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Jorge Fuentes: “no tengo alma de esclavo”

Fotos: José Raúl Rodríguez Robleda
Fotos: José Raúl Rodríguez Robleda

A Jorge Fuentes le han hecho decenas de entrevistas en su larga carrera deportiva. Ser el mánager más ganador del béisbol cubano (974 victorias) y sumar dos títulos mundiales (1988 y 1994) y dos olímpicos (1992 y 1996) son credenciales de autoridad y prestigio. Sin embargo, ese mediodía tuvimos la oportunidad de acercarnos a la historia de un pinareño, nacido en San Cristóbal, con mucho que aportar todavía a la pelota con modestia y experiencia.

Acomodado en el sofá de su casa, recordó su niñez y juventud, no rehuyó ningún tema por escabroso que fuera, opinó con fuerza y argumentos sobre el pasado y presente en la dirección de equipos, adelantó propuestas, esclareció rumores y volvió a salir airoso.

Por más de dos horas, Fuentes confesó su aprendizaje al lado de José Miguel Pineda, su trabajo al frente del equipo nacional por una década, la salida de los Piratas de Campeche semanas atrás y las claves para dirigir un deporte en el que “la suerte hay que perseguirla hasta hacerte amiga de ella”. Así transcurrió la conversación.

Poco se sabe de sus inicios en el béisbol…

“Hay que remontarse a mi niñez. En mi casa no había televisor, pero una tía de mi mamá le había regalado un televisor a mis abuelos y cuando iba los fines de semana, años 50 y pico, veía mucho el béisbol y boxeo profesional. Por ahí empezó a gustarme, viendo aquella pelota de cuatro equipos: Habana, Almendares, Marianao y Cienfuegos.

Recuerdo que tendría 7-8 años cuando le pedí al esposo de una tía, que me regalara unos pequeños sembrados de tabaco negro para hacer un estadio de béisbol. Quizás influenciado por la televisión, veía ese terreno tan parejito como un estadio.

Después comencé a practicar en el barrio. Fui a competencias a nivel provincial, jugaba tercera base y pitcheaba en momentos determinados. Cuando ingresé en el Fajardo (escuela de deporte) tuve la suerte de tener profesores como Juan Ealo —uno de los hombres de más conocimiento de béisbol que haya conocido—, Nelson Ciero y René Masip, quienes eran de la Cátedra de Béisbol”.

¿Cómo llega a la dirección de equipo después de graduado?

“Nos decían los muchachos del Fajardo, pero no nos estábamos formando como directores de equipo. Terminábamos como profesores de Educación Física, porque no había ni siquiera Licenciatura en Cultura Física. En ese grupo estaba Higinio Vélez, Carlos Martí, y al otro año se incorporó Eduardo Martín.

Lo que pasa es que Servio Borges marca la diferencia a partir de 1969. Acabado de graduarse le dan la responsabilidad de dirigir y gana con Azucareros, de las Villas, y luego con el equipo Cuba. Eso nos abre las puertas a todos los egresados para empezar a trabajar en el béisbol. Cuando salgo en el año 1972, vengo a la Academia provincial, pero como entrenador”.

En esa época un grupo de veteranos ya trabajaba en la provincia con el béisbol como Asdrúbal Baró

“Todos aprendimos mucho e hicimos una gran amistad con Baró. Fue un lujo haber trabajado a su lado. Hizo muchas cosas, tenía una capacidad muy grande y ayudó a los jóvenes. Había jugado en la Liga profesional cubana y fue un gran bateador.

En 1973 viajé a México como parte de un colectivo de entrenadores cubanos que participó en la preparación de los ahora Tigres de Quintana Roo. Sigo adquiriendo conocimiento e intercambio por primera vez con profesionales. En ese grupo estaban Luis Zayas, Benito Camacho, Eugenio Wilson y yo.

Cuando regreso hice mi primera incursión en Series Nacionales como coach de primera de Pinar del Río, bajo el mando de Lázaro Rivero. Después voy a otro intercambio en Pastejé (1974) y al retornar me incorporo al equipo, ahora con Francisco Martínez de Osaba como mánager”.

