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Las dos veces que le fallé a Fidel

Foto: César A. Rodríguez
Foto: César A. Rodríguez

“En mi condición de aprendiz de revolucionario he cometido muchos fallos, pero hubo dos que me marcaron porque con ellos puse en peligro la estrategia defensiva del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, sobre todo la destinada a no realizar acciones que pudieran proporcionar a Estados Unidos la oportunidad o el pretexto para una agresión a nuestro país”.

Así se expresa Manuel Quiñones Clavelo, más conocido como el capitán Pedro Luis Rodríguez, militante del Partido Socialista Popular incorporado a la columna del comandante Ernesto Guevara en Las Villas, que a fines de 1960 fue designado jefe de la Sección de Información del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, entonces en proceso de organización.

“No me quiero morir con esto por dentro”, dice mientras constantemente se pasa la mano por la cabeza y el rostro, y sus ojos se humedecen porque aún le duele, y por la necesidad de demostrar cuánto de humano hay en Fidel.

“Fidel nunca le dio pretexto a los yanquis para invadirnos, y yo, en ambos casos, sobre todo en el último, les di pretexto para cualquier tipo de agresión. Por lo tanto, no me lo perdono y tengo que decir que en ellos, tras ser justamente duro conmigo, Fidel, lejos de sancionarme o someterme a juicio, a pesar de la existencia de elementos para hacerlo, me habló y aconsejó como lo hace un verdadero padre”.

Primer gran error

Refiere Pedro Luis que en los primeros meses de 1961, cuando el país enfrentaba a las bandas de alzados en la región central y se encontraba en pleno proceso de organización de los ejércitos y la defensa contra una invasión de las fuerzas directas de Estados Unidos, se establecieron las direcciones principales por donde esta podría producirse; una de ellas fue Isla de Pinos, actual Isla de la Juventud, donde fue destacado un batallón de milicias reforzado, el 164.

“En determinado momento, el jefe militar de la Isla comenzó a insistir en que se cambiara el batallón, pues ya llevaba dos o tres meses y sus miembros lo estaban pidiendo. Una noche en que me encontraba de guardia me dispuse a solucionar el problema. Me resultó imposible localizar a los comandantes Sergio del Valle, jefe del Estado Mayor, o Flavio Bravo, jefe de Operaciones, quienes se hallaban en el Escambray, ni tampoco al Comandante en Jefe. En esas condiciones tomé la desgraciada decisión, facultad que no me correspondía, de cambiar el referido batallón, y sin tener idea de lo que estaba haciendo mandé en su lugar un batallón 191, ligero”.

Cuenta que no había pasado mucho tiempo cuando a su casa fueron a buscarlo dos compañeros de la escolta de Fidel, uno de ellos Bienvenido Pérez Salazar, Chicho, quien le dijo que el jefe quería verlo y estaba muy bravo con él.

“Me puse a pensar en qué pasaría, pues no creía haber hecho nada malo; no me pasaba por la mente lo del batallón ese. Se celebraban los carnavales y Fidel estaba en la tribuna. Cuando me presenté ante él y me paré en atención. Me miró fijamente, escrutándome, y me dijo muchas cosas, todas con razón. Se me salieron las lágrimas.

“‘Tienes que cambiar el batallón hoy mismo. Mañana tiene que amanecer un batallón reforzado allí’. Era la una de la mañana y yo no tenía batallones subordinados, barcos, nada…; me sentía como si me hubiera lanzado a una hoguera. Pero él le indicó a Osmany, jefe de un sector de milicias, que me ayudara a resolver la situación.   Y a mí que, de su parte, le dijera a Calderón Jústiz, jefe de la Marina de Guerra, que me buscara un barco y lo situara en Batabanó. Me ordenó, además, verlo con el informe cuando terminara la tarea.

“Al día siguiente, como a las once de la mañana, casi 800 hombres de los mil del nuevo batallón, se encontraban ya en la Isla.

