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El anuncio de la Doctrina Monroe y la relación con Cuba

Doctrina-MonroeEl año 1823 fue muy importante en la definición de la política de Estados Unidos respecto a América Latina, cuando estaba en fase de culminación el proceso independentista de las antiguas colonias españolas del continente. En momentos en que se hacía evidente que solo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico quedaban en manos hispanas, el país del Norte sentía la necesidad de establecer las líneas de su actuación. Por tanto, quedaría definida la política hacia la tierra cubana con la llamada “política de la fruta madura” en abril de ese año, mientras para los finales del mismo se haría el anuncio público de lo que se conoce como “Doctrina Monroe” y que ha llegado hasta nuestros días como una línea básica de política exterior en aquel país. Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿qué relación tuvo aquel enunciado con la situación cubana? Veamos este asunto

Se conoce por los estudiosos del tema que el 20 de agosto de 1823 Lord Canning, ministro de Relaciones Exteriores británico, envió una carta confidencial al ministro estadounidense en Londres en la cual proponía una declaración conjunta con el argumento de evitar el peligro de una invasión de la Santa Alianza y Francia en América, en la circunstancia de la pérdida del mundo colonial espaňol y de la restauración del absolutismo en la península de la mano de los ejércitos franceses. Los puntos que contendría esa declaración serían los siguientes:

  1. Consideramos imposible para España la reconquista de sus colonias.
  2. Consideramos que el reconocimiento a las mismas como Estados independientes es cuestión de tiempo y circunstancias.
  3. No estamos dispuestos en manera alguna a crear ningún obstáculo para que dichas colonias y España lleguen a un arreglo.
  4. Nosotros no abrigamos intención de posesionarnos de ninguna parte de ellas.
  5. No podemos ver con indiferencia la cesión de alguna parte de ellas a cualquier otra potencia

Esta proposición, sin duda, resultado de los intereses y contradicciones del imperio inglés con otros países europeos y de la prevención ante la posible ambición estadounidense, fue discutida en el Gabinete del presidente James Monroe (1817-1825) y, mientras se deliberaba y tomaba una decisión, se produjeron consultas que revelan el verdadero fondo de lo que se estaba tratando. Sin embargo, resulta de interés para considerar la respuesta que habría de darse, conocer la manera en que el presidente Monroe, anteriormente secretario de Estado, veía a la isla de Cuba y su relación con Estados Unidos, lo cual expresó en una carta a Thomas Jefferson, el ex presidente norteňo:

(…) nosotros debemos, si es posible incorporarla [a Cuba] dentro de nuestra Unión, aprovechándonos del momento más favorable para ello, esperando también que esto llegue cuando pueda ser hecho sin una ruptura con Espaňa o cualquier otro poder. Considero a Cabo Florida y Cuba formando la boca del Mississippi y otros ríos que desembocan en el Golfo de México dentro de nuestros límites como el propio Golfo y en consecuencia su adquisición para nuestra Unión sería de la mayor importancia para nuestra tranquilidad interna, tanto como para nuestra prosperidad y engrandecimiento (…).[1]

Tales consideraciones estarían en la evaluación que se haría de la propuesta de Canning, aunque también se recurrió a consultas, como la que se hizo al propio Jefferson quien respondió con absoluta claridad acerca de los intereses norteamericanos en aquella circunstancia:

(…) Primero tenemos que preguntarnos nosotros mismos una cuestión. ¿Deseamos adquirir para nuestra confederación alguna o más de las provincias espaňolas? Yo cándidamente confieso que siempre he mirado a Cuba como la más interesante adición que pudiera ser jamás hecha a nuestro sistema de estados. El control que, junto con el punto de la Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México y los países y el istmo que lo bordean, al igual que todas las aguas que fluyen hacia él, colmarían la medida de nuestro bienestar político (…).[2]

Para Estados Unidos estaba presente ese interés, mostrado desde prácticamente su independencia, pero ahora también había que tomar en consideración a los británicos pues se trataba de una potencia con fuertes intereses en el Caribe. La propuesta inglesa hablaba del peligro de la Santa Alianza europea: lo cual no fue desmentido por los Estados Unidos; sin embargo, el secretario de Estado John Quincy Adams, anotaría en su diario su verdadero pensamiento en torno a esto. Según Adams, había tanta posibilidad de que:

los Santos Aliados restauraran el dominio español sobre el continente americano como que el Chimborazo se hunda bajo el océano. (Los habitantes de Cuba o de Tejas) pueden ejercer sus primordiales derechos y solicitar su unión con nosotros. Ciertamente no harán lo mismo con Gran Bretaña. Uniéndonos, pues, a ésta en su propuesta declaración, hacemos con ella un positivo y acaso inconveniente compromiso, sin obtener realmente nada en cambio (…). Debiéramos, por lo menos, mantenernos libres para actuar según se presenten los acontecimientos, y no amarrarnos a ningún principio que pudiese luego ser invocado contra nosotros.[3]

