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«Siempre he querido ser médico»

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Dayron Enríquez Legrá Pérez es un niño que padece carditis reumática y ha escrito en una libreta escolar la historia de su enfermedad; las notas lo ayudarán algún día, cuando estudie Medicina. Foto: Roberto Carlos Medina.

“Tengo una enfermedad que no se ve todos los días y es grave: carditis reumática. Según los doctores pudo ser provocada por una fiebre reumática, la cual me causa inflamación y dolor en  las articulaciones, además de heridas muy intensas en dos válvulas del corazón. Ellos piensan que  el origen fue alguna infección que cogí; no se dieron cuenta, la dejaron pasar y cuando vino otra  vez lo hizo con más potencia y arrasó, me devastó  el corazón”.

Dayron Enrique Legrá Pérez —de 10 años—, quien pasó los meses de vacaciones ingresado en el Cardiocentro William Soler, de La Habana, escribió en una libreta escolar los detalles de su diagnóstico, evolución, estados de ánimo, valoración sobre las atenciones médicas y su futuro.

El hecho llamó la atención de los galenos, y puesta de acuerdo con uno de ellos, visité al paciente. Por esos días de julio, Dayron había engordado exageradamente a causa de los medicamentos; aunque su pronóstico no era halagüeño  y él lo sabía, se mostraba optimista a pesar de su  timidez. Cuando trataba de hablar con él, casi no  pronunciaba palabra, sonreía. A una seña del médico, recurrí a su libreta, el niño accedió a leer:

“Hace 53 días me descubrieron esta enfermedad: estaba viendo el televisor en mi casa y comenzaron las palpitaciones, el dolor en el pecho,  la falta de aire. Me llevaron a un pediatra, me auscultó y se dio cuenta de que tenía un soplo en  el corazón; en el policlínico de Mulgoba me hicieron una placa y un electro, también estaba taquicárdico; al día siguiente me trajeron para acá.  Venía con infección en la garganta”.

“Si hubiera algún medicamento rápido”

“Desde muy niño a mí me atienden en el Pediátrico William Soler. Todo empezó, dicen, cuando  tenía ocho meses: padezco de epilepsia, que es un  síndrome Weiss idiopático. Todavía soy pequeño  para saber qué significan estas palabras, pero  cuando esté más grande lo interpretaré. Mi mamá  me cuenta que fue un poco grave, me empezaron  a vacunar, fui mejorando y ahora me atienden en  consulta una vez al año.

“Para mí que esta enfermedad es un poco desconocida, porque a todos los niños que veo y les pregunto qué tienen nunca me dicen carditis reumática, mencionan otras cardiopatías que sí las he escuchado a menudo; ahora los doctores se dedican a combatirla, y si hubiera algún medicamento rápido que la quitara yo no estuviera aquí,  sino vacacionando en mi casa, disfrutando con  mi familia y mis amigos.

“Terminé el quinto grado en el hospital; los maestros vinieron a repasarme y hacerme las pruebas, aprobé. Antes escribía también, de todo, de cualquier cosa; me gustaba describir cómo son los animales y la naturaleza. ¿De dónde saco la información? De los programas que ponen en la televisión, de lo que leo todos los días y aprendo en las clases, de mis observaciones.

“Al leerle una de mis dudas a los médicos, el profesor consultante me dio la respuesta: las taquicardias que tengo son como la defensa del organismo que lucha contra una bacteria que se puede encontrar en mi cuerpo y que nunca la frecuencia cardíaca de una persona se mantendrá  estable, algunas veces aumentará, otras disminuirá. Bueno, aclaré una duda más.

“Los doctores que me atienden son muy buenos, entre ellos están María Teresa, Eutivides,  Carlos, Nila, Selman y otros que no sé sus nombres; todos discuten mi caso y si hay dudas buscan a otro profesor o algún experto en mi enfermedad; yo quisiera tener una forma de mostrarles  mi alegría al ver cómo me recibieron con los brazos abiertos.

