Teatro El Público, la compañía que dirige Carlos Díaz continúa presentando en la sala Trianón Antigonón, un contingente épico, una puesta a partir del texto del joven dramaturgo Rogelio Orizondo. La meta no parece fácil, teniendo en cuenta la complejidad del espectáculo: 100 funciones de la obra. Pero hasta el momento Antigonón ha logrado mantener un público y ha recibido casi todos los premios de nuestro contexto teatral.
La obra rompe con casi todos los moldes de la escenificación más convencional. En primer lugar no cuenta una historia aristotélica, con introducción, nudo y desenlace perfectamente identificables, con tramas diáfanas y personajes definidos. La dramaturgia del texto y de la puesta en sentido general van por otro camino: el conglomerado de significaciones, la vocación metafórica, el regodeo semántico. Se trata de otorgarle sentidos a un discurso que a primera vista parece surreal, absurdo, quizás hasta disparatado.
Pero esas son solo las apariencias. Las escenas de Antigonón son en definitiva fragmentos inconexos de la historia que vivimos cada día, de la que nos contaron en la escuela y en la casa, de la que repetimos muchas veces como si fuera frase hecha. Fragmentos inconexos como puede ser inconexa la vida misma, el devenir de la historia. Claro que un montaje tan atonal puede crear lagunas, incomprensiones, incluso rechazo entre algunos espectadores. Es el riesgo. Pero esta puesta tiene otros asideros.
El entramado escenográfico, el diseño y realización del vestuario… resultan muy sugerentes, vistosos, pirotécnicos. Hay una evidente intención de impactar. Desde el punto de vista de las actuaciones, estamos ante un exigente ejercicio de organicidad. Y el elenco lo aprueba satisfactoriamente; en particular las actrices, que se desdoblan en personajes disímiles, con demandas muy particulares. Es una obra ardua, compleja para sus intérpretes. Y sin embargo los actores se las han arreglado para no bajar la intensidad, para encontrar resortes.
De cualquier forma, Antigonón, como toda obra de arte, opera en varios niveles. El mismo texto reserva momentos hilarantes que alternan con otros francamente provocadores, hasta hirientes. La plasticidad de la puesta de Carlos Díaz calza las metáforas, recrea un ambiente. El espectador nunca quedará impasible.