El gran libro de Guillén

El gran libro de Guillén

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Por Ernesto Montero Acuña

Cuando anunció que el parto había sido feliz, el doctor Miguel Ramírez quizás se propusiera trasmitir tranquilidad a Nicolás Guillén Urra, quien se enfrentaba inquieto al advenimiento de su primogénito, a las dos de la madrugada del 10 de julio de 1902, sin pensar que el hecho era mucho más placentero de lo que suponía.

No obstante el placer que le propiciaba el acontecimiento al muy reconocido director del periódico Las Dos Repúblicas, lo más probable es que aquello pasara por su mente como un alumbramiento más, percepción que nunca podría rectificar debido a su temprana muerte, asesinado en 1917 por soldados del gobierno conservador de Mario García Menocal.

Aquel nacimiento en la diminuta accesoria camagüeyana de San Ignacio 21/2,  entre Mayor y Príncipe, según la denominación de entonces, ocurría en un medio familiar, literario y periodístico tan favorable, que, setenta años después, el poeta afirmaría: “Yo nací en una imprenta”.

En el homenaje recibido en Prensa Latina, por su septuagésimo cumpleaños, explicó en tal sentido: “El periodismo en todas sus facetas ha sido siempre el medio familiar en que he vivido; y digo familiar, no tomando este concepto en un sentido temporal de frecuencia cotidiana, sino como vínculo sanguíneo de gentes que pertenecen a un mismo clan”.

A lo que añadía: “Parecerá una exageración y hasta una licencia literaria o poética, pero el hecho es cierto: yo nací en una imprenta. Al abrir los ojos a este mundo, era mi padre, recién llegado de la «manigua heroica», según se decía a la sazón, codirector de un diario liberal camagüeyano, Las Dos Repúblicas, y yo crecí durante varios años (toda mi infancia) bajo ese clima”. (1)

De modo que, a tanta distancia temporal de su nacimiento, es oportuno referirse al componente menos conocido en la obra del poeta: su constancia familiar, menos trascendida, tal vez por el carácter muy reservado de su copiosa correspondencia.

Ella refleja al poeta persistente, a veces angustiado por las circunstancias, un asunto al que se ha referido su nieto Nicolás Hernández Guillén, presidente de la Fundación que lleva el nombre de su abuelo, en Cuba.

“Rosa Portillo siempre lamentó que Nicolás Guillén tuviese una indeclinable vocación de viajero. Las numerosas cartas de mi abuelo, sus regalos, sus promesas de amor, no fueron consuelo suficiente para tanta despedida, tanta soledad y tanto rumor que le acechaba”. (2)

Toda aquella correspondencia del poeta fue cuidadosamente conservada por la destinataria, “en un gran libro azul”, quizás como reminiscencia del conocido título del vate nicaragüense Rubén Darío, de quien Guillén fue admirador y seguidor modernista, durante un tiempo.  Hoy, las cartas y mensajes del cubano son como un gran libro inédito, del mismo color.

De este modo puede configurarse su trayectoria humana e intelectual. Un ejemplo es su partida desde La Habana hacia Suramérica el 19 de noviembre de 1945, en vuelo con estancia en Camagüey, para una gira más prolongada que lo supuesto y más azarosa que lo previsible.

En el aeropuerto de la ciudad natal lo esperaban su madre, Argelia Batista; sus hermanas María Pepa y América -“Ameriquita”, dice él- y todos sus sobrinos, para saludarlo antes de que continuara su gira.

A Rosa le explicaba el 23 de noviembre, desde Caracas, que “el viaje fue feliz”, luego de una estancia desde las tres de la tarde hasta poco después de las 12 de la noche en Camagüey, con alojamiento en el céntrico hotel Colón.

La misiva a su esposa ilustra sobre las peripecias vitales de un poeta de gran renombre y muy comprometido políticamente, como lo era. Había publicado no menos de cinco libros, comenzando por Motivos de son en 1930 –el 20 de abril cumplió 85 años– y parte de su obra periodística.

También había permanecido en España desde el 3 de julio de 1936, cuando arribó durante la Guerra Civil hasta el 29 de junio de 1938, día en que regresó, casi dos años después. Por Suramérica transitaría, a partir del viaje que iniciaba, algo menos de tres años, desde el 20 de noviembre de 1945 hasta el 28 de febrero de 1948.

No serían solo estas sus ausencias prolongadas, con Rosa en Cuba, pues ella no siempre tuvo la posibilidad de permanecer a su lado en el extranjero, como tampoco su hija Raquel ni sus nietos Orlandito y Nicolás, que comenzaron a percibir su ausencia del mismo modo que él sufría pareja inquietud por la distancia.

