Icono del sitio Trabajadores

El alma de la victoria

“(…) la invasión fue liquidada en menos de 72 horas, bajo la dirección de Fidel y con el capitán José Ramón Fernández como jefe directo de las operaciones”, señala el capitán Pedro Luis Rodríguez. Foto: César A. Rodríguez
“(…) la invasión fue liquidada en menos de 72 horas, bajo la dirección de Fidel y con el capitán José Ramón Fernández como jefe directo de las operaciones”, señala el capitán Pedro Luis Rodríguez. Foto: César A. Rodríguez

Aunque Manuel Quiñones Clavelo es su nombre verdadero, todos lo conocen como Pedro Luis Rodríguez, seudónimo adoptado cuando siendo obrero tabaquero se afilió al Partido Socialista Popular, en cuyas filas cumplió misiones en su natal Zaza del Medio, Cabaiguán y Santa Clara, hasta que en octubre de 1958 se sumó a las tropas del comandante Ernesto Guevara, al arribar estas a la región de Sancti Spíritus.

En diciembre de 1960, con grado de capitán, fue nombrado jefe de la Sección de Información. Esta era parte del Estado Mayor que, con el comandante Sergio del Valle como jefe, e integrado además por Fausto Rodríguez, en Comunicaciones; Flavio Bravo, en Operaciones, y Ramón Nicoláu, en Personal, radicó en el denominado Punto Uno, acerca del cual señala:

«Creado por orden del Comandante en Jefe Fidel Castro en una casa del reparto Kholy, funcionaba 24 horas y era frecuentado por él; prácticamente vivía allí, porque recibíamos mucha información acerca de la contrarrevolución, los bandidos, la entrada de espías, del alijo de armas.

«Por entonces la Sección sacaba información básicamente de periódicos y revistas, y por lo encontrado en ellos y lo que nos hacían llegar amigos de la Revolución —carecíamos de personal en el exterior—, sabíamos que contrarrevolucionarios cubanos se preparaban en Guatemala, Vieques, Panamá y Estados Unidos, para invadirnos.

«Pero de acuerdo con la agresividad que desde el primer momento mostraron los yanquis contra la Revolución, sobre todo Eisenhower, esperábamos un ataque directo de sus fuerzas armadas.

«No teníamos con qué enfrentarlos; sin embargo, contábamos con una gran movilización popular en apoyo a la Revolución y a Fidel; se creaban los batallones de milicias y disponíamos de las pocas armas ocupadas a la tiranía, pero no sabíamos cómo, cuándo y por dónde nos agredirían.

«Para vigilar todas nuestras costas se necesitan miles de hombres. Nosotros, los de Información, esperábamos desembarcos por Oriente, Mariel, Bahía Honda, Varadero, Matanzas; en fin, por todos lados, pero no por la Ciénaga de Zapata. Sin embargo, durante una visita al lugar, el Comandante en Jefe se percató de que por allí podían invadirnos.

«Para mí, el jefe de inteligencia, desde entonces hasta hoy, ha sido Fidel Castro. Yo era el jefe de Información y no sabía nada de esto, pues a pesar de que los manuales norteamericanos lo decían —eran la única fuente con que contábamos—, era incapaz de valorar que el ataque del 15 de abril podría preceder a una invasión.

«¿Por qué digo que el jefe de inteligencia fue Fidel? Algunos piensan que uno lo quiere endiosar. No, no, no, es que él siempre supo la estrategia de esta gente: desembarcar, no con fuerzas directas, cortar la Isla, aislar la zona, establecer un gobierno provisional y dirigirse a La Habana».

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, junto al entonces capitán José Ramón Fernández, y otros combatientes, en el escenario de la batalla. Foto: Archivo.

Dos días después, esa previsión de Fidel quedó confirmada.

«Al producirse el desembarco, el 17, el Comandante en Jefe fue a dirigir personalmente las operaciones, estableció su puesto de mando en el central Australia y desde allí mantuvo alguna comunicación telefónica con nosotros. De no poder hacerlo así teníamos que ir a su encuentro, en vehículos, pues carecíamos de los medios necesarios para mantenernos comunicados».

¿Considera usted acertada la selección de la zona de desembarco?

«Indiscutiblemente. La de Cochinos es una gran bahía. En ella están Girón, desde donde un camino conducía casi directamente a Cienfuegos; Playa Larga, con un caminito hacia el central Australia, o lo que es lo mismo, a Jagüey Grande; otro caminito, procedente de Covadonga, llevaba a San Blas; todos construidos por la Revolución. Los invasores lanzaron un batallón de paracaidistas para posesionarse en esas vías e impedir la entrada de nuestras fuerzas.

«Si no llega a ser porque el Comandante en Jefe decidió caerles como un ’20 de mayo’, habrían logrado establecer una cabeza de playa, y detrás estaba la flota norteamericana, con portaaviones y demás, a unas cinco, seis, siete millas, lista para intervenir en cuanto los mercenarios se hicieran fuertes y nombraran un gobierno provisional.

