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En Guantánamo, Base y prisión necesitan ser cerradas

Dr. Jonathan Hansen. Foto: Prensa Latina

Dr. Jonathan  Hansen. Foto:  Prensa Latina
Dr. Jonathan Hansen. Foto: Prensa Latina

Luego de una acuciosa investigación, el Doctor Jonathan Hansen, profesor de la universidad estadounidense de Harvard, dio vida a su obra  Guantánamo: una historia americana (Guantánamo: An American History), publicada por Hill and Wang en 2011. Sobre los resultados de esa labor conversó recientemente en La Habana con académicos, historiadores y periodistas. Aquel encuentro determinó nuestra decisión de particularizar  en algunos de sus pronunciamientos, solicitud a la cual respondió con presteza mediante correo electrónico.

¿A partir de qué momento y por qué, la bahía de Guantánamo se convirtió en un objetivo del cual Estados Unidos ansiaba apropiarse? ¿Qué representaba para esa nación la posesión de esa porción del territorio cubano?

El interés de Estados Unidos  por la bahía de Guantánamo data de cuando aún ese país no era una nación. Se remonta a 1741, cuando los colonos “americanos”, como los llamaban los británicos, llegaron por primera vez  a ella como miembros de una flota expedicionaria dirigida a las colonias españolas del  “Nuevo Mundo”. Su deseo de  ocuparla para instalar una estación de carbón o base naval, es un producto de la extensión comercial territorial de la nación a finales del siglo XIX.

Con la llamada Guerra Hispano-Americana  [Guerra Hispano-Cubana-Norteamericana], que pintaba su cierre para 1898, los oficiales americanos comenzaron a debatir acerca de cuál de las costas se debía adquirir para la instalación de una estación naval o carbonera, pues valoraban hacerlo en Guan, Manila, Hawai y Samoa para garantizar el acceso de su país a los recursos y mercados asiáticos cada vez más lucrativos. Además, con vistas a controlar el acceso al Océano Pacífico del tan anticipado Canal de Panamá, consideraron la ocupación de Puerto Culebra, en Costa Rica; La Unión, en El Salvador;  San Juan, en Puerto Rico, y la cubana bahía de Guantánamo. Al final, esta  última, muy ligeramente poblada cuando la Marina  estadounidense llegó a ella en junio de 1898,  resultó la preferida.

¿Por qué, transcurrido más de un siglo, Estados Unidos se aferra en mantener la Base Naval de Guantánamo si ya los objetivos que proclamara para instalarla han desaparecido? ¿Qué importancia puede tener mantenerla a pesar de representar una carga para el presupuesto nacional?

Por años esa base ha demostrado ser fácilmente adaptable para usos jamás contemplados por quienes aprobaron su instalación. Durante mucho tiempo en el siglo XX, se empleó como centro de entrenamiento de tropas y de ejercicios prácticos, tanto a bordo como en la costa.  En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial fue un vínculo esencial en el sistema de convoyes de los aliados,  que condujo el embarque comercial a través del Canal de Panamá y el mar Caribe hasta la costa oriental de Estados Unidos, cruzando el Atlántico del Norte.

En la década de 1990 se utilizó para encarcelar a emigrantes cubanos y haitianos ante los ojos indiscretos de la prensa de  Estados Unidos  y fuera del alcance de la protección de la Constitución de ese país. La soberanía de Cuba en la base y la ruptura de las relaciones entre ambos países, permitieron a los funcionarios americanos elaborar y aplicar la ley en ella mucho más de lo deseado. Esto, precisamente, hizo de Guantánamo un lugar atrayente para tener un centro de detención después  de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, porque las protecciones de la Constitución estadounidense no fueron pensadas para ser aplicadas allí. Posteriormente las decisiones de la Corte Suprema   han hecho fuerza contra eso.

¿Cómo aprecia el pueblo estadounidense la existencia de la Base Naval de Guantánamo y qué representa para él? ¿Conocen las condiciones de ilegalidad y abuso de la fuerza empleados por sus gobernantes para lograr el convenio de arrendamiento que permitió la ocupación de esa parte del territorio cubano?

Aún después de los sucesos del 11 de septiembre, la mayoría de los estadounidenses ignoraban que  nuestro país tiene ocupada la bahía de Guantánamo, en Cuba. Con el estallido de la alarma pública por lo sucedido en el centro de detención instalado en ese lugar en la primavera del 2004, muy pocos de nuestros ciudadanos exigieron conocer por qué ocupábamos Guantánamo.

