La eterna escuela

La eterna escuela

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por Yasel Toledo Garnache

la eterna escuela
Hay momentos en los que uno mira hacia atrás, sonríe o se lleva las manos a la cabeza. Hay instantes en los que uno hace una especie de recuento. Las imágenes de lo vivido pasan por la mente, cual rollo de cine en blanco y negro. Entonces surge la nostalgia.

Miles de jóvenes cubanos, por primera vez en varios años, no entraremos a las aulas universitarias durante este curso escolar. Ya graduados del otro lado de la puerta, ahora en lo profesional se abre también un mundo de retos y responsabilidades.

Nos ha tocado vivir una época de transformaciones, de grandes preguntas. Cuba se actualiza no solo en lo económico. Habitamos un planeta cada vez más complejo, en el que a las complicaciones del mundo físico se suman las del virtual. Eso nos confiere un compromiso mayor con el presente, con la historia de este país, con nuestros abuelos, con los padres, con los profesores y, sobre todo, con nosotros mismos, con nuestra moral de personas revolucionarias y capaces. Una responsabilidad enorme con el futuro.

El primer día en el centro de trabajo suele ser puro nervio, un coctel de ambición, curiosidad y mucho pasmo, que difícilmente se olvidan. Suele existir a sensación de que todo es supremo, y nada juego. A veces uno finge ecuanimidad, siempre serio o risueño, con saludos tímidamente reverenciales a los más veteranos, a quienes ve como compañeros o jefes, pero, sobre todo, como maestros.

Por eso, si recibes en tu oficina, en la fábrica, en la empresa… a jóvenes recién graduados recuerda que, incluso sin quererlo, te convertirás en su modelo, para bien o para mal. Ponles el listón muy alto. Acógelos, invítalos a un café o solo diles que pueden contar contigo. Te lo agradecerán, aunque no lo expresen por timidez. Explícales lo que hacen mal y por qué. Tampoco se trata de restregarles sus fallos, sino de mostrarles un mejor camino, o al menos de quitarle piedras al existente. Dales unas palmaditas en el hombro o felicítalos cuando lo merezcan. Por suerte, algunos lo hicieron durante mi primer día. Y se los agradezco.

Quienes comenzamos en un centro de trabajo apenas escribimos otro capítulo de un libro inconcluso. Quizá lo mejor consistiría en no cerrar la puerta de la Universidad de forma completa, en guardar enseñanzas y travesuras como reliquias. En definitiva, la vida es una eterna escuela, llena de retos, obstáculos y necesidades de superación. Cualquier lugar es siempre un aula.

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