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El principio de un camino

Educación Cubana Primaria

Por Yuneimys Silva Echevarría, estudiante de Periodismo

Había esperado aquel día con ansias. Recuerdo que fue en la mañana, ¡cómo olvidarlo! Lo tenía todo preparado: uniforme impecable, zapatos limpios y una poesía que encargué a mi abuelo aprendí de memoria para la fecha. Todo listo para recibir el diploma que rezaba: ¡Ya sé leer!

Todos los niños hicimos una fila gigante en el patio de la escuela. Luego nos colocaron un ribete que nos identificaba como personas entendidas con la escritura. El mío me lo puso mi mamá, que con un beso selló el momento y me colocó en la senda del saber.

Previo a la fecha mis compañeros y yo estudiamos cada letra del abecedario. Aprendimos su sonido, su correcta escritura y resultamos vencedores de la primera batalla en la lucha por la superación.

Desde entonces aquellos chicos aseguramos el paso y el camino se ensanchó a los grandes campos del conocimiento. Atrás quedó la petición para que alguien nos leyera un texto o el cartel de la esquina.

Cuando se es chico nos cuesta entender la utilidad del conocimiento. Nuestros padres nos llevan a la escuela, se preocupan por los resultados académicos y si protestamos por tanto rigor saben responder que algún día lo agradeceremos.

Ya suman varios abriles desde que porté aquel ribete y hoy comprendo el apuro por llegar temprano y los regaños por alguna que otra tarea sin resolver. Agradezco a mis maestros por la paciencia, por poner su mano en la mía y hacer juntos el trazo que alguna vez no supe.

A veces vuelvo al libro de primer grado. Miro sus páginas y recuerdo aquellos días cuando ya me importaban algo más que sus dibujos.

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