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García Márquez, queridísimo

Gabriel García Márquez (1927-2014) tuvo en Cuba uno de sus hogares. Aquí vino una y otra vez, en tiempo de fundaciones y sueños. Cuando triunfó la Revolución, en 1959, se montó en un avión lleno de periodistas para hacer el cuento él mismo, sin que nadie se lo narrara. Tan conmovido quedó por la gesta, que Cuba pasó a ser uno de sus grandes amores.

 Estuvo entre los fundadores de la agencia Prensa Latina, en años de dictadura casi férrea de los grandes consorcios de noticias. Conoció a Fidel Castro, se hicieron amigos, compartieron andanzas por todo el archipiélago, armaron tertulias interminables donde se hablaba de lo humano y lo divino, compartieron planes y realizaciones.

Fue precisamente en uno de esos encuentros donde se les ocurrió la idea de crear una Escuela de Cine, que sirviera como contrapeso al domino de la industria del entretenimiento estadounidense. San Antonio de los Baños fue la sede desde 1985 y García Márquez ofreció allí talleres de guion que todavía se recuerdan.

Además de Fidel, en Cuba hizo muchos amigos: desde escritores y artistas hasta humildes trabajadores. Solía asistir a los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en los que era uno de los invitados de honor.

En revistas y periódicos (y también en libros de recopilaciones) publicó varios reportajes y crónicas sobre el país. No era un admirador ciego del proceso que se llevaba a cabo: no pocas veces criticó la burocracia, las trabas en la economía… Pero su amistad siempre fue leal. Contra Cuba no escribió ni una sola línea.

En actos y concentraciones, en conciertos y jornadas literarias, Gabriel García Márquez compartió con los cubanos momentos históricos de la Revolución. Siempre dijo que Cuba era uno de sus más preciados refugios.

 

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