¿Y cuándo dirige entonces por primera vez?

“En 1975 comienza la Serie Selectiva y no estoy porque me dan la conducción de la primera Serie Especial o Liga de Desarrollo nacional. Discuto el campeonato y lo gano frente a Constructores en el Latinoamericano. Esa fue mi primera victoria como director.

A finales de 1976 llegó José Miguel Pineda a Pinar del Río y lo nombran al frente de vegueros. No tenía ninguna amistad con él en aquel entonces, pero caigo en el grupo que seleccionó para trabajar y estoy cinco temporadas a su lado, de 1977 a 1981”.

¿Qué le aportó, qué bebió del estilo de Pineda?

“Un mundo de cosas. Pineda era un sabio dentro del béisbol. Tenía una visión increíble, decía este jugador sí va a dar, aquel no. Era muy inteligente para el orden al bate, el cambio de los pitchers. Además, lograba un poder de comunicación muy grande con los atletas y los entrenadores por sus conocimientos, carisma y su sentido del humor. Fue una escuela y estuve cerca de 600 partidos a su lado, entre series nacionales y Selectivas.

Al segundo año, Pineda me da responsabilidad de atender toda la preparación del equipo. Puedo decir que me acogió como a un hijo o un amigo, y estoy sumamente agradecido porque lo veía como un ídolo y admiraba esa estatura, esa sabiduría”.

Llegó entonces un feliz 1982.

“Pineda se marcha y yo la única experiencia que tenía dirección era aquella Serie Especial. Todavía no sé por qué, pero me nombraron director de Vegueros. Tenía 31 años y ese año salí por la puerta ancha: gané la Nacional y la Selectiva. Eso me dio un poco de confianza porque, con toda honestidad, cuando a uno le dan las riendas de un equipo tan grande con esa edad y aunque había pasado la escuela de Pineda, era un gran compromiso. No es lo mismo ser copiloto que tener el mando de la nave”.

¿Qué secreto hubo en el béisbol pinareño de esa década para alcanzar tantos resultados?

“Trabajo de los entrenadores que descubrieron una generación brillante de peloteros: Casanova, Rogelio, Julio romero, Urquiola, Juan Castro. Un talento increíble. Llegamos a tener cinco lanzadores en el equipo nacional. Se creó una cultura de preparación, de jugar el béisbol de manera colectiva. Y crece el amor a ese nombre, Pinar del Río. La gente decía que venían al Hueco, que era nuestro Capitán San Luis.

“Tenia entonces calidad deportiva, buenos coach y entrenadores y esa mentalidad que ganaba campeonatos en el Latino, en Santiago de Cuba, en Villa Clara, y eso te va ayudando en un momento determinado a obtener esos resultados”.

Primeras impresiones cuando salta a dirigir un equipo nacional

“Octubre de 1987. Me llamaron a una reunión a La Habana y me comunicaron que iba a dirigir el equipo a la Copa Intercontinental que se realizaría en Cuba. Me sorprendió, porque aunque había tenido algunos resultados, dirigir una selección nacional en un país es una cuota altísima de responsabilidad.

Me sentí un poco tenso, porque además había buenos equipos y estuvimos sufriendo hasta cerca de las 2 de la madrugada con el jonrón de Alejo O´ Reilly. Después vino el mundial de 1988 en Italia, donde enfrentamos un equipo estadounidense con mucho talento y nivel, porque lo habíamos visto en el tope antes. Un campeonato bien difícil, súper tenso y muy estresante, porque nos costó trabajo ganarle a Japón y luego a los americanos, hasta el último inning”.

Hay quienes reiteran todavía que en esa época los triunfos no tenían tanto valor porque le ganábamos a equipos universitarios

“Siempre que Estados Unidos quiera hacer una selección universitaria de nivel le gana a cualquiera. Esos equipos tienen tan o más nivel que algunos de Grandes Ligas, porque son muchachos que desarrollan un pensamiento táctico tremendo, juegan decenas y decenas de partidos en sus escuelas, universidades, desde edades muy tempranas.