“La atención médica es muy buena, además son muchas enfermeras y todas son cariñosas, por ahora he conocido a seis o siete, que me atenderán cuando me haga falta y nunca fallan con el  medicamento. También conocí al jefe de los cirujanos y a otros doctores más”.

Otro día Dayron escribió: “Así de repente, después que me hicieron un ecocardiograma, la doctora Elsa me informó que pasaré el fin de semana en terapia intensiva para ver si notan algún  cambio.

“Aquí todo es diferente a las otras salas donde he estado: es tranquilo, hay aire acondicionado, televisor y una enfermera conmigo. Para  mí esta es la mejor por la que he pasado, estoy  conectado a un monitor para ver la frecuencia  cardíaca, pita al compás de mi corazón y suena  una alarma cuando me van  a hacer un electrocardiograma”.

“Para desarrollar sus vidas fuertes y saludables”

“Hoy, a lo mejor, podré ir un rato a la sala de computación a jugar; después del pase médico le diré a mi mamá que me lleve. Fui, jugué un poco, también le pasé algunos juegos al muchacho que trabaja allá y algunas películas para que las tuviera; él a su vez me pondrá en la memoria flash   otros juegos para cuando vuelva.

“Yo quisiera estudiar mucho para en el futuro ser cardiólogo o algo así; fíjense en  mi preocupación y obstinación por este sueño, que cada vez  que me hacen algo les pregunto qué significa todo  sobre el diagnóstico; también les pregunté a mis  padres si hay algún círculo de interés que acoja a niños que quieran aprender Medicina.

“Averigüé con una doctora cuánto hay que estudiar para ser cardiólogo y me dijo que después de terminar el preuniversitario, si me dan la  carrera, serían seis años y después dos más estudiando la especialidad; no importan los sacrificios, este es mi sueño y lo voy a cumplir. Siempre  he querido ser médico.

“La medicina cubana lucha contra las enfermedades para salvar vidas humanas. El cardiocentro es uno de estos lugares donde se esfuerzan  para salvar las de niños con cardiopatías, casi  todas necesitan de cirugía. No hay que preocuparse, porque mejores doctores que los de aquí no existen.

“Como les iba diciendo, uno cuida el corazón no comiendo tanta sal, ni harinas, ni embutidos, con una dieta balanceada, no haciendo mucho esfuerzo físico, cuidándose de infecciones. Sigan mi consejo para desarrollar sus vidas fuertes y saludables”.

El aliento a la vida

En estos días de finales de año visité a Dayron. Me habían dicho que vivía en Aguada del Cura, a unos tres kilómetros de la avenida Rancho Boyeros, y ciertamente, después de transitar por  una pésima carretera casi paralela a la pista del  aeropuerto internacional José Martí, guiada por  varios vecinos, lo encontré.

Vive al lado de plantaciones de mango, en una casa muy modesta de paredes de mampostería y techo de zinc, rodeado de mucho amor; con sus padres y hermanos que lo consienten y se esfuerzan para que asista a la escuela, que está en Boyeros: “El día que el carro se rompe no podemos  llevarlo, fíjese que es muy viejo y hay que mecaniquearlo todos los días”, dijo Yanelis, su mamá.

Dayron ha bajado de peso significativamente, tiene las huellas en la piel. En enero volverá al cardiocentro para un chequeo médico; ellos saben que quizás tenga pendiente hasta una cirugía. Sigue casi sin pronunciar palabras, no porque no sepa o pueda, sino porque le es imposible  rebasar su timidez por mucho que trato de conquistarlo.

Está feliz, ríe con cada frase que le digo, cada chiste del padre o por algo que revela la madre. Y sus ojos se iluminan, prediciendo un futuro que lo devolverá a las salas de terapia de algún hospital infantil donde tratará y salvará las vidas de  otros niños. En la despedida de ese abrazo bien  apretado tuve la certeza.

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