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Nada hay más importante

La prioridad que el Estado cubano concede al cuidado y formación de las niñas y los niños es una realidad palpable y fácil de corroborar, aunque nunca debemos conformarnos, y es imprescindible mantener un estrecho seguimiento de cómo las actuales transformaciones en las políticas económicas y sociales influyen en el bienestar de la infancia.

Pensemos simplemente en cuántos cientos de miles de trabajadores laboran en nuestro país en función de satisfacer las diversas necesidades de la niñez, incluso antes de que nazcan.

Casi todo en materia de la infancia parecería ya pensado, desde el amplio y universal programa de salud pública que tanto énfasis hace en la atención a las mujeres embarazadas y en los servicios pediátricos, hasta el complejo sistema educacional que comienza a incidir sobre niñas y niños desde las edades prescolares, ya sea en los círculos infantiles o por las llamadas vías no formales.

No debemos olvidar tampoco el diversificado entramado cultural y deportivo del país, o las opciones para la recreación que, aunque todavía resultan insuficientes y disparejas en su alcance territorial o entre sectores poblacionales desfavorecidos socialmente, tienen en muchos casos como principal público destinatario a nuestros párvulos.

Todas esas personas que laboran en función de la calidad de vida espiritual de las niñas y los niños aportan tanto o más que quienes producen bienes materiales o servicios tangibles. Fabrican la base de los saberes y los afectos infantiles, de sus sueños, esperanzas y futuro.

En particular en el ámbito laboral, el nuevo Código de Trabajo que entró en vigor hace casi justamente un año, reitera con especial énfasis varios principios indeclinables en relación con la niñez y la juventud cuya observancia tenemos que vigilar cuidadosamente.

La prohibición del trabajo infantil y la protección especial a los jóvenes entre 15 y 18 años de edad que se incorporan al trabajo son asuntos muy sensibles sobre los cuales las autoridades pertinentes y también el movimiento sindical deben ejercer un mayor y efectivo control.

Con la ampliación y consolidación del trabajo por cuenta propia y otras formas de gestión no estatal, muchas veces bajo modelos de organización y participación familiar, podrían estar emergiendo tendencias indeseadas o casos puntuales de niños o niñas y adolescentes que por trabajar, ya sea en apoyo de sus padres, parientes o de otras personas que les retribuyen por esa labor, descuidan sus deberes escolares y otras actividades formativas propias de su edad.

Esta preocupación no niega la importancia de que familiaricemos desde edades tempranas a la niñez y la juventud con la necesidad del trabajo, o de inculcar actitudes, forjar aptitudes y hábitos de laboriosidad entre nuestros infantes, valores cuyo rescate y fomento son esenciales en la sociedad cubana.

Los círculos de interés, los palacios de pioneros, los talleres vocacionales, el propio trabajo voluntario en las escuelas y la comunidad, entre otras iniciativas probadas que incorporan habilidades laborales con una perspectiva pedagógica o de participación ciudadana, son vías y métodos que debemos mantener, y algunos de ellos recuperarlos del olvido y la desidia, para fomentar el amor al trabajo.

Pero no sería admisible confundir esa orientación vocacional hacia las labores productivas con el descuido, ni por un minuto ni en un solo caso, de ese principio elemental de protección a la infancia que refrenda nuestra ley laboral, y que deben cumplir no solamente las entidades estatales, sino también las modalidades emergentes de empleo particular.

Otras iniciativas e instrumentos jurídicos en función de revisar, ampliar y consolidar los derechos de la niñez tienen que seguir en la mira de nuestras organizaciones de masas, legisladores e instituciones, como podría ser la demorada actualización del Código de Familia, para poder atemperarnos a nuevos compromisos internacionales y evidencias científicas y sociales en materia de protección a la infancia.

Todo lo que hacemos y hagamos en Cuba, en fin de cuentas, no solo debe buscar resultados económicos cuantificables, sino prodigar mayor bienestar material y espiritual, en una sociedad donde todavía repica aquel axioma de Fidel siempre vigente: nada hay más importante que un niño.

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