¿Por qué? Alguna combinación de ignorancia y distracción ha imposibilitado que este legado imperecedero del imperialismo norteamericano haya pasado largamente inadvertido. La mayor parte de mis compatriotas aprenden sobre la Guerra Hispano Americana en el bachillerato, pero pocos saben su relación con la Guerra de Independencia de los cubanos y la subsiguiente Enmienda Platt, en virtud de la cual nuestra nación ocupó esa porción del territorio cubano.

Durante su intervención en el Taller 110 Aniversario de la Base Naval de Guantánamo, usted afirmó que, en su alegada batalla contra el terrorismo, George W. Bush cometió un error estratégico al instalar una cárcel en la Base Naval de Guantánamo. ¿Por qué?

Quizás deba decir un error táctico. Para empezar, Guantánamo no es un lugar fácil, eficiente, de costo efectivo para establecer y mantener un centro de detención. Allí, todos los materiales, el equipamiento, el personal y hasta la más mínima cosa necesitan, ser importados.

La bahía separa el centro principal de detención del campo aéreo por donde llegan y salen los detenidos y los funcionarios militares, provocando que la transportación no solo sea incómoda e ineficiente, si no también peligrosa. Con la selección de Guantánamo como el sitio de su centro de detención post 11 de septiembre, la administración Bush asumió que podía continuar explotando el estatus ambiguo de legalidad de Guantánamo para mantener los detenidos fuera del alcance de las protecciones constitucionales estadounidenses. La Corte Suprema  rechazó mucho de ese argumento.

La administración Bush insistió en que se podía aplicar mejor la justicia tratando a los prisioneros en un proceso de comisión militar en la bahía de Guantánamo. Ese sistema de comisión, todavía tiene que enjuiciar, más  que condenar, a un simple autor de los atentados del 11 de septiembre, etc., etc.

¿Qué impide a los gobernantes de Estados Unidos el cierre de esa prisión?

La respuesta a esta pregunta es complicada. En la actualidad, la prisión de Guantánamo disfruta de más partidarios y apoyo político que en ningún otro momento en sus casi diez años de historia. Votación tras votación, desde que Obama asumió la presidencia  la población ha rechazado abrumadoramente la idea del cierre de la prisión y el traslado de su población a territorio estadounidense.

En diciembre de 2010, un Congreso demócrata dio un casi fatal golpe a los esfuerzos de la administración de cerrar la prisión al  prohibir al Presidente trasladar a los detenidos a Estados Unidos, comprar o construir para ellos una prisión en el territorio nacional,  y  repatriar detenidos sin la firma del Secretario de Defensa    —provisiones aprobadas sin un debate parlamentario y virtualmente sin una notificación pública. Durante los dos últimos diciembre, la legislación del Congreso ha impedido el cierre de esa cárcel.

Lo que nos asombra: ¿Cómo ha podido pasar esto en el mundo? La mayor responsabilidad es de la administración Bush, como sugiere la discusión anterior; otra parte recae en el Congreso. En este, los  conservadores, decididos a mantener y explotar el temor que permitió a sus compatriotas  volverse ciegos ante los crímenes de guerra de la administración Bush, han logrado convencer, hasta ahora, a individuos racionales, como el alcalde de la ciudad de Nueva York, acerca de que tratar de acusar terroristas en la corte federal pudiera ser muy peligroso, muy costoso, y muy indulgente, a pesar del récord de procesos judiciales de terrorismo exitosos y el hecho de que las sentencias en tales casos tendieron a ser mucho más severas que las impuestas por comisiones militares.

En el caso que se ejemplifica, la supuesta inhabilidad del sistema de la corte federal de manejar crímenes terroristas, impuso cadena perpetua a Ahmed Khalfan Ghailani, quien supuestamente planeó los ataques a la embajada en África del Este en 1998, mientras que a Salim Hamdam, enjuiciado en la última comisión militar antes que el Presidente Obama cerrara el sistema, se le sentenció a cinco meses, además del tiempo que había estado preso. En ambos casos, los cargos  eran los mismos: apoyo material o conspiración. La sentencia más larga impuesta en Guantánamo es de nueve meses, al australiano David Hicks.

Los  demócratas del Congreso, tan acobardados como estuvieron luego de los sucesos del 11 de septiembre, son únicamente felices cuando juegan solos. Como ya hice la observación, fue un Congreso dirigido democráticamente que primero negó a la administración Obama el financiamiento para trasladar a los detenidos de Guantánamo a Estados Unidos con vistas a enjuiciarlos en diciembre de 2010. Pero seguramente que mucha de la responsabilidad descansa en el señor Obama mismo, quien en agosto del 2007,  como candidato, dijo al Centro Woodrow Wilson for Internacional Scholars que como presidente se iba a deshacer de las comisiones de Guantánamo. También dijo que como sede de enjuiciamiento de terroristas, ese lugar resultó un perfecto fracaso.