“Cuando me presenté ante él, la forma en que me trató me llegó más hondo que toda la descarga recibida horas antes. Me felicitó porque todo se había cumplido, y empezó a pasarme la mano, mientras me decía: ‘Yo sé que fui muy duro, pero en la vida hay que saber las facultades que uno tiene. Usted se abrogó el derecho de sustituir un batallón en esta situación que tenemos, sin consultar con nadie. Esa no era facultad suya. Pero, bueno, ya pasó, y que sirva de experiencia eso…’, y ahí comenzó a aconsejarme mejor que mi padre. Puedo hablar de las excepcionales cualidades humanistas de Fidel, porque las viví. Esa experiencia nunca la he podido olvidar”.

Siempre me recordaba a cayo Anguila

En los años iniciales de la Revolución, la costa de Varadero fue un lugar propicio para infiltraciones y exfiltraciones de agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y demás elementos contrarrevolucionarios, desde cualesquiera de los numerosos cayos existentes en la amplia zona.

Para poner coto a tal desorden, en 1963 el Comandante en Jefe Fidel Castro decidió la creación del cuerpo de Lucha Contra Piratas (LCB), con puesto de mando en Dupont y el capitán Pedro Luis como jefe.

“Me dio un apoyo tremendo, con barcos, aviones, helicópteros y hombres, y con el personal de la Dirección de Información, que ya disponía de unidades de exploración, observación, y demás, cubrí toda la cayería, desde Punta de Hicacos hasta las cercanías de Isabela de Sagua, en la región central del país.

“Tomamos todos los cayos y cuanto bandido entraba en ellos caían en manos nuestras. Pusimos un poco de orden en la zona. Y embullados como estábamos, perdimos la perspectiva de no dar pretexto al enemigo, que ha sido siempre un axioma del Comandante en Jefe. Un buen día, recibimos información de que en cayo Anguila, bajo jurisdicción inglesa —este y otros bajo el mismo dominio eran utilizados como bases de operaciones por agentes de la CIA y contrarrevolucionarios para penetrar en Cuba—, había unos 20 hombres que, equipados con ametralladoras, subametralladoras, fusiles M-1, mapas, prismáticos, un cañoncito 20 milímetros, mochilas y otros medios, se disponían a infiltrarse en la Isla.

“Ese fue otro de mis deslices como jefe, por aquello de que ‘el hombre es el único animal que choca dos veces con la misma piedra’. Decidimos ir hasta allí. Mandé a los hombres rana como una avanzada y fui a ver a Fidel. Le comenté que tenía en marcha una operación muy bonita, y se embulló, pero cuando le indiqué dónde era, me dijo: ‘No, señor, ahí no te puedes meter”. Y entró a una reunión.

“Yo no tenía forma de virar para atrás la operación, y seguí adelante. No fuimos vestidos de civil, sino de verde olivo; ahí es donde estaba el posible pretexto. Llegamos a cayo Anguila, recogimos el botín y los detuvimos a todos. De regreso en Varadero, lo llamé y le ofrecí detalles de lo realizado y los medios ocupados. Pero cuando a una pregunta suya de dónde había sido le dije que en cayo Anguila, me lanzó una palabrota y me dijo: ‘Estas preso. Echa para acá’. Yo me decía: Caballero, no adivino una, y yo creía que me la había comido.

Cuando llegué me llamó irresponsable y aventurero, entre otras cosas, y pensé que de aquella no escapaba. Roa, quien estaba presente, me dijo: ‘Tu caso es irreversible’, y me puse más nervioso porque entonces yo no sabía el significado de esa palabra.

“Alrededor de las dos de la mañana pidió que le llamaran al embajador inglés, a quien le señaló: ‘Oígame, los muchachos nuestros están nerviosos, porque esos cayos de ustedes son cuevas y nidos de contrarrevolucionarios’, y empezó a discutir con él embajador tratando de lograr que el hecho no trascendiera a la luz pública.

“Una vez más libré, pero comprendí porqué Fidel insistía en no dar pretextos a los yanquis para una acción contra Cuba. Hasta pasados muchos años, cada vez que nos veíamos me decía: ‘Pedro Luis, acuérdate de cayo Anguila’.

“Necesito que esto se sepa, no por un problema de arrepentimiento oportunista, sino sencillamente me autocritico porque dos veces fallé el Comandante en Jefe en cosas muy serias, y no quisiera quedarme con ello dentro”.

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