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Sabores y colores en Festival de cine francés

Por Frank Padrón

La edición número 17 del Festival de cine francés, que durante casi todo el mes de mayo corrió por salas capitalinas y de provincia, ofreció más de un título apreciable.

Entre ellos, Los sabores del palacio/La cocinera del presidente (2012) del francés Christian Vincent, inspirado en personajes reales. Trayecto salpimentado con deliciosas recetas que sirven no solo lo mejor de la famosa cocina francesa sino atinadas reflexiones en torno a las luchas de poderes, envidias y rivalidades a los que se imponen la autenticidad (de lo cual los métodos y dedicación de la protagonista en la cocina son todo una metáfora), la dignidad y la autoestima.

Funciona de manera bastante atinada en el filme la yuxtaposición temporal, cuando alternadamente nos enfrentamos al pasado “presidencial” de la competente chef y su presente en el nuevo sitio gastronómico. Sin embargo, no siempre el ritmo mantiene su curva entonacional: a veces se resiente, otras incluso cae y las propias alternancias de los planos témporo-espaciales se perciben un tanto violentos.

Ello no es óbice para que el trayecto gastro-fílmico se disfrute, tanto como cualquiera de las recetas de Hortense. Humor y seriedad conviven armónicamente en este grato periplo donde una vez más descuella esa notable actriz llamada Catherine Frot (La cena de los idiotas). La cocinera del presidente nos hizo la boca agua durante 95 minutos.

Otro momento significativo del festival ha sido Renoir (2012), de Gilles Bourdos. A principios del siglo XX en la Riviera francesa, el gran pintor impresionista sufre por la reciente viudez, la artritis y la herida de su hijo mayor en la guerra; conoce una modelo que resulta la última en su vida y carrera, quien a la vez se enamora del militar cuando este regresa de pase.

Andrée —que así se llama la joven— quiere ser actriz y lo entusiasma con la idea de tomar la cámara; él le hizo caso y se convirtió en Jean Renoir, uno de los grandes del “realismo poético” del cine en Francia.

Más que una biopic, el filme es una celebración por la vida , una ars poetica que reflexiona en torno a la creación estética, una indagación acerca de los vericuetos del amor y los linderos que separan lo profesional de lo personal, con excelente diseño de personajes y una sólida estructura narrativa.

Hondamente lírica, para lo cual se apoya en virtuosa fotografía, Renoir cuenta con magistrales desempeños, ante todo, de Michel Bouquet y Christa Theret, ambos justamente laureados con los premios Lumiére que otorga la cinematografía gala.

Los viajes hacia el pasado nutren el cine; Camille regresa (2012), de la realizadora Noémi Lvovski, trata el asunto, cuando la protagonista —una madura actriz alcohólica a punto de divorciarse— despierta en 1985, volviendo a la adolescencia.

Resulta original el hecho de que el personaje se rodea de condiscípulos, padres, amigos, en su edad y presencia actuales… sin que nadie lo note; mas, aunque se pongan de nuevo sobre el tapete los temas pulsados en este tipo de abordaje (lo irreversible del tiempo, las segundas oportunidades en la vida, etc) el “chiste” se alarga demasiado, la obra se torna reiterativa y pedante y poco de real sustancia deja cuando ya se llega al minuto 115 de su largo metraje.

Si acaso, las notables actuaciones, comenzando por su propia intérprete protagónica, que es la misma directora.

Una historia que penetra en el sórdido mundo de la política en medio de crisis económicas y luchas por ascensos la ofrece El ejercicio del poder (2011), dirigida por Pierre Schoeller.

Al ministro de Transporte le avisan de un terrible accidente en plena noche, y hasta los minutos finales del relato seremos cómplices del infierno que vive el funcionario y muchos de sus colegas, subalternos y personal de ese mundo.

La cinta se luce sobre todo en un dinámico montaje (Laurence Briaud) que impulsa el dinamismo de la narración proyectando el estrés, la angustia y la presión del protagonista, sin que falte su vida personal, generalmente interrumpida por los imperativos de su puesto; de fondo, una Francia sacudida por la indetenible crisis que sacude hasta hoy a toda Europa, la cual se refleja con detalle en el filme.

La actuación de Oliver Gourmet proyecta la complejidad de su personaje y su entorno, secundado por no menos eficaces colegas. Premio Fipresci en Una cierta mirada (Cannes) y 11 candidaturas a los César, avalaron este notable título del festival de cine francés.

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