El atajo incierto de lo visceral

El atajo incierto de lo visceral

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por Alejandro Madorrán Durán

Ni muertos, 1963. (Triptico), óleo sobre tela. Colección Permanente Museo Nacional de Bellas Arte
Ni muertos, 1963. (Triptico), óleo sobre tela. Colección Permanente Museo Nacional de Bellas Arte

Diferente, genuina, monstruosa, podrían ser la ruta de adjetivos en busca de una visión lo más abarcadora y certera posible, para situar la obra de Antonia Eiríz dentro del mundo de las artes plásticas cubanas. Y es que ella tuvo la fuerza de creación suficiente para llevar a la pintura o a los ensamblajes todas sus pesadillas, y construir en difuminadas imágenes un mundo de ideas desde lo más subjetivo de ser.

La pintura de Eiríz no complace los gustos superficiales, ni los que buscan el sosiego, al contrario, solo provoca incertidumbre en quien observa. La realidad se convierte en sus cuadros en una lucha eterna por descifrar los misterios y los monstruos que se esconden en los lugares comunes de la vida.

La década del 50 en Cuba, acogió numerosos incursores de la pintura abstracta como Ángel Acosta León; aunque Antonia no se vinculó al grupo de jóvenes artistas, si le ofrecería una perspectiva diferente en las maneras de dibujar y concebir la creación plástica. Su arte se percibe más cercano a la corriente expresionista del pintor español Francisco de Goya, principalmente por lo grotesco del sentimiento expresado de forma violenta, y sin complacencias para el júbilo de lo bello.

“Carece de frivolidad pero no de humor, desdeña lo bonito porque obedece a la fuerza y la emoción. La placidez y la complacencia no tienen cabida en su mundo como tampoco la suavidad y el regodeo sensual. Su labor no resulta de una meditación reflexiva. Es la salida brusca, que no se detiene en lo delicado o sutil”, así comentó la crítica de arte, Adelaida de Juan, amiga con los años de la pintora, a propósito de la primera exposición personal que realizó Antonia en la Galería de Galiano.

Sus obras de ensamblaje (link para Obras de ensamblaje) constituyen reconstrucciones de lo olvidado y lo inútil en un instrumento para canalizar y expresar ideas y conceptos. Ella utilizó los objetos abandonados y herrumbrosos, y mediante martillos, pinceles y tornillos obtenía un producto nuevo y con sentido reconstituido, pero siempre desde un comprometimiento, un pacto maldito con lo horrendo.

Muchos no concordaron con los resquicios de la realidad que Antonia dibujaba y llegaron hasta sugerir someter la intención subjetiva de su arte a solo objetivos políticos,  para complacer pensamientos indiferentes a una conciencia de expresión de lo individual como constitución genuina de un país en Revolución, que  apenas desandaba los primeros años. Aunque no tácitamente Eiríz fue censurada por no mantener la línea de las disposiciones inflexibles de burócratas y oportunistas.

La periodista y premio nacional de Literatura, Graciela Pogolotti en su artículo Artes plásticas: Nuevo rostro en la tradición, publicado en la revista Cuba, comenta: “la serie de tintas de Antonia Eiríz (muestra) feroces caricaturas contra lo académico y los conformistas, monstruos que han perdido dimensión humana y se aferran a hábitos mentales que ya no corresponden a una realidad. Aquí, más que dentro de un orden político, la distinción se establece entre lo nuevo y lo viejo, lo viejo como encarnación de conformismo. La obra pictórica de la Eiríz se agarra a este instante transicional, con su amarga condenación de la miseria de los hombres, miseria moral y social”.

El relego que le exigieron los ásperos comentarios sobre la incoherencia de su obra con la Revolución , la llevaron en 1972, a abandonar el magisterio en la ENA (Escuela Nacional de Arte) y refugiarse en su casa de Juanelo, donde comenzó un verdadero movimiento artístico con su comunidad de vecinos, una muestra fehaciente de su condición extraordinaria de servicio social y apego a los verdaderos móviles de un pueblo que perseguía la emancipación de años de injusticia.

Es mucho, demasiado si se tiene en cuenta lo que dura la vida de un hombre, 25 años de mutilación de la creación artística personal fue el tiempo para curar la herida de incomprensiones que soportó Antonia. Finalmente, es en 1991, en una exposición en la Galería de Galiano, donde el público pudo acudir al “Reecuentro” con la pintora de misterios macabros, pero con las ilusiones intactas.

La muerte miró descortésmente a quien por años la pintó de manera respetuosa y con el más devoto culto, en 1995, a tan solo tres años de su reanudación artística y en pleno trabajo creativo, desapareció físicamente la mujer tan querida por muchos y admirada por su obra. La Anunciación, posiblemente la obra de más alcance representativo, al decir de los conocedores del tema, como el artista plástico Salvador Corratge, respondió finalmente a su autora cuanto de real encerraba su pintura, en la aparente irrealidad de su abstracción.

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