A veces la gente no domina eso bien, pero nosotros estuvimos enfrentando ese nivel desde que le ganamos por una carrera en 1969, desde 1972 con jonrón de Marqueti. Eran equipos universitarios de ellos contra los mejores jugadores que teníamos en esa época”.

¿Tenía Jorge Fuentes poder real para decidir los jugadores que convocaba a una selección nacional o los equipos se lo daban hecho para que dirigiera?

“Siempre tuve autoridad absoluta y decidía, junto al colectivo de dirección, los equipos Cuba a partir de los mejores peloteros que había en el país. Era tanta calidad que a veces se quedaban dos o tres jugadores y siempre existió el comentario, se quedó fulano, no estuvo mengano.

Pero realmente nadie intervino en ninguna decisión. Siempre las autoridades fueron muy respetuosas y tengo que citar a José Ramón Fernández, quien nos atendía directamente. Jamás intervino en eso, ni en una jugada, ni en nada. También la nómina era muy reducida, no era como ahora. Eran 20, luego 22 y después aumentó a 24”.

Después de casi 10 años de triunfos, pierde en la Copa Intercontinental de 1997, en Barcelona, contra Japón. ¿Se fue injusto? ¿Todavía le duele?

“Perder en el béisbol en Cuba siempre es pecado. Terminó la Copa, viajamos a un tope en Japón y cuando llegué me dijeron que no iba a dirigir el equipo. Claro que me sentí mal. Cómo es posible que más de 100 partidos y decenas de torneos ganados consecutivos no pesaran más que una derrota.

Perdimos contra un Japón que venía pisándonos los talones porque en la Copa Intercontinental de 1995 pasamos mucho trabajo para ganarle y en los Juegos Olímpicos de Atlanta lo hicimos 12-9. Es decir, estamos hablando de una potencia que años después lo demostró al ganar el primer y segundo Clásico Mundial.

Me disgusté y considero que se fue injusto, pero al que dirige el deporte nacional le pasa eso en todas partes del mundo: pierdes y te vas”.

Se aparta de las Series Nacionales y al retornar habían cambiado los peloteros, pero también el béisbol cubano.

“Cuando termino con el equipo nacional trabajo en Japón tres temporadas y al regresar me piden que dirija a Pinar del Río. En ese tiempo se hicieron cosas que no me gustaron, por ejemplo, retiro masivo, retorno luego de esos retirados, cambios de estructura.

No hemos mantenido estabilidad en nuestras series. Lo mejor que pudo pasarnos fueron los campeonatos de 90 juegos, que tuvimos 13 o 14 temporadas y hubo estabilidad, con los cierre de play off.

Después cambiamos y me incluyo porque he sido parte de la Comisión, pero la verdad es que nosotros mismos hemos bombardeado muchas veces el béisbol con cosas inefectivas”.

También cambiaron tendencias y tomó fuerza que ex jugadores tomaran las riendas de los equipos provinciales y nacionales. ¿Qué criterio le merece?

“En mi modesta opinión lo que hay que encontrar es al dirigente, al manager, a esa persona que tiene atributos para dirigir. Es posible que coincida un pelotero con grandes récords y sea un buen mánager. En estos momentos no se puede prescindir de los ex jugadores, ni de los coach y entrenadores con experiencia en Series Nacionales. La mayoría de los directores debería salir de ahí.

Ahora, hay otra cosa que pasa. Sin haber dirigido absolutamente nada, ni siquiera escolares, juvenil, liga de desarrollo, etc, le dan las responsabilidades. Y haber jugado pelota no tiene absolutamente nada que ver con dirigir.

También hay súper talentos, como lo hay en la medicina, en la literatura, en la música, pero eso no es lo común. Quizás una persona que no haya tenido la escuela de 5-6 años como coach o entrenador pueda emerger y ser un hombre talentoso. Pero la mayoría, casi todos, necesitamos un tiempo para madurar, un tiempo para aprender, para escuchar.

