha´o” (+ Fotos)

Desde un punto, en el centro de la finca (Pepe también es el centro), nace un pastoreo radial, que permite rotar las reses una vez recuperado el pasto. Foto: René Pérez Massola
Desde un punto, en el centro de la finca (Pepe también es el centro), nace un pastoreo radial, que permite rotar las reses una vez recuperado el pasto. Foto: René Pérez Massola

 

“Levantó una vaquería entre los manglares de la costa de Cagüeira, sin que muriera una res”. Su capacidad para recordar viejas décimas  me asombra (…) “Ha dejado esa finca sin un matojito, y eso que el marabú se había tragado la tierra por  esos lares”… Tantas estampas tuve  de Pepe González antes de conocerle, que al estrechar sus manos callosas disfruté la sensación de lo ya  vivido.

No lo presento como José, ni con su segundo apellido: Companioni,  para serle fiel a la popularidad que le trasciende. Mentado en Guasimal, su tierra adoptiva, y reconocido fuera de las fronteras de ese poblado, tuvo claro desde pequeño que lo suyo era la ganadería.

Cuentan sus amigos que “ese guajiro es lo mismo con sombrero o sin él”  y los entendí apenas pasaba el primer  segundo de la conversación, porque  su naturalidad compone una imagen  indeleble de lo auténtico.

Un roble de carne y hueso

“Mi padre era español y probó suerte en varias zonas cercanas a Sancti Spíritus, hasta que adquirió una  finca en San Antonio, cerca del río  Cayajaná —dijo Pepe tras un saludo  que no lo entretuvo—, de él heredé  la cultura del trabajo; sus tres hijos  varones aprendimos a lidiar con el  ganado. Con solo siete años me levantaba a las tres de la madrugada  para ‘arriar’ los terneros”, comentó  desde el banco de ordeño, mientras  el sonido de la leche contra el metal  del cubo rompía el silencio de la alborada.

La brisa fría de las horas tempranas hacía ondear la camisa colgada a unos pasos del corral; mientras, Pepe  ajetreaba en la finca con la sangre ya caliente y 87 años reducidos por un  espíritu incansable. “¿Usted ve esos  potreros?, cuando llegamos aquí lo  único que crecía era el marabú. Miraba el panorama y pensaba que había que guapear para salir adelante,  y ya hace casi una década que estamos acá”.

Medí su estatura con la mirada, porque Pepe no es de esos que los años logran encoger. Su esbeltez burla el almanaque y su carisma no puede faltar en cuanto guateque o trabajo le conviden. Y para contar sus experiencias como ganadero necesitaría unas  cuantas veladas.

Foto: René Pérez Massola

 

“Mis hermanos y yo tuvimos una finca limpiecita en Tayabacoa. Eran 12 caballerías en las márgenes del río Zaza. Había caña, cuartones para los terneros, y desde la casa de vaquería nacían los potreros en un sistema de pastoreo radial, con agua garantizada en cada uno, sombra y depósitos  con sal que lamían las reses. A mediados de los 70 aquellas tierras pasaron  al sector cañero, y nos quedó un área  muy pequeña; luego me di algunos  trastazos con la vida, pero nunca dejé  la ganadería”.

Recostado a una cerca deja escapar las memorias y su espíritu  guajiro compagina con aquel paisaje rudo y frágil a la vez. Las remembranzas de cómo desbrozó el  marabuzal junto con su hijo, en estas tierras que terminan también en  el río Zaza; los días en que, luego  de cortar aroma, llevaban las reses  a beber al río porque carecían de un pozo… todas las anécdotas agolpándose en el verbo sencillo que deja  ver la robustez de un hombre signado por el sacrificio.

“Hemos pasado las verdes y las maduras si de ganado se trata. Antes las fincas eran limpias, teníamos recursos para laborar; ahora escasean  bastante, y los que se comercializan  son de mala calidad”.

Ganadero hasta el final

Potreros “levantados” por ciclos para que la hierba brote y crezca lo suficiente, novillas seleccionadas de las  mejores vacas lecheras para el reemplazo, un buen toro padre, y asegurar la alimentación y el agua para los  animales son componentes básicos en  el quehacer de Pepe.

Foto: René Pérez Massola

 

Oírle disertar sobre ganado es adentrarse en una escuela viviente. No se guarda nada, ahí está la tierra para servirle de testigo. Comercializa los animales excedentes, y eso le  permite mantener una masa estable y productiva. No ha podido construir la  casa de vaquería, pero sigue la rutina del ordeño para preservar la calidad de la leche.

“Me levanto todos los días sobre las cuatro de la madrugada y a veces a las doce de la noche no me he acostado. Hace un tiempo me enfermé y desde entonces, Ricardito, el mayor  de los varones, lleva la voz cantante  en la finca. Es técnico veterinario y ha cumplido muy bien su papel. Nos  respetamos y aprendemos constantemente uno del otro”.

A sus descendientes les ha heredado un linaje, no de apellidos pomposos ni grandes influencias, sino  de arraigo, de tener que volver a  aquel pedazo de tierra para sentirse  completos. Unos “se aplatanaron”  en el campo y otros alcanzaron nuevos horizontes pero verlos reunidos  inspira.

“Enseñé a mis hijos a que amaran la tierra, y todos le saben al campo por igual; ni siquiera los que viven en la ciudad olvidan sus orígenes”, subrayó, sin disimular el orgullo, y retoma la conversación para comentar sobre el futuro.

“Vamos a sembrar yuca y caña. Además, terminaremos de limpiar un área que nos dieron hace poco. La cooperativa CCS Bienvenido Pardillo nos ha apoyado en lo que han podido, pero los recursos escasean. Nos beneficiaron con algunos rollos de alambre, el molino de viento y hace poco  instalamos un biogás”.

Foto: René Pérez Massola

 

Vuelve a señalar al frente y su dedo sigue la línea marcada por una cerca que él mismo levantó hasta llegar a las márgenes del río Zaza; apenas un día atrás había incrustado aquellos troncos en la tierra y desplegado la alambrada sobre ellos para  delimitar esos potreros; mientras, yo  pensaba en el marcapasos que invadió su pecho hace unos 15 años.

Increpé las contradicciones de la vida… como si alguien tan emprendedor necesitara un aparato generador  de impulsos dentro… Y sí, puede que  el tiempo pasara sus facturas, pero  de algo me convenció Pepe: “romperse el lomo” para sacar adelante a una prole y un oficio requiere coraje.  Ganadero experto desde lo empírico  y como él mismo dijera, “ligado al  campo, al sacrificio y al ganado hasta  el último día. Usted sabe, un guajiro  “encapricha´o”… y eso ¡sí es cosa seria!”.

Foto: René Pérez Massola

 

Foto: René Pérez Massola

 

Foto: René Pérez Massola
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