Sobre esto son muy ilustrativas aquellas epístolas, notas, postales –a veces como recados enviados por correo con el cartero– para que la familia recibiera testimonio directo del afecto que merecía y también, en sentido inverso, para retroalimentar él su sensibilidad, incluso estando en Cuba.

Por entonces, en su correspondencia y en su obra se introdujeron características inéditas: la poesía infantil y las cartas de abuelo, a quien en familia se llamaba Papá, como aún ocurre. De esta época es Un son para niños antillanos, publicado en El son entero, que lanzó la editorial argentina Losada en 1947. De fecha próxima datan, también, misivas a su nieto Orlandito, el mayor.

Desde París le escribía el 30 de abril de 1949 en los siguientes términos: “Nada sé de ti, pero tengo las ganas que no te imaginas de verte”. A lo que añadía: “De acuerdo con los planes de Blas (3), el regreso será dentro de dos semanas o cosa así, de manera que estemos allá de vuelta en mayo. ¿Te gusta eso? ¡Qué ganas tengo de abrazarte de nuevo!”

Existen referencias claras acerca de sus relaciones familiares, muy marcadas con sus nietos. Se sabe que con Orlandito, por entonces, llegaba incluso a construir barquitos de papel. En cuanto al retorno, no fue posible en la fecha que suponía el poeta, por compromisos relacionados con su militancia política.

Desde París debió viajar a Praga, a donde llegó el 9 de mayo invitado por el gobierno checoslovaco, y asistió al IX Congreso del Partido Comunista. En fechas próximas se trasladó reiteradamente entre ambas capitales y a otras ciudades. Mas, cuando de nuevo pensaba regresar a La Habana, fue invitado a la Unión Soviética, junto con Juan Marinello, quien lo acompañaba en la gira.

Al fin cumplió el deseado retorno el 1 de septiembre de aquel año, desde París, junto con el poeta francés Paul Éluard, muy amigo suyo. Su estancia fue breve. El día 4 partieron ambos hacia México para participar en el Congreso Continental por la Paz, inaugurado horas después. El extenso e intenso programa de compromisos internacionales le permitió, el 24 de aquel mes, regresar a La Habana.

Poco después estuvo obligado a un largo exilio, como consecuencia de la dictadura de Fulgencio Batista. Luego del golpe de Estado, el Servicio de Inteligencia Militar lo detuvo en dos ocasiones –y lo fichó–, una de ellas al regresar del Congreso Mundial por la Paz, el 31 de diciembre de 1952, desde Viena. Se le interrogó, junto con el resto de la delegación, y se le retiró el pasaporte.

En mayo de 1953 viajó al Congreso Continental de la Cultura en Chile, y ya no pudo retornar como consecuencia  de la represión existente en su país, que incluyó el asalto y clausura del periódico Hoy y del Partido Socialista Popular, a cuyos dirigentes se persiguió y detuvo. Como secuela sufrió un prolongado exilio hasta el 23 de enero de 1959, cuando regresó a La Habana con la revolución triunfante.

Hasta los años de su enfermedad –falleció el 16 de julio de 1989– añadió a su trayectoria una extensa e intensa obra poética y periodística y sostuvo un activismo político de gran envergadura, lo que requirió nuevas giras más o menos prolongadas. Solo una copiosa correspondencia lograba atenuar la impaciencia familiar, en ambos sentidos.

De aquellos textos –de tanto valor como sus poemarios y su periodismo– pueden extraerse hondas lecciones de amor a la familia y al matrimonio, sin manifestación alguna de la tierna autoridad que pudiera concederle al protagonista la condición de esposo, padre o abuelo.

Con la mayor constancia posible durante cuarenta años –o tal vez más– en que su presencia estuvo reiteradamente distante, en otro mundo que también lo reclamaba, su epistolario satisfacía la necesidad de mostrarles a sus familiares cómo los quería… y aún lo logra.

(1) Nicolás Guillén: Nací en una imprenta, La Gaceta de Cuba, X-1972. Ver Prosa de prisa, tomo III, Ediciones Unión, La Habana, 2002, pp. 386-387.

(2) Nicolás Hernández Guillén: El escribidor de cartas, La Jornada Semanal, domingo 1 de diciembre del 2002 núm. 404.

(3) Nicolás Guillén: Carta a su nieto Orlando Hernández Guillén, en la que se refiere Blas Roca Calderío, dirigente del Partido Socialista Popular, en el cual militaba el poeta.

 

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