Como puede apreciarse, el asunto de Cuba tuvo un lugar en aquellas deliberaciones  y consultas ante la propuesta inglesa, aunque no fuera el único asunto a tomar en cuenta por las instancias decisoras en aquel país. El propio Adams anotó el ambiente ante Inglaterra durante la discusión en el Gabinete: «El objetivo de Canning parece haber sido obtener alguna promesa pública del Gobierno de los Estados Unidos, ostensiblemente contra la interferencia por la fuerza de la Santa Alianza entre España y Sur América; pero realmente o especialmente contra la adquisición por los Estados Unidos mismos de cualquier parte de la posesiones de España en América.»[4]

La solución llegó con el Mensaje anual del Presidente al Congreso el 2 de diciembre de 1825. No hubo respuesta directa a Inglaterra,  pero en esa ocasión, Monroe hizo una declaración que fijaba la posición de su Gobierno. En ese mensaje, que por ser al Congreso tenía carácter público, el presidente hizo un conjunto de consideraciones acerca de la situación en Europa y en América, para decir que “se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar, como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han adquirido y mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización futura por ninguna potencia europea”.[5] Esto requería, por supuesto, el uso de alguna fuerza que pudiera impedir cualquier intento en ese sentido por parte del país norteño, lo cual no era posible en aquel momento por no disponer de los medios para ello.

La declaración presidencial continuaba con algunos comentarios acerca de que su país no había tomado parte en las guerras que las potencias europeas sostenían por sus asuntos propios, y que solo lo harían en caso de que se invadieran sus derechos (los estadounidenses) o fueran amenazados seriamente; pero apuntaba que con las cuestiones del hemisferio occidental estaban más conectados inmediatamente, lo cual marcaba una diferencia importante. A partir de estas expresiones, se reafirmaba el lugar de Estados Unidos en el continente pues cualquier intento europeo de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio sería considerado “como peligroso para nuestra paz y seguridad”.[6] Así, sin una respuesta directa a la carta de Lord Canning, Monroe contestaba la propuesta británica con una declaración unilateral en la que  autodefinía a Estados Unidos como el custodio, el gendarme del hemisferio, en tiempos en que aún no podía realizar esto efectivamente.

Años después, cuando en 1899 se celebraba la primera conferencia panamericana en Washington, José Martí se refirió a esta doctrina preguntando:

¿A qué invocar, para extender el dominio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe como de Canning, para impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un continente? ¿O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? ¿O se quita la extranjería, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos distintos, por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos,–o porque viene con el extranjero el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles? ¿O se ha de pujar la doctrina con toda su fuerza sobre los pueblos débiles de América, el que tiene al Canadá por el Norte, y a las Guayanas y a Belice por el Sur, y mandó mantener, y mantuvo a España y le permitió volver, a sus propias puertas, al pueblo americano de donde había salido?

¿A qué fingir miedos de España (…)?[7]

Como puede observarse, Martí había comprendido el fondo de la Doctrina Monroe, aquella que se dio a conocer en un momento en que para Estados Unidos era necesario definir su posición en el continente con vistas al futuro que avizoraban sus líderes. En ello estuvo también el interés por Cuba de manera temprana.

 

[1]          Jefferson Papers. Citado por Herminio Portell Vilá: Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos y Espaňa. Jesús Montero Editor, La Habana, 1938, T I, p. 230

[2]          Ibíd., p. 234.

[3]          Citado por Philip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, T I, p. 159.

[4]          Tomado dewww.filosofia.org/ave/001/a264.htm  (consultado: 31 de julio de 2010)

[5]          Tomado de  http://www.american-presidents.com/james-monroe/1923(consultado: 28 de agosto, 2011)

[6]          Ibíd.

[7]          José Martí: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias II” en Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, T 6, p. 60. (Martí se refería a Santo Domingo al hablar del pueblo americano al cual regresó España)

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