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Árbol latinoamericano y caribeño

Foto: Gabriela López
Foto: Gabriela López

Pudo haber sido una acacia, un sicomoro, un tejo, un fresno, un roble, un manzano, una higuera o hasta una ceiba. Todos ellos encierran esa belleza casi mística que los han convertido en árboles sagrados, venerables.

Pero no. Fue una metáfora de la vida misma, un símbolo de lo real maravilloso que habita América y que desde su más profunda identidad reconoce como fronteras naturales las que traza el río Bravo al norte, la fría Patagonia al sur, y el mar Caribe salpicado de islas.

Durante casi 40 años este Árbol de la Vida, realizado por una familia de artesanos mexicanos, ha cobijado encuentros de intelectuales y políticos, talleres de creadores, recitales de poesía, conciertos…, revelaciones diversas propiciadas por una Casa de las Américas que allanó el camino para el reencuentro, la concertación y la integración de los Estados y pueblos de la región.

La hermosa pieza escultórica preside la mayor sala —la Che Guevara— de una institución inspirada (e inspiradora) cuya meta ha estado en consolidar, desde la cultura, la unidad latinoamericana y caribeña.

Diferentes, pero juntos parece ser el mensaje que proclama este Árbol de la Vida que hoy se nos antoja coherente con el proclamado por Cuba de cara a las dos cumbres que esta semana tendrán lugar en La Habana: Caricom-Cuba, donde se festejan 42 años de innegociable amistad; y el X aniversario del Alba- TCP, que ratificará el lugar ganado por latinoamericanos y caribeños ante el concierto mundial de naciones.

El siglo XX fue testigo de varios intentos integracionistas en el mundo. Unos buscaban perfeccionar los mecanismos de dominación, otros ansiaban romper añosas e injustas ataduras neocoloniales. Varios proyectos fueron ensayados en la zona, pero el Caricom y el Alba clasifican, junto a la Celac y la Unasur, cada una desde su particular espacio, entre las más esperanzadoras propuestas para mejorar la vida de los más de 500 millones de personas que habitamos la región y son una expresión de la necesidad de un orden político y económico global más justo y equitativo.

El camino de la integración no es miel sobre hojuelas, pero los pueblos pasan factura a quienes vacilan. El Árbol de la Vida, una vez plantado, merece prosperar.

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