Una canción, una mujer, una victrola

Una canción, una mujer, una victrola

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Por Frank Padrón

Feliz la iniciativa del Icaic en cuanto programar documentales en nuestros cines, de modo que el menos favorecido –y sin embargo, imprescindible– género trascienda su hasta ahora reducido marco, de festivales y premieres.

Dos recientes filmes relacionados con la música han sido recientemente estrenados: Una mujer, una canción, una ciudad, de Regino Oliver, y Victrola mía, de Jorge Aguirre.

El primero está dedicado a una de las más destacadas intérpretes cubanas: Miriam Ramos. Cantautora de fina imagen, timbre delicado que ha paseado por las glorias de la canción (desde Bola de Nieve, el Beny y Lecuona hasta la trova de ayer, hoy y siempre), Miriam ha dejado registrado, en conciertos y discos, la leyenda y el aroma de nuestra música cantada en décadas, estilos y autores.

Sin ir más lejos y como si fueran pocos los (muy justos, además) premios recibidos por esa sistemática y hermosa labor, su más reciente CD (el tríptico La canción cubana, sello Colibrí) resultó multilaureado en el más reciente Cubadisco.

De todo eso y más, desde los inicios de aquella contralto casi adolescente en el Coro Polifónico, hasta la dama que encanta a todos con sus animaciones en programas radiales, trata el documental concebido desde un set precisamente de Radio Taíno, con la cómplice y atemperada conducción de Marino Luzardo.

Si bien el método resulta original y acertado (al eludir los lugares comunes en los abordajes del género) en ocasiones es excesiva la impronta radial; digamos, en la inclusión enorme de spots y presencia de los técnicos, que pudieran dar la impresión de que en realidad el filme gira en torno a las interioridades de una emisora.

Por otra parte, los recorridos por La Habana nocturna, que justifican la presencia recurrente de la capital en la obra de la artista, y que han sido notablemente captados y transmitidos mediante la fotografía y la música, se sienten a veces un tanto forzados.

A pesar de ello, Una mujer… es un documental que se agradece, ante todo por el homenaje a una indudable gloria de la música cubana; y en sí mismo, por la elegante armadura que imbrica comentarios, música e imágenes en un todo coherente y hermoso.

Menos afortunado, Victrola mía partió de un objetivo también loable: informar, preferentemente a las nuevas generaciones, de aquella “rara avis” que en bares y cantinas del pasado permitía a los clientes escuchar música al depositar una moneda.

No obstante de contar con valiosos testimonios (músicos, investigadores, historiadores…) y de abundante material que calza musicalmente la información, el filme resulta en general reiterativo y plano; la edición no descuella precisamente por cuidadosa, y todo el cuerpo narrativo alterna mecánicamente palabras y canciones durante 28 minutos sin que haya un mínimo de elaboración creativa, siendo, sin embargo, Aguirre, un documentalista experimentado, al que debemos mejores momentos (Ya era otoño en París; Anacaonas, 70 años después…)

De cualquier manera, es válido este acercamiento a un aparato que, sin lugar a dudas, integra el patrimonio cultural de la nación, de toda el área incluso, al ser escenario –aún desde su condición underground– de tantos boleros y canciones que han adornado la vida de nuestros padres y abuelos.

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