El señor Obama prometió “cerrar Guantánamo, rechazar el Acta de las Comisiones Militares, y adherirse a las Convenciones de Ginebra”, para demostrar a todo el mundo que “la ley no está sujeta a caprichos de gobernantes testarudos y que la justicia no es arbitraria”.  Por supuesto, las campañas electorales son con aspiraciones, los presidentes enfrentan retos prácticos.

Aún Obama insiste en que una serie de reformas llevadas a cabo después de haber asumido la presidencia, han puesto las comisiones de Guantánamo al mismo nivel de las cortes federales y jefe de cortes militares en términos de salvaguardas de la constitucionalidad.  La lógica por sí sola lo refuta. Si los estándares son iguales, ¿por qué necesitamos ambos? Además, históricamente los tribunales militares han sido objetos de último recurso más que de conveniencia política.

El caso de al-Nashiri irradia el olorcillo de la cuidadosa selección de la sede que sirva más para producir un favorable resultado, casi evidencia de un sistema judicial despolitizado.

Además, permitiendo apelaciones de revisión  y al mismo tiempo admitiendo habladurías de evidencia e ignorando la salvaguarda de la sexta enmienda de confrontación, entre otros efectos, las comisiones reformadas virtualmente garantizan que los veredictos de culpabilidad sean meros en la apelación prolongada. En resumen, el candidato Obama tenía la razón: las comisiones de Guantánamo son injustas e innecesarias; ellas no constituyen la vía para la acelerada justicia americana que buscaban.

Obama tiene la responsabilidad, por la posición en que ahora encuentra. “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, dijo el filósofo George Santayana. La historia no se repite por sí sola, pero hay ejemplos de evidencia de ello evocando a aquellos que la ignoran. ¿Por qué el señor Obama ha fallado en cumplir su promesa de cerrar la prisión de Guantánamo? Yo diría que no pudo avanzar en ello porque no ha querido mirar atrás. ¿Por qué la prisión de Guantánamo acapara más apoyo público y político en la actualidad que en ningún otro momento en su casi una década de existencia? Por supuesto,  una de las razones es el hecho de que no ha habido una contabilidad pública rigurosa de los crímenes cometidos allí, ni una explicación de cómo esos crímenes encajan en la historia más distante.

Con posterioridad al 11 de septiembre, Guantánamo no representa la anomalía histórica que nos gustaría creer que es. Al seleccionarla como lugar para mantener los prisioneros fuera del alcance de las protecciones de la Constitución de Estados Unidos, la administración Bush escogió un sitio utilizado de esa forma con anterioridad —en la década de los noventa del pasado siglo, bajo las administraciones de Bush y Clinton, en dos episodios por separado 85 mil haitianos y cubanos refugiados fueron arrestados entre los alambres de púas de la Base de la bahía de Guantánamo, algunos por hasta cerca de dos años.

En orden cronológico, esa política data de finales de la década de los setenta de ese propio siglo, cuando los funcionarios de emigración de Estados Unidos consideraron por vez primera usar la base como una instalación para retener los haitianos que iban en bote y no eran deseados en la Florida. Sobre las mismas bases de: con un no debido proceso en la bahía, Estados Unidos  podría procesar a los refugiados fuera de la vista curiosa de los periodistas y los abogados de derechos humanos. Por eso es el récord.

Un público americano armado de los hechos sobre las actividades recientes y las pasadas de su país en ese territorio cubano, permanecería menos  complaciente ante ellas. Un público informado y estimulado es el requisito para cerrar ambas, la prisión y las comisiones militares, y así salvar al  señor Obama de agravar la notoriedad de Guantánamo y de América.

En La Habana, usted aseguró a la agencia Efe que solo unos pocos historiadores, académicos y diplomáticos se pronuncian por la devolución a Cuba de su territorio usurpado hace ya 110 años. ¿Cómo sería posible generalizar esa postura?

Esta es la pregunta de los cien mil dólares, como nos gusta decir en mi país. No sé la respuesta. En un clima diplomático mejorado entre Estados Unidos y Cuba, uno pudiera imaginar que el tema de devolver a Guantánamo estaría presente. Por otra parte, la devolución de ese territorio a Cuba, ahora o pronto, pudiera mejorar el clima diplomático.

El exjefe de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba, Michael Parmly, ha declarado recientemente que  Estados Unidos  pudiera devolver Guantánamo  a Cuba e incluso mantener el centro de detenciones —asumiendo un mejoramiento de las relaciones diplomáticas. Yo creo que ambas necesitan ser cerradas.

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