A pesar de haber estado tanto tiempo en la escuela de Pineda, a pesar de haber ganado la Liga Especial, tuve que esperar un tiempo. Y cuando me dieron la responsabilidad me sentí tenso, porque era el timonel del equipo Vegueros, un conjunto que había sido medalla de oro el año anterior y lo que menos podía ser entonces era repetirlo. Te aseguro que sin esos años con Pineda y como coach difícilmente hubiera podido dirigir Vegueros”.

¿Tener una escuela de directores pudiera ser una salida a este tema y aportaría un granito de arena a la calidad del béisbol?

“Hay que dar cursos, intercambiar con los coach nuevos, hacer muchas cosas con los mánagers más jóvenes, pero entraríamos un poco en el campo de la teoría si dijéramos el primer expediente es el mentor de tal equipo. La evaluación de un director es teoría y práctica.

A veces tú sabes que dentro de tres años fulano va a pedir su jubilación y no quiere dirigir más, entonces se requiere identificar quién puede reemplazarlo y prepararlo. Quizás es el que condujo al equipo juvenil y tiene metodología, poder de comunicación, pero que aún le quedan casi 300 juegos más para seguir aprendiendo y formándose en dar los mítines, manejar el cuerpo de lanzadores, entre otros aspectos”.

Usted asistió al tercer Clásico Mundial como director técnico de la selección nacional. ¿Qué no salió bien y qué enseñanza le dejó a Jorge un torneo como ese?

“Había participado en el grupo de apoyo durante el segundo Clásico, pero el evento nos obliga a ser mucho más eficiente porque ahí deben ir los mejores jugadores del planeta. Hay que prepararse muchísimo mejor en cada una de las áreas, hacer con tiempo una gran selección, en la cual es obligatorio 14 lanzadores.

Tiene que haber un colectivo que trabaje con mucha seriedad, pero desde Baracoa hasta Sandino para que no se escape un detalle técnico, táctico, y todo lo que tenga que ver con la fecha del campeonato, los topes previos, los implementos, etcétera.

Estuvimos muy cerca de haber estado entre los cuatro primeros del Clásico y el último partido se definió por una carrera. Hay que trabajar mejor para llegar a la final. Dominicana dio una clase de colectividad y entrega. Armaron un buen equipo y jugaron con tremendo amor a la camiseta.

Después del Clásico vuelve a ausentarse del béisbol nacional y el pasado año se inserta con los Piratas de Campeche en la Liga Mexicana. Muchos comentarios levantaron su salida del club. ¿Por qué se le rescindió el contrato?

“Tuve varias discusiones con el segundo jefe o dueño del equipo, no durante la preparación previa y los topes, que transcurrió en un clima muy tranquilo, sino cuando empezaron los partidos de la Liga Mexicana. Me costó un poco de trabajo adaptarme a algunas cuestiones. Por ejemplo, había decidido quién abriría el partido inaugural, Francisco Campos, y lo anuncié cuando me preguntó la prensa. Eso no gustó a los dirigentes del club porque eso había que consultarlo y verlo con los superiores. Y eso me faltó al principio.

Después traté de insertarme un poco más, pero donde empiezan mis problemas con él es en la conducción del juego, porque me cuestionaba si tocaba o no tocaba, si mandaba a correr o no.

Conversamos y traté de decirle que no se trataba de no escuchar sugerencias, sino de que tuviera confianza en mi trabajo.

Un domingo me mandó a un emisario en medio de un juego de pelota, cuarto inning: “dice Fulano que pongas a Mengano y quites a Sultano”. En ese momento iba a abandonar el equipo, pero el entrenador Roque Sánchez me atajó: “eso fue un poco feo, pero no se vaya”.

Eso me disgustó mucho porque había que tener credibilidad en el trabajo. Con toda honestidad traté de colegiar con él para seguir aquello, pero todavía no tengo alma de esclavo. Alguien me había alertado que era una persona un poco fanática, que no podía aguantarse y se metía y entrometía en las decisiones.

Entonces llegó un momento en que me sentó en su oficina y me dijo: vamos a rescindirle el contrato. Me propuso trabajo en otro lugar, pero le dije que no, porque iba a seguir bajo su mando y no me sentía bien. Para mí era un reto la Liga Mexicana y me sentí bien en la conducción de los partidos.

