Icono del sitio Trabajadores

En el límite de acertar o equivocarse

“Si tuviera que elegir entre el periodismo y la locución, trataría de salvar a ambas profesiones”, confiesa Juan Carlos Castellón.
“Si tuviera que elegir entre el periodismo y la locución, trataría de salvar a ambas profesiones”, confiesa Juan Carlos Castellón.

Nos lo heredamos los espirituanos por esa terquedad del destino de reservarnos un único papel en la vida; no importa cuánto nos camufla el sendero, la jugarreta siempre conducirá hasta el plan que concibió. Juan Carlos Castellón Véliz pudo haberse dedicado a ganar o perder batallas ante un juez sin importar la naturaleza de sus defendidos, pero, resultó insoslayable su sino: la certidumbre que elegiría su voz como la cerámica capaz de moldear todo cuanto es hoy.

“Estudié y me gradué de Derecho en la Universidad de Las Villas. Desde mi época en la vocacional era locutor en las recreaciones, así, cuando ingresé a la Marta Abreu me vinculé a la radio base de inmediato. Allí aprendí lo elemental y eso me abrió las puertas a la CMHW, la emisora villaclareña.

“Durante el último año de la carrera me propusieron una plaza de periodista en la corresponsalía de mi natal Manicaragua, y yo acepté. Tal providencia conllevó a que jamás ejerciera la abogacía; sin embargo, mi formación me ha servido de background; casualmente, entre las primeras cosas que hice estuvo una sección jurídica”, recordó el popular presentador.

Ni pizca de remordimiento asoma al rostro mientras reconoce haber cambiado de “palo p´rumba”, en cuanto a profesión concierne. Acaso porque, en definitiva, se convirtió en un hombre de leyes; eso sí, sin mayor código que las palabras quebrando el éter, ni ordenanza superior a la de cumplir con una audiencia tan fiel como implacable.

Llegó para quedarse

Pocos meses anduvo por los parajes manicaraguenses, agenda y espíritu reporteril en ristre. Cuestiones sentimentales lo traerían hasta Sancti Spíritus; y quizás la atracción del Yayabo sobre él o el presagio de que uniría su voz al recorrido de esas aguas adormecidas, urdieron los motivos que le han hecho hijo legítimo de esta ciudad con oídos atentos.

“Al llegar aquí no existían plazas vacantes para periodistas radiofónicos, por tanto, tras someterme a varios exámenes, me dan la oportunidad de comenzar como locutor. Desde el año 1990 soy profesional de la palabra, un papel que he desarrollado ininterrumpidamente aun cuando asumí otros cargos en el camino”.

Fueron los parques, plazas públicas, centros nocturnos o el canal provincial quienes desmitificaron el arquetipo del galanazo rubio, alto y de ojos azules que espera encontrar la audiencia tras la tesitura de una voz atrayente:

“Esa es la magia de la radio, las personas reinventan nuestro físico, recrean un boceto con la sola referencia de lo que escuchan. Es como mirar con los oídos. Ahora, gracias a programas televisivos como el desaparecido Debate Público, me descubren entre la multitud tal como soy. Los espectadores se detienen todo el tiempo para intercambiar, criticar, agradecer el tratamiento de un tema y hasta para preguntar por qué interrumpí al invitado en medio de una entrevista.

“Me complace este tipo de retroalimentación porque la gente es muy sabia, aunque no siempre tengan la razón. Sin embargo, son ellos el mejor termómetro para indicar por dónde anda tu trabajo. Por eso, no importa la premura que lleve, si alguien me intercepta en plena calle, paro y respondo a sus comentarios aunque después tenga que estirar las horas”, confesó Castellón Véliz.

Hombre de radio y televisión

La delgada línea entre acertar o equivocarse aparece sinuosa en el camino de todo locutor. Una profesión ávida de calma, personalidad, aprendizaje constante…enemiga de las muletillas, los minutos eternos de un imprevisto y los nervios inadaptados a la tensión disimulada tras el micrófono.

Juan Carlos Castellón lleva consigo, entre muchos otros, premios merecidos en festivales de la Radio o los ganados por corporeizar un texto periodístico con su voz. Inserto en logros profesionales está el miedo que él define omnipresente; un temor desteñido por el oficio-escudo que le ha legado el tiempo pero, que todavía le hace remontar los senderos con cautela, zigzagueando los errores que la gente nunca perdona a quien se convirtió en imagen de un programa.

“Preservo mi respeto por ambos medios: la radio y la televisión. En uno y otro aprendí a lidiar con tecnicismos específicos. Además, hay que aclimatarse a todo un entorno de trabajo. Dentro de la cabina estás tú, el micrófono, el silencio, el público a la distancia mínima en que la voz viaja por el éter, y tienes que resultar lo suficientemente ameno para que el dial quede intacto del otro lado.

“La pantalla es otra cosa, un lenguaje diferente con apoyo gráfico, el maquillaje, las señas del coordinador, el traje, la corbata, la relación con la cámara…no es ´coser y cantar´; hacerlo bien resulta complicado”, insistió.

Programas musicales y variados marcan el tránsito por la locución; eso sin quitar la luz verde a los informativos, una preferencia comprensible: “Adoro esos espacios, tal vez por mi vocación de periodista. Asumo la corresponsalía de Radio Rebelde en Sancti Spíritus y es una labor que me completa. Por otra parte, nunca he hecho dramatizados y creo que no los haré; ni siquiera por el cliché de que todos los narradores deben tener una voz grave como la que no poseo, sino porque me parece difícil en extremo”.

El trueque de la abogacía por la locución, los intentos amateurs en noches preuniversitarias y la foto con Silvio Rodríguez lo precisan tanto como ese timbre ya plantado en los oídos de la ciudad. Desdoblado ante 50 mil personas o en la soledad multitudinaria de un estudio radial continuará a petición de quienes ponen sello al asunto: el público.

Juan Carlos Castellón Véliz podrá envejecer sin que pretenda que su voz le siga en esa empresa. Es cosa del imaginario y la memoria colectiva, del estilo personalizado, la versatilidad y, sobre todo,  de los pelos de punta cuando la entonación acierta.

Compartir...
Salir de la versión móvil