Regla

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Por Jorge de Armas

Procesión de la Virgen de Regla, 2011
Procesión de la Virgen de Regla, 2011. Fuente: Yahoo Images.

Para un habanero de intramuros, Regla siempre fue la aventura. Llegar a ella era imitar al héroe capitán de navío, y por cinco centavos, embarcarse en una vetusta nave de madera para atravesar la bahía, esquivando los grandes mercantes que atracaban en el puerto.

Importante era viajar en el borde exterior, respirar ese peculiar olor a petróleo y mar, observar la espuma gris que el avanzar provocaba, y saltar justo antes de que la lancha tocara el espigón, para darse la vuelta rápida y embarcar otra vez para La Habana.

Regla era aventura, escaparse de la escuela e irse allá, a «montar la lanchita» irse a donde siempre hubo misterio, pescadores, gente de puerto y sonrisas. Regla es un espacio sin el cual La Habana no es. De hecho, el habanero de Regla es reglano, nosotros, los demás, simplemente habaneros.

Con el tiempo, ir a Regla también fue parte del ritual de algunas tardes, quedó parte de ese espíritu conquistador, y no en el borde, ya sentado junto a la ventanilla, disfrutaba de ese olor (sí, lo disfrutaba) y al llegar, ya no corría a tomarla otra vez, andaba la pequeña cuesta hasta la Iglesia, donde siempre esperaba una paz extraña, un silencio sordo, y una Virgen siempre negra y siempre nuestra.

Y allí podías pasar una hora sin notarlo, y volvías a casa tranquilo, sintiendo que por una vez eras siete veces mejor que cuando iniciaste tu viaje.

Ir a Regla también imponía el ritual del derecho, el pago del tributo a la Virgen, siete centavos, siete kilos, lanzados al mar uno a uno, pidiendo paz, salud, fortuna, lo que fuera, pero sabiendo que cruzar era, como muchas otras cosas de mi Habana, una bendición.

La última vez que tomé la lanchita de Regla olvidé pagar mi tributo, así que estoy en deuda con la Virgen, y hoy, en su día le prometo retornarle lo que le debo, con creces, allí, donde las aguas siempre conducen a ella.

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