Definitivamente eso fue lo que sucedió y no todo lo que se habló por Internet. Me dieron una carta, propia de la Liga Mexicana, en la que se reconoce mi labor y se argumenta que son normales los cambios de directivos en ese circuito profesional. Pero la verdad es esta”.

¿Cómo valora el proceso de inserción de nuestros jugadores en ligas profesionales?

“Hay dos cosas muy importantes, Primero, la inserción de peloteros, que el año pasado empezó con Michel Enriquez, Yordanis Samón y Alfredo Despaigne en México; y ahora se extendió a Frederich Cepeda y Yulieski Gourriel en Japón. Es algo que nos hacía falta hace tiempo, aunque ahora tenemos que adecuar nuestra serie nacional al nuevo contexto. Eso es primordial porque casi todas esas ligas comienzan en la última semana de marzo.

¿Cuándo podemos empezar? Quizás la primera semana de octubre y jugar hasta la última de enero o la primera de febrero. Y vamos luego a la Serie del Caribe y los años que toquen Clásicos no habría problemas.

Lo otro importante es que podemos ver en la televisión béisbol internacional, para comparar y aprender todos, jugadores y técnicos, del beisbol japonés, coreano, mexicano y estadounidense.

Me gustaría que Japón nos contratara más jugadores porque es un país de altísimo nivel en este deporte, hay una disciplina grande y seria, y será muy beneficioso para la calidad de nuestro béisbol”.

¿De qué manera Fuentes continuará ligado al béisbol?

“Estoy esperando otro contrato de trabajo por México”.

¿Aspectos internos a mejorar en nuestras series todavía?

“Tenemos que ganar en disciplina y respeto hacia nuestros árbitros, lograr la estabilidad de roles en los lanzadores, alcanzar un poco más de paciencia a la hora de batear. No es que estemos tan lejos, pero debemos mejorar.

Nuestro arbitraje no es tan malo como lo pintamos a veces, hay que seguir perfeccionándolo, pero ya en Grandes Ligas están utilizando cada vez más las cámaras y eso es para ayudar al espectáculo, porque hay jugadas que se definen por pulgadas, en milésimas de segundos.

Tiene que haber más respeto entre todos los que componen el espectáculo. Calidad sí tenemos y a medida que vayamos insertando más jugadores, más experiencias tendrán. En la liga mexicana el conteo es muy parecido al nuestro, pero hay mayor tranquilidad de bateadores y lanzadores. Y eso ayuda a no perder concentración, un problema que sí tenemos aquí porque protestan mucho los pitchers, los bateadores y hasta los directores. Hay que ser muy celoso con eso”.

Un tema de moda hoy es la sabermetría y el uso de ella por los directores

“De siempre he jugado mucho con las estadísticas, pero interpretándolas. He ganado muchos conocimientos y no solo juego con ellas, sino que son parte esencial del trabajo para saber, por ejemplo, cuánto batean contra zurdos, contra derechos y otros detalles que están hoy muy actualizados.

La mayoría de los mánagers que se respetan cuentan con esa información porque se juega mucho al por ciento. No es que la sabermetría o los números dirijan el juego, pero ayudan. Nadie puede negar eso. No es que Jorge Fuentes tenga un librito ni sea mago, solo aplico ciencia, técnica, buena preparación y todos los componentes que dan sabor al arroz con pollo que es la pelota”.

Ha declarado muchas veces que siempre lo quería en su equipo a Lázaro Vargas. ¿Qué otros jugadores también le eran imprescindibles a Fuentes cuando dirigía?

“Casanova, Linares, Ulacia, Vinent Jorge Luis Valdés, Changa Mederos. Es una lista como de 30 nombres. Te pongo un ejemplo, la combinación de Germán y Padilla es lo mejor que he visto, lo mejor. En Pinar del Río tuvimos una muy buena, Urquiola-Giraldo, pero diría que ellos tienen medalla plata.

No he visto un torpedero en el mundo mejor que Germán. En la década del 90 un amigo me dice que lo más grande en el campo corto era Reinaldo Ordoñez. Le dije, eso es porque tú no has visto a Germán. ¿Pero por dónde las coge, por debajo de la tierra? Sí, por debajo de la tierra y mete out en primera base. Era un pulpo para soltar la bola”.

