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Cuba y Haití: Deuda para una tarde de abril

Por René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo

El paso ligero y los zapatos salpicados de fango seco. Están a 40 millas de Cuba y los han traicionado nuevamente. El plan pende de un hilo. Parece que el novio no llegará a su boda con la Patria.

Mientras sus compañeros esperan en la goleta bamboleante, él pisa tierra y emprende la marcha. La persecución les impide mostrarse juntos, por lo que deben ser discretos. El hombrecillo de 1,65 metros de estatura se lanza en busca de algún amigo que les tienda la mano.

Momentos de la intervención de la Representante de la Comunidad Haitiana en Cuba Maritza Donatién.Fotos: César A. Rodriguez.

Tras recorrer un trecho de la isla, el caminante llega al casón de puerta de roble. Llama con el puño, pero nadie sale. La luz del día se duerme y en el barco la impaciencia crece tras cada golpe de ola. Por fin abren, a quien busca no ha llegado. Una voz dulce persuade a la mujer de dejarlo esperar en la sala de la casa.

El hombrecillo lee a golpe de vista unos periódicos. Llega quien él espera y suelta los papeles de un tirón. Ambos hombres entran al despacho y cierran la puerta. Al rato, el visitante sale apresurado de la casa. Guarda en su guerrera seis pasaportes con nombres diferentes al suyo y a los de sus compañeros, la carta de triunfo para burlar la inteligencia española y británica.

En el barco aún duele la traición del Capitán Bastian, quien los dejó varados en Inagua a 40 millas de Cuba y a expensas de faltar a la cita con la Patria. Al llegar a la embarcación, el caminante cuenta los resultados halagadores de sus esfuerzos. Ese mismo 4 de abril el General Máximo Gómez escribe a su hijo Panchito:

“Nos hemos encontrado un buen amigo (…), Mr. Barber, cónsul de Haití, que nos ha ofrecido su protección y se ha condolido de nuestra condición lamentable y triste. Apunten bien el nombre de este hombre bueno por si algún día tropiezan con él en el camino de la vida, que sepan que hay que tratarlo bien, como a nuestro salvador de este gran trastorno, porque lo más delicado de la vida humana es no saber o no querer pagar las deudas.”

Un día, 114 años después, centenares de médicos llevaron a la tierra haitiana el abrazo que Cuba le debía al pueblo de Toussaint Louverture.

La pasada semana, el contingente Anténor Firmin —denominado así en homenaje a este haitiano ilustre, autor del libro De la igualdad de las razas— llegó a Cuba proveniente de Puerto Príncipe. Durante su estancia en la isla, sus integrantesrealizaron un programa de actividades que incluyó recorridos por sitios emblemáticos de La Habana, Artemisa y Pinar del Río.

En la capital, los brigadistas visitaron la sede de la Asociación Caribeña de Cuba, en el municipio de Marianao. Los amigos de la tierra de Henri Christophe disfrutaron aquí de un colorido y autóctono feudo cultural.

Tras la presentación de la doctora Mariana Bernabé sobre Anténor Firmin, expuesta íntegramente en creole y sin auxilio de intérprete, la cita concluyó con el regalo artístico de los descendientes de haitianos radicados en Cuba. La música folclórica, estrechamente relacionada con su tradición religiosa y portadora de un sentido de rebeldía durante la esclavitud, resultó el lenguaje más universal de la tarde.

“Cuando anunciamos en la emisora la preparación de la brigada para visitar Cuba, la acogida fue tremenda”, contó Celina Contreras, una cubana radicada en Haití hace cuatro años y que acompaña a la delegación. La joven, de ascendencia haitiana, conduce un programa en Radio Timoun dirigido a la enseñanza del español a los niños.

“Nuestras emisiones tienen una gran audiencia, tanto de los pequeños como de los mayores, y en ellas ofrecemos, aparte de la enseñanza de la lengua, mensajes educativos relacionados con la protección al medio ambiente, la educación y la cultura caribeñas”. Entre los brigadistas, el joven profesor Roberson Silencieux confesó sentirse especialmente motivado por este encuentro. Al igual que el resto de sus compañeros es la primera vez que viene a Cuba. En contraste con el significado de su apellido (“silencioso” en francés), Roberson domina varios idiomas y da clases en su país en el Instituto West Indies.

“Yo no sabía que aquí había tantas personas que hablan creole. Pienso volver en futuras ocasiones y ofrecer seminarios para enseñar mi lengua. Después del terremoto, y gracias a la colaboración médica, ha crecido mucho el interés en Haití por conocer a Cuba”, concluyó.

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