Oda a Antonia Eiriz

Oda a Antonia Eiriz

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por Yunior Smith Rodríguez

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Yo la vi, lo juro. Vi su espíritu imperecedero de creadora insaciable; vi su alma reflejada en las sonrisas de los niños y en sus manos sucias de arte; la vi surcar ese callejón embrujado para siempre de esperanzas y de sueños; la vi en las paredes, los muñecos, las máscaras, en cada rincón donde caminaron sus pies imperfectos y  su esencia imponderable. Y no es locura, brujería o el deseo de abrumar con palabras saturadas de poesía innecesaria. Antonia Eiriz vive aún en Juanelo, en su casita de madera que la viera nacer, existir; en los infantes que todavía juegan a ser artistas, en las historias de las personas que se refugian en el papier para olvidar, tan solo un instante, que sus cuerpos yacen atados a la maldición del SIDA o que, por un error imperdonable, cumplen condenas en prisión.

¿Qué decir de ti, Antonia? Qué palabras de esta lengua finita podrá describir la infinitud de tu estatura de mujer fuerte, de guerrera, de madre dolorida con martirios de preñeces por los que estaban vanamente destinados a la marginalidad, el machismo, el presidio…  ¿Qué decir de tu obra? Muerte, anatema, desolación, oscuridad para los ojos cegados, para las mentes incapaces de discernir  la felicidad de una lágrima, la belleza del sin color, la dulzura de lo amargo, la profundidad de tu ser; tal vez la sombra de tus complejos, de tus demonios, esos demonios que atormentan a los  seres que están destinados a dejar su huella en la tierra de los vivientes. Envidiosos. Ellos, los demonios y quienes te hicieron callar.  Mas no pudo impedir el silencio, la distancia o los muros levantados en tu contra, como fieras, que las caprichosas musas que revoloteaban en tu mente de genio sempiterno se hicieran arte, desbordado, imparable. Arte que floreció y florece cual árbol frondoso.

¿No has visto, Antonia? ¿No has disfrutado tu legado? Sí, tu obra continúa dando frutos.  Frutos jugosos, abundantes. Frutos que son cual estaca erguida al tiempo. Erigida en las fortalezas de Fabelo, Domínguez, Del Río… y de otros tantos  que aunque anónimos, desconocidos, degustan el dulce sabor de poseerte, de hacer sido moldeados por tus manos artista.

Vida, esa señora tramposa que enreda a los hombres en sus hilos de peregrinajes truncados y metas inalcanzadas, quiso que tu existencia terminara  en otro país, olvidada cuando tanto tenías para dar. Pero no has muerto, no, no has muerto. Estás más viva que nunca y te dejas ver. Por eso te vi y todos pueden verte, cuando el sol llega a su cenit y se respira en la brisa los olores de pinturas y papier; cuando los maestros, tus sucesores, reciben sonrientes el torrente de niños emocionados, de hombres anhelantes de colores y ancianos necesitados de aprovechar cada latido de su cansado corazón; cuando las prisiones dejan de ser rincón de arrepentimientos y penas para inundarse de sonrisas e ilusión; cuando los bisoños sin padres se refugian en los pinceles para expresar su amor. Vives, definitivamente vives. Y te loan los que te conocieron te exaltan los que descubren la grandeza de tu obra y los que –como yo-  se acercan a tu historia increíble y tu herencia, no pueden hacer más que venerarte, diosa de las artes y los pobres con sueños de virtud.

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