«Por entonces habíamos recibido algún armamento soviético, especialmente pesado: cañones, obuses, morteros y tanques, sobre todo del tipo SAU 100. No obstante, la invasión fue liquidada en menos de 72 horas, bajo la dirección de Fidel y con el capitán José Ramón Fernández como jefe directo de las operaciones. La enfrentamos con cuanto teníamos: la artillería terrestre de Pedro Miret y la antiaérea de Pepín Álvarez; los tanques de López Cuba; el Ejército Rebelde; la policía; las milicias, el pueblo todo. Y al frente de todo eso, Fidel, alma de la batalla y de la victoria.

«El día 18 ocurrió un fenómeno interesante. Mandamos a que le avisaran, porque habíamos recibido información de que tropas norteamericanas estaban desembarcando por Bahía Honda, Mariel y toda esa zona. Vino, habló con Sergio, y dijo: ‘No, no, no, el ataque principal es el de aquí (la Ciénaga)’; me indicó investigar y regresó al Australia. Partí rápidamente y al llegar a Mariel, aquello era un velorio; seguí hacia Bahía Honda, y lo mismo. Lo interesante es que ese desembarco existió realmente, con bombas y todo, pero fue radioelectrónico. Transcurridos casi 15 años, unos periodistas estadounidenses de visita en La Habana revelaron el secreto: se trató de un movimiento diversionista destinado a desviar nuestras fuerzas de Girón. Pero Fidel no tragó; estuvo clarísimo, como siempre».

Las fuentes discrepan en cuanto al número de integrantes de la brigada mercenaria y el total de prisioneros.

«La Brigada de Asalto Anfibio 2506 (así se denominaba) la conformaron mil 511 hombres organizados en siete batallones: uno de paracaidistas, cinco de infantería, todos reforzados, y uno de armas pesadas, es decir, con morteros 4,2, cañones sin retroceso de 75 milímetros y tanques. Venían con todos ‘los hierros’, pero les faltaba algo fundamental: un ideal justo que defender.

«Capturamos mil 205, pues algunos lograron reembarcarse y escapar. En realidad, entre los mercenarios hubo pocas muertes, si se comparan con las nuestras, de las cuales el batallón de la policía perdió cantidad de hombres, al igual que el de la Escuela de Responsables de Milicias. Fueron las fuerzas más golpeadas».

¿Cuándo y hacia dónde fueron trasladados los mercenarios?

«El traslado hacia La Habana comenzó el propio día 19, una vez finalizada la batalla, con excepción de 14 connotados asesinos que fueron llevados inmediatamente a Santa Clara. La operación de búsqueda y captura se prolongó hasta principios de mayo.

«Los concentramos en la Ciudad Deportiva, con orden estricta de no dejarlos ver, para evitar incidentes. Poco después los trasladamos hacia el hospital Naval, aún en construcción. Semanas más tarde, en septiembre, los 14 asesinos fueron procesados en juicio sumarísimo. A cinco —Ramón Calviño Ínsua, Jorge King Yun (el chino King), Emilio Soler Puig (el Muerto), Roberto Pérez Cruzata y Antonio Valentín Padrón— se les condenó a la pena de muerte; al resto, a 30 años de prisión.

«En un segundo juicio, celebrado en marzo-abril de 1962 en el Castillo del Príncipe, comparecieron mil 181 mercenarios, porque uno huyó y se asiló en la embajada de Ecuador, y nueve habían muerto.

«Desde el mismo día de su llegada al Naval, Fidel autorizó la visita periódica de los familiares e hizo hincapié en que no podían escapar ni sufrir tan siquiera un rasguño; en esto contamos con el apoyo del Batallón Femenino Lidia Doce. Así fue durante varios meses, hasta junio o quizás un poquito más, cuando fueron transferidos al Príncipe, y yo cesé.

«Interrogar a tal cantidad de hombres requirió un gran esfuerzo por parte de mis compañeros de la Sección, entre ellos Iturrino Novoa, Ferrera, Elio López, Pérez Díaz y Ricard, en quienes recayó el gran peso de esa tarea. En mi caso me encargué de algunos, en especial de los jefes.

«Fidel iba casi a diario al Naval, se acercaba a los prisioneros, entre quienes había varios cientos con preparación, y los invitaba a discutir de guerra, sociedades, historia, propiedad privada».

Algún hecho o detalle que llamara su atención.

«Podría referir muchos, todos interesantes, pero quiero detenerme en uno:

«En los interrogatorios un mercenario me refirió que el día 18, a las 12:15 había tenido a Fidel en la mirilla de su fusil. Le pregunté por qué no le había tirado, y me confesó: ‘No pude, porque yo no podía concebir que el Primer Ministro estuviera al frente de aquello allí, si los jefes míos estaban huyendo’.

«Se lo conté a Fidel, quien fue a hablar con él y se lo reiteró: ‘A esa misma hora, yo estaba allí’, confirmó el líder de la Revolución».

Compartir...
Salir de la versión móvil