¿Alguna decisión que desde la distancia pudiera rectificar?

“En esa época del 90 teníamos un tatuaje en la frente que se llamaba invencibilidad y todo era ganar, ganar y ganar. Si pudiera corregir algo, no hubiera puesto a José Ariel Contreras en la semifinal de la Copa Intercontinental de 1997 y lo reservaba para la final que luego perdimos contra Japón”.

¿Y la decisión más valiente que tomó?

“Dejar seis lanzadores en el staff del Cuba para la Copa Intercontinental de 1987. Salió bien, pero más nunca lo hice. Ese año estaba muy difícil integrar el equipo Cuba y decidí seis lanzadores. Lo que más sufría como director era la integración del equipo Cuba, porque dejar fuera a muchacho me llegaba hasta el alma, ya que sabía la ilusión de todos de hacer un equipo Cuba.

Habían varias plazas que eran inamovibles en aquellos momentos, porque eran los mejores en sus posiciones y casi siempre estaba una base de 12-14 jugadores y lo que había que completar eran 5 o 6 nombres. Era un dolor de cabeza durísimo”.

¿Está de acuerdo con el límite de 100 lanzamientos para los lanzadores?

“En otras épocas también tuvimos regulaciones, por entradas. Sin embargo, hay que ganar claridad y conciencia de que los brazos hay que preservarlos. No meterlos en una urna de cristal porque hay que tirar, pero sí estar cerca de una cantidad de lanzamientos.

Depende también de las potencialidades y la capacidad de trabajo de cada pitcher. Los hay con una gran efectividad entre 110 y 120 lanzamientos, por ejemplo, Pedro Luis Lazo era un superdotado, pero Vladimir Baños después del lanzamientos 90 ya no es igual.

Sucede igual con jugadores que después de 15-20 partidos seguidos tienes que darle descanso porque sus fuerzas le bajan.

Pero hay que estar cerca de los 100 lanzamientos y saber quiénes tienen más capacidad y dejarlos terminar partidos.

En la Liga mexicana se trata de que los relevos no lancen tres días consecutivos y generalmente, sin establecerlos, los lanzadores oscilan entre los 100 lanzamientos”.

¿Cuál es el error más apreciable hoy de nuestros directores?

“El principal problema es que en los últimos años se ha cambiado mucho a los directores de equipo. Siento que no se les da tiempo de madurar o hay poca confianza. He visto mánagers nuevos en 7 u 8 provincias para una serie, y al año siguiente 6 o 7 más.

Ser un dirigente capaz no abunda mucho. Si ahora salimos desde Baracoa con dos jabas, una para echar talentos y otra para directores, cuando lleguemos a Sandino, la de los talentos de 16-20 años estará llena, pero la otra vendrá medio vacía”.

¿Alguna vez Jorge perdió esa calma, ese poder de persuasión?

“Pocas veces, pero también la perdí. Siempre traté de irradiar mucha seguridad en el grupo porque les decía a los entrenadores: hay que demostrarles a los muchachos que estamos seguros, confiados en la victoria, no pueden ver exaltación ni locura. Tienen que ver la cordura en cada entrenamiento, pero sobre todo en los juegos. Eso lo trazaba como política y como línea. Hubo momentos en que no pudo ser, pero eso también es de humanos”.

Una opinión sobre el triunfo de Pinar en la 53 Serie Nacional.

“Urquiola es único, tiene su sello, es un excelente mánager. Hemos estado juntos en varios equipos, pero él se distingue mucho y es uno de los mejores directores de todos los tiempos. Como pinareño me sentí muy contento. Las raíces son las raíces. Soy cubano, pero siento mucho amor por este pedazo de tierra.

El 16 de abril cuando ganaron estaba en Campeche y me sentí muy alegre porque para ganar un campeonato hay que tener muchas cosas. El otro día alguien dijo que en la vida la suerte es un factor importante. Es verdad, pero la suerte hay que perseguirla y hacerte amiga de ella”.

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